Reflexión
En primera persona
La cineasta Laura Mora comparte públicamente sus reflexiones sobre las recientes denuncias contra Ciro Guerra. Mora co-dirigió con Guerra la serie “Frontera Verde” para Netflix. Este texto fue publicado originalmente en su cuenta de Instagram el 2 de julio.
Me he tomado unos días para emitir una reflexión pública sobre los casos de acoso y abuso de Ciro Guerra. Han sido días duros, oscuros, de revisitar también lugares que, con el tiempo, he ido guardando en el fondo de mi memoria por dolorosos…
Ser directora ha sido un camino duro, espinoso, pero también sin duda alguna la mejor decisión de mi vida, porque ha sido una decisión absolutamente guiada por el corazón. El cine ha significado mi lugar de los sueños y mi arena política.
La primera vez que trabajé como directora en un proyecto grande e importante para televisión, me enfrenté al peso del machismo. No sólo me subestimaban constantemente por el sólo hecho de ser mujer joven, si no que me enviaron mensajes muchas veces amenazantes y perturbadores; y aunque en repetidas ocasiones pedí que me cambiaran parte del equipo técnico por la brutalidad con la que me sentía tratada, jamás mis pedidos fueron atendidos, y las “quejas” siempre subestimadas.
Guardé silencio sobre muchas de las experiencias de acoso laboral que no sólo yo, si no mi asistente de dirección y una de mis cámaras mujer, enfrentamos. Guardé silencio por dos motivos claros: 1) temía que no se me creyera por ser una mujer joven (era la primera vez que dirigía un proyecto de esa envergadura); 2) por el miedo de que no me volvieran a dar trabajo.
Esa experiencia me marcó y me alejó de cierto tipo de proyectos. No había muchas mujeres directoras en ese momento, y no me sentía cerca de una plataforma que pudiera apoyarme en mis cuestionamientos. Hoy aplaudo de pie que las mujeres de REC SISTERS, a quienes quiero y admiro, se unan con la idea de lograr sets de trabajo más justos y seguros para todas. Una de las creadoras de esa iniciativa trabajó conmigo como asistente de dirección en el proyecto antes mencionado y conoce de primera mano experiencias de maltrato tácito o explícito.
A Ciro lo conozco hace muchos años. Pertenecemos a una generación de directores que ha dado peso internacional al cine colombiano. He tenido una relación de amistad con él, que he valorado siempre. Hemos compartido múltiples espacios y he aprendido de él.
Hoy, a quienes tanto me preguntan, debo decir: nunca me he sentido violentada por Ciro ni noté comportamientos agresivos de su parte hacia las mujeres.
Por la cercanía con Ciro, la lectura del artículo de Volcánicas -que publica una serie de testimonios de mujeres que se presentan como víctimas de sus agresiones-, me ha puesto en un lugar complejo, doloroso, y ha hecho que me surjan preguntas profundas, necesarias.
El cineasta colombiano Ciro Guerra
Como a cualquier ser humano sensible, me incomodó y me dolió leer esos testimonios. Lastimosamente como mujer, TODAS, y me atrevo a generalizar en este caso, hemos estado en alguna situación similar a las que allí se mencionan. Es aterrador. TIENE QUE CAMBIAR.
En estos días en que he intentado reflexionar, he sentido la presión constante que me pide emitir un juicio apresurado, sin pensar, sin posibilidad de un momento de silencio o pausa. He sido observadora de una sociedad del espectáculo que va en contravía de eso, de detenerse y pensar. Yo, que he usado una red social como plataforma para exponer ideas y movilizar, me he sentido absolutamente interpelada por el “linchamiento público”, del que seguramente muchas veces he sido partícipe.
Por eso creo que el debate, y las preguntas de orden ético y moral que este caso en particular nos impone, son exigentes con el pensamiento y con la posibilidad de evaluarnos.
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Yo fui víctima de acoso, intento de acceso carnal y amenaza de muerte cuando era muy joven. Tenía 18 años. He sido víctima del mismo hombre desde ese momento, la última vez que intentó atacarme fue hace 4 años. Voy a cumplir 40 años.
Tengo un expediente en la fiscalía de más de treinta páginas con sucesos macabros y dolorosos. Eso ha significado que yo siempre tenga una caución en mi billetera, y que a pesar del tiempo, siempre exista algo ahí, en mi mente, que me genera el temor de que ese hombre aparezca en cualquier momento de entre las sombras. Mi familia y mis amigos más cercanos han presenciado de primera mano las angustias que esto me ha generado.
Viví el maltrato del sistema penal. Fiscales que me subestimaron porque el caso les parecía "una bobada". Fui una mujer joven atrapada en un sistema que realmente no le da importancia a las víctimas de acoso a pesar de tener pruebas contundentes. Muchas veces pensé: “algún día voy a aparecer muerta. Y ese día se darán cuenta de que hace más de quince años vengo denunciando, con pruebas, a un agresor!”
Cuento esto para que se entienda desde dónde también hago la lectura de estos testimonios de acoso y abuso. Aunque las historias publicadas por Volcánica.com distan muchísimo de la mía, es inevitable no recordar el miedo.
Mi experiencia y mi dolor, me invitan a creer en los relatos de las mujeres. En general, confío siempre en las voces de las mujeres en temas de acoso. Esto, sin embargo, no debe NUNCA deshabilitar la posibilidad de la defensa, de la contrastación y corroboración de los hechos: de propiciar escenarios sanos de confrontación y de debate entre las partes, que sean seguros y neutros para todos. Los estados modernos, por los que tanto abogamos, se fundamentan también en eso: en el derecho a la defensa.
Cuento ahora abiertamente mi historia también para decirles que creo que las vías legales, así sean tan imperfectas como son las nuestras, deberían seguir siendo los espacios posibles. Veo un eslabón perdido en la actual reflexión mediática, ése que nos ayude a entender cómo lograr que las mujeres podamos denunciar, con nuestras caras y a nuestro nombre, sin sentir que la pelea está perdida, que te van a revictimizar, a crucificar y a desestimar tus denuncias. Es urgente hablar sobre una justicia con enfoque especial para las mujeres; espacios seguros para poder movilizar el miedo y la vergüenza a quien realmente debe sentirlos: el agresor.
Sé que pensar en entes de justicia también se entiende como una continuación del patriarcado. Sin embargo, como intento aquí alejarme de los maniqueísmos, creo que hay muchas cosas de los estados modernos que si bien debemos repensar y mejorar, sí que son importantes de mantener.
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El periodismo debe denunciar. Es su función. TIENE que hacerlo, pero no puede volverse una especie de ente judicial.
Una periodista de Volcánicas, en una entrevista posterior a la publicación, nos invita a pensar en “nuevas formas de justicia”. Me parece que debe concretar su anuncio, porque en un país donde tantos han hecho su propia justicia, auspiciados en la idea de que el sistema penal no opera, lo encuentro peligroso.
Las acusaciones que se hacen en el artículo del portal son de orden moral, claro, pero también penal. Creo que, en lugar de abogar por la cadena perpetua que significa la nueva hoguera de las redes sociales (que también se vuelve de alguna manera punitiva), deberíamos instar urgentemente a que estas mujeres, y las mujeres que son maltratadas y abusadas cada día, puedan realmente hacer un proceso ante la Justicia, con el peso de sus denuncias.
En un país cuya historia es una eterna venganza, un lichamiento constante entre justicieros que creen tener la razón, la idea de que podemos hacer justicia ahora en las redes, aniquilar y condenar a uno u otro personaje en esa “nueva plaza pública” es una confirmación de que seguimos perpetuando el mensaje de violencia y que la historia de venganza continúa. Y eso no es más que otra manifestación patriarcal.
Soy también la hija de un abogado y profesor asesinado, que toda su vida defendió la justicia.
Hice una película sobre la humanidad del supuesto sicario de un padre que también era el mío, una película sobre la posibilidad de desactivar el dispositivo de venganza. Ahora confirmo mi miedo: lo que la sociedad realmente quería era que asesináramos a Jesús, quitarnos un sicario más de encima.... Sin embargo, la posibilidad de que el mundo no sea en blanco y negro, es más compleja y nos exige mucho más pensamiento y sensibilidad.
Este es también un caso que merece una reflexión profunda sobre la perpetuación de la violencia a través de las redes. Nos hemos convertido en la sociedad del espectáculo.
Junto con muchas mujeres que admiro, hemos apoyado el acuerdo de paz, instituciones como la JEP y la Comisión de la Verdad, y procesos como la reinserción y la posibilidad de que la gente pueda de alguna manera reparar y sanar. Nos hemos parado del lado de las víctimas. Todos esos lugares que proponen esos procesos tan exigentes son mediados por la palabra, la humanización, la escucha, el diálogo. En este nuevo universo, lleno de “nuevas formas de justicia,” eso parece no tener cabida… Crear comunidad no puede significar no hacernos preguntas, no ir más allá del entusiasmo de la condena que, al parecer, ya hemos emitido.
Me recuerda a Michel Onfray cuando decía que a la gente le gustaba asistir al espectáculo de la horca porque internamente todos celebraban que no eran el ahorcado.
Mi silencio no ha sido cómplice de nada, como la han querido hacer ver algunos. Ha sido la ausencia de palabras de quien recibe una noticia dolorosa, una que lo pone ante las contradicciones del ser humano y que aviva el ánimo de revisarse a uno mismo.
Y también, y lo digo de la manera más honesta, mi posición y mi cuidado, también ha tenido que ver con rodear a una mujer que quiero, admiro; que nos ha abierto camino a muchas mujeres en el cine; que habló de paridad de género en los equipos cuando nadie más lo mencionaba; que ha reflexionado mil veces sobre conductas tóxicas fuera y dentro del set. Mi sororidad también ha sido con Cristina y sus hijos, con protegerla de alguna manera del espectáculo; con entender la difícil posición con que se enfrenta como ex pareja y aliada para la creación artística, y con el hecho de que esto puede tener unos efectos fuertes e injustos para su vida laboral, emocional y la de su familia. Un coletazo inmerecido, por la premura en salir a arrasar con todo lo que se asocie con el nombre de Ciro Guerra.
Esta semana, por ejemplo, vi una campaña de desprestigio de la serie “Frontera Verde”. Cada quien intentará protestar de la manera que desee y encuentre efectiva, pero en esa producción, más de la mitad del equipo era femenino. Fue producida por dos mujeres extraordinarias, protagonizada por dos actrices impresionantes y cuatro, de los ocho capítulos que la componen, fueron dirigidos por mí, una mujer.
Foto de la serie "Frontera verde"
Que esta situación nos invite a pensar. Pensar, esa es la raíz (el principio) de las mujeres que nos hemos parado de frente ante el patriarcado. Pensar significa cuestionar, y eso nos exige muchas veces situarnos “en la orilla más lejana”. Pensar es doloroso y pareciera que la sociedad del espectáculo lo que menos quiere es eso, que sintamos genuinamente y reflexionemos; de nuevo nos condena a la sumisión tan propia de los modelos machistas. Ni siquiera la pausa obligada, esa distancia que “propone” el coronavirus, ha logrado pararnos, mirarnos en el otro, y pensar.
La rabia nos salva constantemente, nos hace romper las cadenas, pero los verdaderos cambios exigen mucho más que el impulso fulminante de ese hermoso y digno sentimiento. Necesitamos urgentemente hablar de espacios de justicia para la mujer, tenemos que hablar de lugares seguros y justos para entablar diálogos. Que la mujer sea dueña de sí misma, de sus deseos, de su cuerpo, y no se sienta amenazada ni ante la posibilidad de poner límites, ni ante la de denunciar.
Como mujer, como directora, quiero decirles a mis colegas, amigas, alumnas, que creo que esta es la generación del cambio, y que si alguna vez pasé por alto alguna conducta abusiva de parte de algún hombre o mujer en un set, en un aula, o en una fiesta, les pido disculpas. A todas: cuenten conmigo como aliada para escuchar sus denuncias, que en cada caso (como en éste que me invita a escribir) partiré de creerles. Y si las denuncias son de orden penal, podemos ir a las instituciones correspondientes y las acompañaré en el proceso, desde mi lealtad y solidaridad.
Porque entiendo que en un país donde un fiscal o un juez piensa que pudo haber consenso entre una niña menor de edad retenida y siete militares armados en un claro caso de violación, entiendo que se sientan totalmente desprotegidas. Pero aquí estamos ahora más fuertes que nunca para rodearlas y acompañarlas.
Los hombres necesitan entender que están por fin ante una nueva generación de mujeres que no teme hablar, que tienen agencia, soberanía y autonomía y, sobre todo, tienen que entender que “No” es “No”, en cualquier momento, no importa la situación. “No” es “No”. Y eso no puede ni producir violencias ni ánimos revanchistas.
Sigamos educando mujeres autónomas, críticas, sensibles, inteligentes, reflexivas que no sientan miedo de decir “No” y que tampoco se sientan avergonzadas por sus denuncias.
Crecí rodeada por dos hombres maravillosos: mi padre y mi hermano, que me animaron a enfrentarme al mundo con grandeza, autonomía, valentía, amor, libertad y respeto. Mi madre me animó a ser quien yo quisiera. Un privilegio cuando miro a mi alrededor y veo a amigas, colegas, compañeras, conocidas, que desde muy pequeñas han tenido que lidiar con la brutalidad y el peso del machismo. Hoy entiendo que tuve una educación y unos padres verdaderamente revolucionarios, que me han dado herramientas para enfrentarme a la dificultad. Lo agradezco profundamente, y estoy ahí también para apoyar a quienes se hayan sentido vulneradas.
Y a Ciro le digo, como amiga, como mujer, que sea reflexivo. Que si bien tiene TODO el derecho al proceso de defensa, si incurrió en alguno de éstos comportamientos de acoso donde pudo haber agredido la integridad física y emocional de una o más mujeres, si normalizó como muchos hombres, conductas heredadadas por su propia educación y su cultura y con el falso poder que parece dar el éxito laboral, pida perdón que es el acto más noble y humilde. El perdón es un acto restaurador que abre la posibilidad de habilitar de nuevo el puente constructivo que es la palabra. En estos casos, el perdón es el primer paso para la reparación.
Por último, pienso que el mundo no debería ser esto.
El mundo del cine no debería ser esto.
El cine no debería ser aquel mundo en el que primen unos falsos egos, donde se conquista a punta de contactos. Tampoco debería ser el mundo en el que las mujeres permitimos que se crucen los límites (el de la dignidad) con el ánimo de lograr posiciones, o con un miedo atávico que no nos permite poner límites ante aquellos que creemos poderosos.
Ése es el mundo del capitalismo neoliberal. Donde las relaciones de poder existen porque siempre hay algo material en juego, un interés no genuino, un mundo de relaciones utilitaristas, y falsas.
El cine, en realidad, lucha contra todo eso.
El cine es la manera de acercarnos a la humanidad y a su contradicciones. Es un instante a través de una mirada que es tan poderosa que se nos instala en el alma para siempre.
Ojalá como artistas, seamos capaces de encontrar la coherencia entre nuestra obra y nuestra existencia.