Cine
La cumbia, la identidad, la resistencia: Fernando Frías de la Parra sobre “Ya no estoy aquí”
Como su película, el director mexicano tiene un vínculo afectivo con Colombia y el tradicional ritmo que se tomó el continente. Hablamos con él sobre una cinta que trata la violencia y el exilio con realidad, sensibilidad y baile. Por esto, seguramente, irá a los premios Óscar.
Desde su estreno, hace ya más de un año, ‘Ya no estoy aquí’ ha ido mutando de fenómeno de nicho a fenómeno de masas. La película del mexicano Fernando Frías de la Parra fue recibiendo atención y reconocimiento en festivales locales, internacionales y, luego, directores aplaudidos y premiados como Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Pedro Almodóvar expresaron públicamente su admiración por la producción y comenzaron a profesar la necesidad de verla. Aseguraron ellos que esta es una película distinta, que esta es una voz a tener en cuenta. Razón tienen.
‘Ya no estoy aquí' toca la identidad individual, la grupal, y retrata la migración forzada con todo el desarraigo que acarrea, la añoranza que arrastra y la agresividad que presenta. México postuló la película a los premios Óscar, y la decisión se entiende. Muy probablemente la cinta sea nominada a Mejor película en lengua extranjera. Si no lo es, pierde la Academia.
La historia sigue a Ulises, un protagonista interpretado por Daniel García, a quien los espectadores seguimos en distintos momentos. Gracias a sus memorias, por medio de flashbacks, la cinta hace al espectador parte de las tribus urbanas de Monterrey que laten al ritmo de la cumbia rebajada (en este caso, de la pandilla los terkos), así como de aquellos grupos de inmigrantes que una ciudad como Nueva York muele a golpes.
Los diálogos y actuaciones completan una obra impresionante desde sus encuadres, su cruda y hermosa fotografía y sus secuencias de baile. La cultura tribal en medio de la violencia (inspirada fuertemente en las cumbias de Lisandro Meza, que suenan con reverencia), el golpe de ojo desde las zonas deprimidas de Monterrey, que de lejos miran a la ciudad más opulenta, nos recuerdan que esta historia se origina en México pero podría darse en Medellín, Armenia, u otras ciudades a lo largo de este enorme continente, lleno de subculturas orgánicas en riesgo de desaparecer ante las balas y el ánimo de homogeneizarlo todo.
Tendencias
Hablamos con Fernando Frías de la Parra sobre su producción, esto nos dijo.
Su película (disponible en Netflix) ha desatado una ola de reacciones y expectativas desde su estreno. Y, considerando una posible nominación al premio Óscar, faltan muchas más. ¿A qué atribuye esta respuesta?
Agradezco que la pregunta vaya orientada hacia lo que ha venido sucediendo, y dónde estamos parados en este momento. Es más fácil partir de ahí.
La película ha escrito su propia historia y su propio camino, para sorpresa de propios y extraños. Empezó en México y luego se dio como un efecto de ondas expansivas: hizo ruido en el Festival de Morelia, luego la llevamos a Mar del Plata, Argentina, y como que también hizo ruido ahí, y de repente Latinoamérica estaba viendo la película. Y por supuesto, Colombia también. Yo amo el país, y te puedo decir mucho sobre mi amor por Colombia, que creo que se nota en la película, por la cumbia y el interés. Pero bueno, empezaba a establecerse ese diálogo, y luego apareció Perú y toda está esta situación alrededor de la película.
Yo creo que lo más importante es valorarla desde nuestros propios territorios, en esta región donde hablamos el idioma (aunque nadie puede entender cómo hablan los terkos -la pandilla de la película-, ni siquiera yo), pero también es importante que el mundo comience a verla con una mirada diferente y con una paciencia o expectativa diferente. Y cuando se suman directores increíbles hablar de la película, Almodóvar, Cuarón, Del Toro, el interés se vuelve un poco más abierto y legítimo, porque como tú bien sabes, en otras regiones del mundo esperan ver “pan con lo mismo” en la forma en la que hablamos sobre sobre las dificultades de nuestra región.
La cumbia, esa expresión musical panamericana de resistencia, protagoniza la cinta tanto como Ulises. Cuéntenos cómo unió esos puntos entre Monterrey y Colombia...
Pues mira, la verdad es que no los uní conscientemente, sino que fui observando, estudiando las cuestiones que vienen del mundo real. La cumbia, en sí misma, en sus orígenes en Colombia, son igualmente contestatarios. Tienen que ver con las personas esclavizadas, con los ritmos africanos heredados de esa tradición. Además la palabra cumbia es de origen africano, y hay quien dice que los pequeños pasos para bailar cumbia en Colombia, así rápidos y cadenciosos, tienen que ver de alguna manera con que las personas esclavizadas tenían los pies atados, por eso los pasos cortos. Y cuando uno escucha estas canciones de Andrés Landero, como ‘Cuando lo negro sea bello’, pues todo esto cobra sentido, ¿no? Entonces bueno, desde ahí ya hay un vínculo fuerte. Hay una cosa que tiene sentido, y por más lejano que parezca, en tiempo o distancia, la situación de estos chicos en México no es tan lejana.
La cumbia en México se arraigó en Monterrey particularmente por las letras del vallenato y de la cumbia colombiana que justamente hablan de esa nostalgia, de “cómo extraño mi sabana hermosa, cómo extraño mi tierra, mi mujer”, ¿sabes? Y en Colombia, que es super alegre y tropical, de alguna manera el ritmo tiene una una cadencia que va de acuerdo con la personalidad. En Monterrey, en estos años, una zona desértica, con un clima hostil, con la cercanía de la frontera, con la guerra contra las drogas, todo eso, la cumbia se ralentiza. De alguna manera, la cumbia rebajada exacerba y oscurece ese ritmo nostálgico, melancólico, y lo lleva a una realidad más contemporánea.
La cinta toca el exilio también, y un desarraigo que se replica al volver al hogar. ¿Hay algo de personal en esa historia?
No tiene elementos personales, no conscientemente, pero uno sí habla desde sus experiencias. Yo migré desde una posición completamente diferente, con muchísimo privilegio y con una beca para irme a estudiar por allá (una maestría en Columbia), pero sí hay una cosa que quisiera mencionar, y solo la vi en retrospectiva: esta idea de que se migra esperando que algo sea para bien, y cuando estás ahí, te preguntas, “¿No se suponía que esto era para mejor?”. Yo recuerdo estar en la maestría y pensar “Híjole, la verdad es que, más allá de extrañar o no, en México tenía una especia de libertad más en línea con mi interés de ser director de cine, de contar historias, y esto que estoy aprendiendo acá, estas fórmulas, casi me están aniquilando el amor por el formato, por el cine”.
A grandes rasgos y en retrospectiva, te diría que mi experiencia no tiene nada en qué compararse con el personaje en su gestación, pero que, mirando hacia atrás, hay elementos paralelos como ese.
Cómo llega a esta historia, por qué contar esta historia así...
Yo puedo ver a estos chicos y decir “¡Qué fascinante, hay que hacer algo con ellos!”, pero eso sería muy gratuito. Puedes explotarlo, hacer artículos en una revista, con ese ángulo poscolonial de “miren el nuevo espécimen extraño que encontré”, puedes ‘exotizarlos’ y muchísimas cosas más...
Pero, más allá del interés que algo te genera, así sea superficial (lo cual no quiere decir que esté mal), ¿qué vas a hacer con ese interés? ¿Vas a llegar al fondo? ¿Vas a investigar más?
En mi investigación me topé con un sociólogo colombiano, antropólogo, Darío Blanco Arboleda, que escribió un libro a partir de haber estado en Monterrey estudiando el fenómeno de la Kolombia Regia. Fue un libro de grandísima utilidad, y habla de los símbolos, de lo que él observó. Por ser colombiano, no sabes cómo lo recibían los chavos, lo dejaban entrar a los bailes con toda la libertad del mundo, él lo cuenta en su libro.
Pero, yo me pregunto, porque creo que la responsabilidad nuestra es sabernos hacer las preguntas duras, ¿desde dónde quiero ver esta realidad? Ya encontré, gracias a gente como Darío, unas respuestas sobre porqué estos chicos tienen que reinventarse a sí mismos, por qué la nueva familia se vuelve la pandilla, por qué se cambian el nombre, porque están respondiendo a una marginalidad, y por qué cuando el sistema los ha rechazado, ellos tiene la necesidad de reinventarse, de re-dignificarse. Es una necesidad humana. En ese sentido, a mí me interesa hacer un película que toque en eso para no caer en estos prejuicios, de que alguien por ser pobre y moreno es feo y peligroso. Es una ridiculez pensar así.
Entonces yo pensé, ¿desde dónde puedo ver esta realidad y estos elementos que he ido encontrando? El hecho de tener un personaje desterrado, en el exilio, hace que todo sea visto desde sus memorias, y ahí es donde yo, como director, me permito observar ese pasado en Monterrey, más allá de mi visión personal, a través de la emoción de mi personaje, que está recordando. Los recuerdos son emociones, no son información, entonces por ahí va.
El reparto suma muchísimo desde la química que transmite...
Cada chico tiene una historia detrás de cómo nos encontramos mutuamente, que es increíble y única. Ellos no se conocían, se formó una familia después de haber hecho la película, los terkos no existían, ahora existen, con eso digo todo.
La fotografía en general y las increíbles secuencias de baile marcan. ¿Cómo definió el aspecto estético de la cinta?
Tengo una consigna de cómo filmar, respetando los momentos, respetando la naturaleza del trabajo de los personajes. No es una película de realismo social, de cámara en mano. Pero si considera la forma en que la gente se relaciona con el lugar. Por eso decidimos fotografiarlo así. Dejamos que las tomas respiraran, queríamos acercarnos a la sensación de “un día en la vida de estas personas”, a su realidad. En un día en la vida de cualquier persona, por más que esté bien difícil la situación, hay un par de sonrisas, o por más que todo vaya alegre, hay una preocupación, una tristeza, o un recuerdo. Queríamos contar la película de esa misma manera. También, jugar con la cuestión del tiempo. Y que así como pueden bailar dos minutos y la cámara no corta, también en la escena más violenta, pasa en un segundo, no corta. Ambas con la misma duración, de alguna manera.