INFANCIA Y PAZ
Las ventajas de la paz para Filipinas, una vereda del municipio de Arauquita
Aquí las nuevas generaciones sienten la transformación que trajo la firma del acuerdo final. Adiós a la guerra. Bienvenidas la educación, la salud, la garantía de que se respetarán sus derechos más básicos.
Hace 11 años Marcela Velásquez* le entregó su recién nacido a una de sus hermanas. Lo hizo porque así era la guerra. Porque no es el mejor lugar para un bebé de 2 meses y el conflicto, ese en el que llueven balas y las bombas explotan indiscriminadamente, no deja que se escuchen canciones de cuna. Hoy, a sus 37 años, Marcela no carga los 3,99 kilogramos de un fusil calibre 5,56 M16 totalmente cargado, sino el mismo peso, pero de su segunda hija: la hija de la paz.
Marcela vive con su esposo y sus dos hijos en Filipinas, una vereda ubicada en Arauquita, al margen del río Arauca. Este es uno de los 24 Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR). En el primer año de paz logró graduarse, realizar varios cursos y hoy trabaja como enlace de reincorporación. Se reencontró con su hijo en 2016, cuando la firma de los acuerdos se materializó.
Como lo explica Sergio Castelblanco, oficial de protección de la niñez de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia, “el acuerdo de paz es la más grande oportunidad que tiene el país para hacer realidad los derechos consagrados por la Convención de los Derechos del Niño”. Los niños y niñas que están siendo visibles gracias al acuerdo en tiempos de conflicto habrían nacido en condiciones que impedirían el desarrollo de sus derechos. Hablamos de los hijos e hijas de excombatientes que ahora tienen derecho a la identidad, pero antes no tenían ni siquiera la documentación adecuada, su familia los entregaba y perdían la posibilidad de ser ciudadanos plenos. Los menores nacidos en los últimos tres años representan un cambio en la forma de nacer.
Según datos cruzados entre la Misión de Verificación de las Naciones Unidas y la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), a pesar de la alta movilidad de personas que se presentan en los antiguos ETCR, en estos espacios viven al menos 929 niños y niñas entre los 0 y 17 años; 674 de ellos tiene entre 0 y 6 años. De igual forma, hay 62 mujeres gestantes en estos asentamientos.
Todos esos niños y niñas hoy pueden tener su documento de identidad, contar con cobertura de salud, educación y acceso a hogares infantiles, como el que hay en el ETCR de Filipinas, donde sus padres pueden dejarlos mientras trabajan o estudian. Estos beneficios, que podrían parecer obvios ante los ojos de aquellos que no supieron de las décadas de guerra interna en Colombia, son producto de la firma del acuerdo de paz.
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El acuerdo de paz alcanzado con las Farc ha sido uno de los pocos en el mundo que ha reconocido al interés superior del niño y la prevalencia de sus derechos como principios fundamentales de la implementación de la paz, lo que significa la obligación a las partes de considerar a la niñez en todas las acciones y decisiones que se tomen, esto sin duda ha beneficiado a los hijos de los excombatientes, de las comunidades aledañas y la niñez en general.
Desde la Misión de Verificación de las Naciones Unidas el trabajo no ha sido fácil. No solo se logró garantizar la vida y la supervivencia de miles de niños tras la firma del proceso, también se desplegó un trabajo con otras organizaciones para velar por el derecho a la educación, el desarrollo integral, la salud y la participación.
Este es el caso de la Institución Educativa Filipinas, que en palabras de su director, Daniel Báez, es un espacio donde se respira tranquilidad. Él tiene a su cargo 490 estudiantes, 321 son de Filipinas, y afirma que la cobertura académica aumenta anualmente entre 5 y 10 por ciento desde la firma del proceso de paz. “La educación mejoró. Se incluyó a la gran mayoría de la personas en proceso de reincorporación, se implementó el Servicio Educativo Rural (SER) y se han graduado 70 bachilleres entre excombatientes y población rural”, dice. También se crearon espacios de participación para estudiantes y se sigue trabajando para lograr convenios universitarios.
Entre Valeryd, 12 años; Leidy, 12; Yuliana, 11; Laura, 13; Jonathan, 14; John, 14, Camila, 11, y Gina, de 6, hay muchos sueños: ser cantante, arquitecta, pintora, cirujano, periodista, ingeniero, veterinaria o suboficial de la marina. Todos son estudiantes en Filipinas y muchos viven en el ETCR. Sus sueños, como sus derechos, son producto del proceso de paz. Velar por su cuidado tiene que ser prioritario para el Estado.