MEDIOAMBIENTE
¿Qué hicimos para arruinar el río Bogotá?
El río Bogotá fue clave para la formación de los humedales de la ciudad. Hoy, sus aguas contaminadas han puesto en riesgo a especies únicas en el mundo.
Las fuentes hídricas de Bogotá son parte importante de la región, pues han tenido un rol clave ambiental e histórico.
La historia geológica, ecológica y humana de la región de Bogotá, y en particular de la Sabana, ha estado condicionada enteramente por el agua, desde la formación misma del territorio: hoy sabemos que uno de los capítulos más interesantes e increíbles de esos años distantes fue el periodo de miles de años durante el cual la región estuvo cubierta por un gran lago, llamado mar de Humboldt o lago Funzé, que al desaguarse a causa de un gran evento sísmico terminó por formar el Salto del Tequendama.
En esta historia de la región, el río Bogotá –como eje de drenaje principal del territorio– cumplió un papel fundamental ya desde sus primeros días como canal principal por donde discurrieron las aguas producidas por el deshielo durante el último de los periodos glaciales, que precedió al actual periodo interglaciar, el Holoceno. La presencia humana en el territorio, que tiene algo más de 15.000 años, produjo una fuerte influencia en el río y en los elementos que componen su cuenca –es decir humedales, afluentes, quebradas, páramos, pantanos, lagunas, bosques inundables, etcétera–, variada en extremo según la visión y la cultura de los grupos humanos que han ocupado la zona.
Los primeros habitantes de la Sabana subsistieron en gran medida gracias a los recursos que les brindaban los humedales. Durante este periodo prehistórico, el gran lago, que se encontraba en proceso de retroceso, proporcionó alimento en abundancia y materiales para suplir sus necesidades más básicas. Más adelante, cuando los muiscas consolidaron una cultura avanzada, la cuenca del río sirvió como autopista para movilizarse en canoas y permitió construir un sistema de canales, vallados y represamientos que incluyó también cultivos piscícolas y campos agrícolas con sistemas de hidroponía y acuicultura.
Desafortunadamente, este escenario idílico de sostenibilidad y armonía entre el ser humano y la naturaleza que se mantuvo por varios milenios cambió drásticamente con la llegada de los europeos, quienes como parte de la dominación del pueblo muisca buscaron la transformación de su cultura y religión: satanizaron lo que era sagrado para los naturales y propiciaron un cambio total en la percepción de lagunas, ríos y humedales, que pasaron de ser considerados sitios sagrados, objeto de adoración, a convertirse en receptáculos de los desechos y suciedades de la población.
Con el tiempo, el nuevo uso desmedido de estas fuentes hídricas las tornó en vertederos de todo tipo de desechos que desencadenaron su colapso ambiental. Además, la deforestación desmedida y el asentamiento irresponsable de habitantes que realizaban actividades extractivas en las cabeceras de estos ríos produjeron emergencias que afectaron notablemente la vida en la creciente Santafé de Bogotá: hubo epidemias que causaron varias muertes y una escasez alarmante de agua que forzó a los gobiernos locales de la época a tomar medidas desesperadas en procura de nuevas fuentes de abastecimiento. La ciudad, que continuó creciendo de manera desbordada, en menos de un siglo terminó contaminando todas las fuentes de agua superficiales, secando gran parte de ellas y ocupando sus espacios. La situación es tan extrema hoy día que para el abastecimiento de Bogotá se precisa la captación de aguas pertenecientes a la cuenca del río Orinoco.
La precaria situación actual de la cuenca del río Bogotá y todos sus elementos hídricos ha hecho que se reduzca cada vez más una biodiversidad que era abundante hasta mediados del siglo pasado. Muchas especies, únicas en el mundo, hoy lamentablemente se encuentran al borde de la extinción, aunque los habitantes de la región están aprendiendo a valorar y cuidar cada vez más estas riquezas en riesgo de desaparecer.
*Ambientalista.