Se dice que Michel Houellebecq pidió permiso para dormir, una noche antes de que abriera la muestra, en un sofá dentro de Palais de Tokio. Quería ajustar los últimos detalles de las decenas de fotografías colgadas en 18 de las salas del centro cultural. Tenía razones para estar nervioso: no solo se trataba de su primera incursión artística desde la polémica aparición de su novela Sumisión (2015), sino que además era su debut como fotógrafo. Las imágenes, tomadas por Houellebecq a modo de registro fotográfico para sus novelas, habían permanecido hasta el momento en su casa. Retratan, como algunos de sus mejores poemas, un mundo desabrido, cargado de desolación, posiblemente postapocalíptico, con fábricas, iglesias y gasolineras en desuso. Sin embargo, también hay fotos del francés con su perro, como si ambos estuvieran de vacaciones. En palabras del centro cultural: “no es una exposición sobre Michel Houellebecq, sino una exposición de Michel Houellebecq: como el escritor produce una forma que participa a la reinvención de la exposición mezclando la baraja entre literatura y fotografía, realidad y ficción”.