DESTINO
Ubaque: el rincón secreto donde Andrés Cepeda escribe sus canciones
“No es fácil ser feliz en la ciudad”, dice el cantante. La felicidad para él se encuentra en una casa campestre a 50 kilómetros de Bogotá. Allí crea su música y comparte con sus amigos. En este texto el compositor de ‘Mi generación’ escribe sobre su refugio.
Por Andrés Cepeda*
Aun si lo quisiera, jamás podría negar mi herencia cundinamarquesa. No solo soy bogotano, mi madre y mi padre también nacieron aquí, sino que además, explorando un poco mi árbol genealógico, encontré que mis abuelos son originarios de Zipaquirá y Zipacón. Soy cundinamarqués por punta y punta.
Pero es mucho más lo que me une a esta tierra. Evidentemente, alguien que vive de la música, como yo, debe admirar los bambucos, los pasillos y las rumbas criollas. Estos ritmos andinos, tan escuchados en la región, me permitieron acercarme a la música desde temprana edad. Era imposible no hacerlo: mi mamá, un primo y uno de mis abuelos fueron tipleros, mientras que otros miembros de la familia tocaban la bandola y la guitarra. Estos sonidos no podían faltar en nuestras reuniones, con ellos crecí.
Podría hablar de muchas cosas que me unen a mi departamento, además de su música: su gastronomía, sus paisajes, su gente y sus historias. Pero hay un rinconcito que es muy cercano a mi corazón y se llama Ubaque.
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Cuando nací, mi papá tuvo la oportunidad de adquirir una pequeña tierra en este municipio, ubicado a unos 50 kilómetros de Bogotá. El lote se encuentra muy cerca de la hermosa laguna El Cacique, que es uno de los principales atractivos del lugar. Aunque no el único, a pocos minutos del casco urbano se encuentran el páramo de Cruz Verde y el cerro Guayacundo.
Volviendo a la laguna, crecí escuchando mitos y leyendas sobre el valor sagrado que tenía para los muiscas. Aun hoy muchos se preguntan si tenía oro, si ahí se celebraban ceremonias como las de El Dorado, o incluso si el verdadero Dorado le pertenecía a Ubaque y no a Guatavita.
Lo que sí tengo claro, según lo que he leído, es que la laguna era usada por sabios muiscas como un oráculo. Uno de ellos, después de haber tenido una visión, le avisó al zipa sobre la llegada de los españoles, le explicó que en los reflejos del agua pudo ver hombres rubios, de barba, montados sobre bestias de cuatro patas. Entonces, ahí fue cuando el cacique decidió esconder el famoso tesoro de El Dorado.
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Esa mística y esa magia aún hoy se perciben en el lugar, por eso me considero un privilegiado por tener esa casita. Toda mi infancia la pasé allí, es un espacio muy cercano a mi corazón y, también, al de toda la familia.
Uno de los recuerdos más especiales que tengo de Ubaque fue cuando aprendí a navegar. Mi papá me enseñó, en un pequeño velero no mucho más grande que la mesa que está aquí en frente (de unos dos metros de largo). Hoy día no tenemos embarcaciones en esa laguna porque hay un proyecto de conservación ecológica y, además, porque respetamos mucho su valor sagrado. Mi pasatiempo lo llevé a un lugar no muy lejano, al embalse de Tominé, donde soy socio de un club náutico. Allá tengo un pequeño bote y voy cada vez que puedo, esta época del año es una de mis favoritas, el viento se presta para navegar mejor.
La guarida
Cuando me hice mayor encontré en la finca un espacio de inspiración tremendo. El paisaje arrollador y el silencio lo convierten en un refugio propicio para la creatividad. Además, tiene la ventaja de que casi ni entra la señal del celular.
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Tengo equipos portátiles de grabación, de hecho estoy estrenando uno, que me llevo hasta Ubaque. A veces voy solo y en otras ocasiones subo con miembros de mi equipo que me ayudan a escribir y a preproducir. Muchos de mis discos incluyen pistas que han sido grabadas allí.
Además, he podido desarrollar procesos creativos distintos al de la música. Mi libro, Mil canciones que cantarte (2016), se escribió casi todo en Ubaque. Cuando los amigos de Editorial Planeta me invitaron a este proyecto, le dije a Andrés Grillo, mi editor, “yo me siento muy cómodo allí, vamos, pase unos días conmigo y hacemos las entrevistas”. Resultó muy bueno el ejercicio. Al principio nos fuimos los dos solos a revisar historias, a grabar y a transcribir. Después convocamos a otros compositores que habían participado en las canciones para hacer el mismo proceso. Había pocas posibilidades de que nos interrumpieran, por eso el tiempo rindió.
Pero no todo es trabajo, Ubaque es uno de mis lugares favoritos para compartir con amigos. Nos gusta preparar asados, paellas y hasta marranito en un horno de barro que tengo. También aprovechamos que el pueblo y su vecino, Choachí (queda a 15 minutos), ofrecen excelentes opciones de piquete. A veces llevamos morcilla, longaniza, chorizo y, si los comensales le ‘jalan’, hasta pescuecitos de marrano, una de mis especialidades favoritas de la región.
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Otro aspecto que me gusta resaltar del pueblo es la calidez de su comunidad. He tenido oportunidad de donar mi tiempo y mi música a eventos con la Alcaldía del municipio o con las parroquias de la zona. Hace seis años pude entregar unos instrumentos para la escuela, y así ayudar a fomentar la formación musical en Ubaque con la creación de la banda de guerra, que aún hoy existe y ha crecido mucho. ¿Cómo no hacerlo? Si le tengo tanto cariño a la gente de aquí. Cada vez que voy me hacen sentir en casa. Es mi refugio.
*Cantante.
Poema Ubaque
Subo
La sombra del picacho escurriéndose por la laguna
la luz entre los lotos que se lían bajo el muelle
el parloteo de polvo que se encrespa en los matorrales
los ojos de azogue de doña Belén, los dulces ojos de Rosita
el gancho que prensa el portón y las cañas de bambú al pie del alambrado
el lulo como centinela de la huerta y más allá la marca negra de una hoguera
azahares y naranjas duras y el brillo de la laguna en cada cosa
la penumbra que hace fresca la hierba del vecino
cerca de pinos, el peral estéril, la danza de alacranes
las cajas con aserrín en las que dejan sus huevos las gallinas
las reposeras en el patio, los tatuajes de liquen sobre las lozas de piedra
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Bajo
Clave que toca un pájaro en la ventana
maúllan las cuerdas de las hamacas allá afuera
spiccato de los aspersores que trasmiten arcoíris
Gallinazos sobre la modorra de los campos
lento y hermoso y pavoroso silencio, sus alas
nervioso mar de pollos blancos en los galpones
carcajadas de Alberto y balbuceos de Jerónimo y ladridos de ocho perros
calipso el canasto de cervezas contra el piso
corchos que exudan algas, las ranas, las cigarras
gotear de los remos sobre la laguna y la barca blanca y verde
el viento que nadie oye en el penacho de la montaña
Subo de nuevo
el barro y la colombiana y el pan mojado en los anzuelos
el humo del vertedero y el olor a cilantro recorriendo la huerta
las naranjas podridas blancas, la tierra rota, la gallinaza
el eucalipto y el plátano traslúcido y las flores altas del curubo
el lomo en el horno de barro, el vino, la buganvilla
mamá manda a decir que vayas por un cubo maggi a la tienda
papá lee en su cuarto piensa en los gallinazos
el hermano acaricia al perro y mantiene viva la chimenea
la hermana sale del baño y pone música de fiesta
Todo tan claro y tan ausente.
Santiago Cepeda R.
Nueva York
26-VII-2014
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