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María Prieto, la joven que por desamor se quitó la vida en el Salto del Tequendama y le dejó una nota a su novio
“Por la ingratitud de mi novio, me confundo en la profundidad del misterioso Salto del Tequendama”, dijo la joven en su último adiós.
El Salto del Tequendama esconde misterio. Quienes descienden de sus vehículos para tomarse una foto con la cascada como fondo pueden dar fe de ello. Es normal escuchar a los visitantes por los metros que tiene la caída de agua, camuflada entre la niebla del municipio de San Antonio. También es usual escuchar que en la casa museo, a orillas de la carretera, asustan. Son los espíritus de los que acaban con su vida, reza la tradición oral.
De los suicidios en el Salto del Tequendama se ha hablado desde siempre, los recortes de los diarios dan muestra de ello. Hay una historia en particular a la que los medios de comunicación locales hacen eco. La protagonista es Lina Prieto, una joven de 18 años edad que se lanzó al abismo por desamor casi nueve décadas atrás.
Una página del periódico El Tiempo, con fecha del lunes 4 de noviembre de 1935, narra que al Lago de los muertos, como se le conoce a la parte baja de la cascada, se lanzó una mujer por desespero. Lo que dice la crónica, sin la firma de quien la escribió, es que se sintió traicionada.
Más interesante aún, en términos narrativos, o para quienes hacen de la vida un drama, es lo cinematográfico del hecho. Antes de despedirse de este mundo, María pidió a un fotógrafo, de los que en ese entonces retrataban a los turistas en la denominada piedra de los suicidas, que le realizara una toma. Fue en la imagen, a blanco y negro, donde argumentó el porqué de su decisión: “Por la ingratitud de mi novio, me confundo en la profundidad del misterioso Salto del Tequendama”.
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Lo que cuenta el diario bogotano en el artículo titulado “Al saber que su novio la abandonaba se arrojó al salto, María Prieto”, es que la joven dejó a su familia en Tunja, Boyacá, para viajar a la capital colombiana con un galán al que conoció en Sogamoso; y el ingrato al final se voló.
Juntos se hospedaron en el Hotel Sevilla, en la Plaza San Victorino, con la ilusión de que, una vez resueltos algunos asuntos financieros, él pudiera cumplir la promesa de casarse con ella, como se lo expresó para invitarla a vivir en Bogotá. Todo marchó bien, al parecer, hasta que un día dejó a María esperándolo para el almuerzo. Fue tal el desespero de la joven, al no saber de su amado, que las dueñas del establecimiento le contaron la verdad: se devolvió a Sogamoso.
Ella, desilusionada, sola y con poco dinero –dice la narración de El Tiempo–, tomó un tren desde la estación del Sur hasta el Salto del Tequendama. La parada, ni más ni menos, es la mansión en la que hoy dicen que asustan; 15 años después comenzó a utilizarse como hotel.
María, al parecer, lucía todo menos triste. Habló con los visitantes y con un policía encargado de vigilar el sitio donde algunos solían arrojarse. Compró unos cigarrillos, también, y luego le pidió al fotógrafo en la tan conocida piedra. Pero no fue ahí cuando se lanzó.
Mientras él enfocó antes de obturar, como dice la norma, María se lanzó hacia atrás. En la piedra de los suicidios quedó el bolso con la foto con la que El Tiempo abrió su artículo periodístico.