ECOTURISMO
Si está en Melgar o Ibagué, estos son sitios que no debería perderse
Miles de colombianos viajan por carretera este fin de año. Anímese a conocer la belleza del Bosque de Palma de Las Cruces, que Alexander Von Humboldt mencionó en sus diarios; y el imponente Cañón del Combeima, muy cerca de los sitios de descanso.
Dicen que hay que pedirle permiso a la naturaleza antes de entrar a su hábitat para entablar una relación amorosa con el lugar. Eso hicimos al adentrarnos en el cañón del Combeima y en el bosque de palma de cera de Las Cruces, y salimos enamorados.
Un bosque por encima del bosque
El recorrido empezó a las seis de la mañana. Temprano. Pero cuando llegué al bosque de palma de Las Cruces, el más grande de su tipo en el mundo, me arrepentí de no haber madrugado más. El viaje inició en Ibagué, donde tomamos la vía que lleva a Cajamarca, un municipio ubicado a 40 minutos de la capital del Tolima. Seguimos por la carretera que conduce a Toche, un corregimiento situado a 2.000 metros sobre el nivel del mar, a tres horas de Ibagué.
Conducimos otros 45 minutos por el Alto de Toche. Suena un trayecto largo, pero los paisajes lo ameritan. El volcán Machín, algunas cascadas, la quebrada La Leona y el nevado del Tolima son verdaderas obras de arte.
Llegamos al bosque de palma, que se alza en plena cordillera Central a unos 3.000 metros sobre el nivel del mar. El cielo está totalmente despejado, el sol calienta, pero como estamos cerca del páramo de La Línea, el viento golpea frío. No se sabe con exactitud cuántas palmas hay en este lugar, pero sí que aquí crecen más del 86 por ciento de las 700.000 palmas inventariadas del país.
Entre más me introducía al corazón de este lugar, más diminuta me sentía entre estas plantas que llegan a medir de 60 a 80 metros de alto. Algunas, incluso, superan los 100 y pueden tener más de un siglo de vida. Estos árboles se caracterizan por su fuerza y resistencia gracias a la flexibilidad del tronco.
Es común cruzarse con armadillos, tigrillos, osos, dantas, águilas y hasta con especies en vía de extinción como el loro orejiamarillo y la lapa. Entre más avanzábamos, el aire era más puro. Este paraíso está en proceso de declararse santuario de palma. “Un bosque por encima de un bosque”, fue como lo describió Alexander von Humboldt. Y tenía razón. Aquí florece la paz y la tranquilidad.
En el corazón del cañón
En la cordillera Central también se esconde el cañón del Combeima, una formación geológica sobre la falla tectónica de Ibagué. Son 5.603 hectáreas y hace parte del Parque Nacional Natural de Los Nevados. El paisaje cambia con frecuencia. Hay diez zonas de vida, que van desde el bosque seco tropical hasta el páramo.
Esta vez la travesía comenzó hacia las 11:30 de la mañana. El punto de partida fue el centro de la capital del Tolima, donde se alquilan los vehículos de tracción que permiten recorrer el Combeima. Cuestan, en promedio, 70.000 pesos. Viajé en una camioneta Toyota 4x4 y, como el cañón empieza tan pronto como se abandona el casco urbano de Ibagué, a los cinco minutos ya estábamos en él.
Llegamos a Tres Esquinas a probar la bebida de la región: la caña. A mi izquierda, el río Combeima, fuente hídrica que da nombre al cañón y cuya corriente es tan fuerte que si el nevado del Ruiz hiciera erupción, la lava no tardaría más de 50 minutos en cubrir a Ibagué.
Más adelante nos encontraríamos con la vereda Pastales, reconocida por sus cascadas. La Plata es una de ellas. No es muy alta, pero sí tan ancha como dos camionetas 4x4. En este rincón del Tolima habitan más de 290 tipos de aves, unas 400 especies de orquídeas y –en la parte alta del cañón–, zarigüeyas y armadillos.
La caminata hasta el corazón del Combeima arrancó en Juntas, el paraíso de los escaladores con rutas de diferentes grados de dificultad. Valen la pena la del Lado oscuro de la Luna y George de la selva. El plan no se agota con estas actividades, los viajeros se liberan haciendo canyoning y rappel.
La última parada de este recorrido es el Silencio, a unas siete horas del nevado del Tolima. Para llegar se atraviesa el cañón en un teleférico verde. Fueron diez minutos de felicidad pura porque la vista es mejor que la de cualquier mirador. Una finca agroturística donde se hace avistamiento de aves, yoga y hay espacio para acampar nos dio la bienvenida.
*Periodista de Especiales Regionales de SEMANA.