NIÑEZ INDÍGENA
En La Guajira hay una comunidad que erradicó la desnutrición
En Uribia está el pueblo indígena wayúu kepischon, conformado por 14 familias. Ellos, a través de Unicef y el Gobierno, lograron bajar los niveles de desnutrición a cero. ¿Cómo lo hicieron? En el amor está la clave.
Arena, sol, viento… y plástico. Mucho plástico. El paisaje de la pequeña península de La Guajira recuerda más a un remoto desierto de la África Subsahariana que a una región caribeña. Este lugar, denominado la capital indígena de Colombia, es la tierra de los wayúu. Una zona inhóspita donde el pastoreo y las tradiciones ancestrales se mezclan con el menudeo y el contrabando gracias a la porosidad de la frontera con Venezuela: una línea divisoria que no ejerce de límite para los wayúu.
En La Guajira hay más de un millón de habitantes, casi la mitad son de origen indígena y el 65,2 por ciento de ellos viven con necesidades básicas insatisfechas, según el Informe de Equidad en Salud 2016, elaborado por Unicef y la Universidad de Tulane, en Estados Unidos. Los niños y adolescentes indígenas, así como las mujeres embarazadas son los más vulnerables; según el Ministerio de Salud (Sispro) la tasa de mortalidad materna en La Guajira está en 180,9 por cada 100.000 bebés nacidos vivos, mientras que la media de Colombia es 51,15 (Análisis de situación en salud 2017); sin embargo, entre la población indígena la tasa se dispara hasta los 195 por cada 100.000 nacidos vivos.
Las cifras de mortalidad infantil también son desafiantes: 18,6 por cada 1.000 bebés nacidos vivos; en la Región Caribe es 15 y 11,15 a nivel nacional. Lo anterior es más preocupante si se tiene en cuenta que en el territorio hay casi 430.000 niños y adolescentes.
Desierto adentro
No es sencillo llegar al municipio de Uribia, en La Guajira; tampoco es seguro. El asfalto desaparece y la tierra obliga que la camioneta suene más fuerte, que se mueva de un lado a otro y que los ocupantes puedan acomodarse a las sillas. De pronto, después de cerca de dos horas, los plásticos desaparecen. Como un claro en el bosque, aparece la comunidad kepischon, formada por 14 familias wayúu con 12 hijos y 12 hijas. Esta ranchería es un caso único en La Guajira: tiene un molino de agua que permite el abastecimiento de los vecinos y su ganado, y garantiza la supervivencia en un territorio tan caluroso como escaso de sombras.
En esta remota ranchería, Unicef Colombia, con el apoyo de la Secretaría de Salud, ha fortalecido en las familias el cuidado y la crianza en la primera infancia a través de visitas domiciliarias y educación in situ. Lo anterior por medio de la estrategia Seres de Cuidado.
“Buscamos trabajar con la familia y la comunidad con agentes educativos que dan ejemplo a través de prácticas de cuidado y crianza. También involucramos a la institucionalidad para que responda a las necesidades de la comunidad en cuestiones básicas como salud, registro civil y servicios básicos”, explica Luz Ángela Artunduaga, especialista en Supervivencia y Desarrollo Infantil, de Unifcef Colombia.
Los objetivos son tan ambiciosos como variados: desde mejorar la salud materna e infantil, promover que los hombres cumplan un rol activo en el cuidado, crianza y desarrollo de los más pequeños, hasta la creación de espacios y comportamientos de afecto, estímulo, juego y comunicación, impulsando procesos de participación y empoderamiento de la comunidad.
Los equipos del Gobierno y Unicef realizan, junto con la comunidad, una evaluación inicial en diferentes indicadores sobre comportamientos. Son las mujeres wayúu quienes lideran este proceso y aseguran que las mediciones sean precisas, algo vital para que la estrategia tenga éxito. Los indicadores se revisan periódicamente, al tiempo que se realizan talleres con niños y familias, y un equipo móvil se encarga de la atención en salud con vacunaciones, atención prenatal, nutricional y bucal.
“Aprendí que tengo que llevar a mis hijos a sus controles de crecimiento y desarrollo, y tener sus vacunas al día. Gracias a Seres de Cuidado mi esposo está más pendiente de nosotros, me está llevando a los controles y cuando mis hijos se enferman nos lleva hasta el hospital”, explica en wayuunaiki, el idioma local, una madre de esta comunidad.
El logro más destacado, tal y como explica María Cristina Perceval, exdirectora regional de Unicef para América Latina y el Caribe, es que “aquí, en esta comunidad, ningún niño ni ninguna niña están desnutridos. Gracias al liderazgo de la autoridad de la comunidad y al trabajo conjunto de Unicef y el Gobierno, esta estrategia ha cambiado la vida de todos y cada uno de los niños y niñas, y también de las mujeres y los varones que viven allí”.
El reto ahora es extender todos estos resultados al resto de La Guajira y a otros puntos de Colombia con necesidades similares, especialmente aquellos donde los flujos migratorios desde Venezuela están sobrecargando los servicios públicos del país. De esta manera, con pequeños granos de ternura, se puede construir un oasis en medio del desierto.
*Especialista regional de comunicación de Unicef para América Latina y el Caribe.