La Carpa del Mañana
Entre la música y la arquitectura: la novela histórica según Edward Rutherfurd
En la Carpa del Mañana en la FILBo, el escritor británico, autor de las novelas ‘Sarum’, ‘London’ y ‘New York’, habló sobre su oficio y sobre el papel de la historia en nuestra educación.
Edward Rutherfurd no existe. Al igual que los personajes de sus obras, es un constructo ficticio rodeado de realidad. El hombre que tuvimos en frente, hablando de novela histórica en la Carpa del Mañana de ARCADIA, se llama Francis Edward White. Pasó por las universidades de Cambridge y Stanford y tuvo una carrera como investigador político, librero y editor. Ha escrito novelas que van desde las 500 hasta las 1000 páginas, como Sarum, London, New York y París, donde, a partir de varias generaciones de personajes, se estudia la historia de ciudades como las mencionadas. Habló en el marco de la FILBo con el periodista Julián Santamaría sobre su oficio como escritor y sobre el papel de la historia en nuestra educación.
El trabajo de Rutherfurd, es importante mencionarlo, no consiste simplemente en la investigación en biblioteca de las ciudades sobre las que quiere escribir. Hay un proceso complejo en la conceptualización de sus obras. Rutherfurd compara su ejercicio con el de un arquitecto o un músico. Para su primera novela, Sarum, que cuenta la historia de lo que hoy es Salisbury, así como de las piedras de Stonehenge, Rutherford quiso remontarse 10.000 años en el pasado. Y para saber cómo abordar dicha tarea, el escritor pensó en los planos arquitectónicos de la Catedral de Salisbury, el primer edificio que él conoció. Pero para poder cubrir un periodo tan extenso, dice el autor, no solo se necesitarían los planos, sino toda la arquitectura.
Y la arquitectura es como la música, que tiene temas, repeticiones y variaciones de los temas. Esto lo traduce a la escritura al hablar de sus ya reconocidas familias de personajes. “Tienes que poder tener, a través de varias generaciones, a personajes de una misma familia que puedas reconocer de inmediato. Así que debes tener a familias con características muy claras”, explica el autor. De este modo, los temas musicales serían las características de la familia. Esas características vistas a lo largo de muchas generaciones serían las repeticiones. Y los rasgos de personalidad específicos que les dan individualidad a los personajes serían las variaciones de los temas.
Puede que estos rasgos compartidos a través de miles de años suenen simplemente como una muleta narrativa. Sin embargo, Rutherford dice, hace algunos años encontraron un cuerpo de un hombre de hace 7.500 años en una cueva de un pequeño pueblo en el occidente de Inglaterra. Con la ayuda de la tecnología y las pruebas de ADN, se encontró que el profesor de ese pueblo, así como tres niños de tres familias diferentes compartían ADN con ese hombre. La ficción, entonces, no se encuentra tan lejos de la realidad.
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Antes de empezar a escribir sobre los personajes, no obstante, Rutherfurd tiene que hacer varias cosas más. Lo primero es decidir el tema, el lugar. Una vez eso está claro, el escritor decide ir a caminar por esas calles, esos sitios, y deja que su imaginación vuele, pero no mucho, pues tiene que ser un relato aterrizado con precisión histórica. “Uno empieza a educar la imaginación”, dice el autor.
Por supuesto, hay una etapa de investigación sobre el lugar y su arquitectura, y esa investigación en un punto se encuentra con el entorno real que él ve y ha caminado. En este punto, puede decidir dónde viven o vivirían ciertos personajes y ahí hay una suerte de magia, pues los lectores tienen la posibilidad de encontrarse con los lugares reales que han leído en las páginas de Rutherfurd.
El autor también cree que es fundamental reunirse con historiadores locales. “Una categoría maravillosa de personas”, dice. Él comparte su investigación con ellos, y estos a su vez le pasan sus conocimientos. En ocasiones, incluso, diseñan capítulos de los libros juntos, según cuenta Rutherfurd. Pero lo más importante, aclara, es la precisión histórica, y esto puede tomar mucho tiempo porque “la historia es algo muy desordenado”. Eso hace que su escritura se dilate y le tome prácticamente el doble de lo que normalmente lo haría.
¿Pero por qué tomarse el problema de construir personajes para hablar de Historia? ¿Por qué tomar la ruta de la ficción para acercarse a un estudio de esta naturaleza? “Tal vez puedo hacer que la gente se interese en la Historia si hago un relato lo suficientemente entretenido e interesante”, explica Rutherfurd después de ampliar en el papel fundamental que para él tiene la Historia en nuestro desarrollo como personas.
Según él, esta debe ser vista como una misión de reconocimiento de un ejército. Un ejército invasor no entraría a un país que tiene una multiplicidad de tribus y religiones sin saber nada de ellas. No sabría qué culturas podrían ser aliadas y cuáles serían enemigas. Debería también saber qué le pasó al último ejército que estuvo ahí. “En resumen, intentamos no cometer los errores del pasado al conocer cómo fue ese pasado”, dice Rutherfurd.
El periodista Julián Santamaría conversó con Rutherfurd en la Carpa del Mañana de ARCADIA en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Pero la ficción también dota al escritor de una importante responsabilidad. El autor inglés afirma que no hay mejor diseminador de propaganda política que el escritor de ficción. Mientras que los discursos y los panfletos permiten ver la intención y motivación detrás de lo que se ha dicho, la obra de ficción puede hacer algo mucho más insidioso, donde el el lector, si el escritor es hábil, podría no darse cuenta de que está recibiendo propaganda política a través de relatos. “Todos los días cuando escribo, me digo ‘ten cuidado’, porque puedo estar difundiendo propaganda”, asegura.
Sin embargo, también puede ser muy útil. Rutherfurd cree, por ejemplo, que los maestros de Historia en los colegios deberían poner a sus estudiantes a escribir relatos de ficción sobre la época o el tema que se está estudiando. En muchas ocasiones, dice, solo tenemos datos inútiles, pero no sabemos realmente nada de una época en un lugar determinado. Si, por otra parte, uno se preocupa por crear a un personaje, tiene que saber qué lo rodea: de qué está hecha la cama de la que se levantó esa mañana, cómo es la calle en la que vive, qué ropa lleva puesta. Todo el proceso creativo de un cuento corto de ficción iría acompañado de investigación alrededor del periodo histórico en el que este se encuentra.
Hace muchos años, cuenta Rutherfurd, había un estudiante brillante en una facultad de Historia de una universidad en Inglaterra. Sus conocimientos eran inigualables y por eso iba a graduarse con honores. Pero antes de poder hacer eso, el estudiante tenía que ser entrevistado. Sus disertaciones eran tan geniales que los entrevistadores no sabían qué decir, hasta que alguno, simplemente por lanzar una pregunta, le pidió al estudiante que imaginara ser un hombre que en el año 1530 viajaba de Bristol a Londres. El estudiante quedó perplejo y no pudo responder en ese momento. Este hombre, dice Rutherfurd, “él lo sabía todo, y no sabía nada”.
Vea la conversación completa abajo:
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