ARTE
La experiencia liminal en la retrospectiva de Clemencia Echeverri en el Mamu
Una reflexión sobre 'Clemencia Echeverri. Liminal', la retrospectiva de la artista colombiana, pionera del videoarte en el país, que ocupa dos pisos del Museo de Arte Miguel Urrutia (Mamu) en Bogotá.
La exposición Clemencia Echeverri. Liminal es un proyecto que se desarrolla dentro del programa de retrospectivas de artistas colombianos que desde hace más de diez años realiza el Banco de la República. Esta exposición está exhibida en el segundo y tercer piso del Museo de Arte Miguel Urrutia (Mamu) y va del 12 de septiembre al 9 de diciembre de 2019. Curada por María Margarita Malagón-Kurka, la exposición presenta videoinstalaciones que la artista desarrolló entre 1998 y 2018: Apetitos de familia (1998), De doble filo (1999), Treno (2007), Juegos de herencia (2009), Versión libre (2011), Sacrificio (2012), Supervivencias (2012), Nóctulo (2015), Sin cielo (2017), Sub_terra (2017) y Río por asalto (2018). En la muestra se pueden encontrar dibujos, guiones y fotografías que, además de formar parte de complejos proyectos asociados a los videos y videoinstalaciones mencionados y que la artista firma también como obras terminadas, revelan los procesos de conceptualización que llevó a cabo mientras desarrollaba las obras. El catálogo de esta exposición ofrece artículos que enriquecen enormemente la aproximación a estas videoinstalaciones: María Margarita Malagón-Kurka, Rodrigo Alonso, Carlos Jiménez y Piedad Bonnett reflexionan sobre el carácter liminal como eje central de la exposición, sobre las narrativas fragmentadas y circulares, sobre las reflexiones que lleva a cabo la artista acerca de la violencia, el duelo y la memoria en un país como Colombia y sobre los procesos creativos y las motivaciones artísticas que llevaron a la artista a crear estas obras.
Las videoinstalaciones son el resultado de la posición crítica que tiene la artista frente a realidades medioambientales, sociales, culturales y políticas de Colombia, y están construidas con elementos sonoros y visuales que, en un principio, no les son ajenos al espectador; tampoco lo son las situaciones que allí se crean. Podemos encontrar espacios domésticos, algunas prácticas culturales y rituales, la importante presencia de animales; también la relación que establece el ser humano con el agua, la tierra y el fuego, y su experiencia vital que se expresa a través de la voz.
Fotogramas de Sin cielo (2017), Clemencia Echeverri.
Sin embargo, solo bastan pocos segundos de contemplación de cada obra para que el espectador se sienta incómodo allí. Siendo que estos elementos y situaciones no son ajenos y se encuentran tanto en la vida cotidiana como en contextos sociales y culturales cercanos, entonces ¿por qué cuando el espectador atento se involucra con las obras comienza a sentir ansiedad, frustración, desubicación y agobio? La respuesta está en la manera como Clemencia Echeverri estructura cada videoinstalación, la forma como ella pone a dialogar a los elementos y la forma como en su totalidad dispone cada situación. En estas obras nos enfrentamos a narrativas que no son lineales, acá no hay un principio y un fin porque las obras en loop y con elementos dispuestos de manera que logran cierta circularidad no nos permita detectar con certeza su comienzo y su final; el espectador puede intuir aquello que está sucediendo en cada obra, pero siempre espera que ocurra un desenlace que nunca llega: cuando las voces invocan la presencia de alguien mediante un llamado, nadie responde; cuando ya presenciamos al animal muerto, todavía oímos sus chillidos; cuando un hombre nos va a revelar su identidad solo se queda en el gesto de revelación, más nunca logramos ver su rostro.
De igual manera sucede con las imágenes: cada obra tiene escenas que se proyectan en varias pantallas, pero no de forma secuencial. A veces todas las pantallas completan una misma escena, en ocasiones cada una muestra apenas un momento diferente del suceso; las imágenes se proyectan a destiempo casi siempre. Con los sonidos (que salen de por lo menos cinco canales) pasa lo mismo, pues no siempre se corresponden con las imágenes proyectadas, no se relacionan con ellas para producir un mismo significado. Lo mismo ocurre con las voces humanas: son voces acusmáticas, no podemos detectar su origen y por ello adquieren una presencia fantasmal.
¿Cuál es el reto entonces que le proponen estas obras al espectador? Precisamente en lo liminal, título de esta exposición, está el reto. Siguiendo a María Margarita Malagón-Kurka en el texto que escribió para la guía de estudio que acompaña la exposición, la experiencia liminal a la que está invitado el espectador implica dos etapas: “aquella que pueden generar las obras en un primer encuentro con su carácter fragmentado y no lineal, es decir, la de una situación intermedia, amorfa, sin definición, que produce desorientación, tensión y deseo de resolución, y aquella que, como resultado de la interacción activa con las videoinstalaciones y de reconstrucción de sentido por parte de los visitantes, lleva a una posible transición, comprensión y transformación en ellos”. Para que haya una experiencia liminal es necesario que el espectador haga un pacto con las obras, con las formas en que cada una invita a ser comprendida y con las preguntas que proponen desde su espacio estético. Pero este pacto es el resultado posterior y esperado de la experiencia liminal en sí: cuando la curadora habla de una “situación intermedia” hace alusión al estadio que existe entre la incomodidad por incomprensión que generan las obras y la apropiación o aprehensión de dichas obras en el contexto propio. Es necesario entonces que exista una dialéctica entre la obra y el espectador, es decir, un proceso en el que la obra se reinscriba, se incorpore en el contexto familiar del espectador de tal suerte que ambos puedan resultar modificados en dicho proceso.