San Javier, comuna número 13 de Medellín, ubicada en el occidente de la ciudad. | Foto: Medellín Convention & Visitor Bureau

Imagen internacional

El escritor español que admira el empuje antioqueño

Lorenzo Silva reconoce el cambio que ha tenido Medellín y la pone como ejemplo de transformación esperanzadora para una nación.

Lorenzo Silva*
20 de agosto de 2017

Visité por primera vez Medellín hace diez años, en 2007, con motivo del XIII Congreso de la Lengua Espa-ñola. Recuerdo que fue una ocasión especial por muchos motivos; entre otros, porque en el congreso se haría la presentación de una nueva gramática del español. La ciudad, bajo el impulso de su muy activo alcalde de entonces, Sergio Fajardo, se esforzaba por ofrecer una imagen (y una realidad) superadora de los duros conflictos que la habían sacudido hasta la década anterior; en particular, a raíz de la actividad del tristemente célebre cartel de Medellín, bajo la dirección del capo (de también aparatosa y oscura memoria, pese al reciente y exitoso empeño por hacer de él un héroe de teleserie) Pablo Escobar Gaviria.

Recuerdo que me impresionó la apuesta de la ciudad por la cultura, como herramienta principal para su reinvención. También la inquietud genuina y generosa que observé en todos los encuentros y actividades en que tuve ocasión de participar. A la grata sensación que siempre nos produce a los que hablamos el seco español peninsular escuchar el habla melodiosa y precisa de los colombianos, se unía la impresión, no menos grata, de que las gentes de Medellín intentaban sobreponerse a esa época difícil buscando en la literatura, entre otras formas de expresión cultural y artística, una reparación sentida y verdadera.

Regresé a Medellín años más tarde, en 2015, con motivo del VIII Congreso Medellín Negro, organizado por la Universidad de Antioquia. En tan solo ocho años, pude apreciar una transformación espectacular. No solo en el urbanismo y el desarrollo económico, más que perceptible en las calles y los barrios de la ciudad. También en su pujante Fiesta del Libro, llena de lectores que participaban y buscaban y compraban libros con verdadero entusiasmo.

Tuve la percepción de que me hallaba ante el éxito de una apuesta ambiciosa e inteligente. Aquello que en 2007 era aún solo una tentativa, cargada de ilusión, se había convertido en una sólida realidad. No diré que la ciudad hubiera bo-rrado del todo sus cicatrices: persistían las desigualdades, por ejemplo, aunque la experiencia en los últimos años de la Europa occidental donde vivo, y donde las desigualdades han aumentado de forma notoria en la última década, me hace temer que esta es una circunstancia difícilmente erradicable de las socie-dades humanas. Lo cierto es que Medellín acertó a cambiar sus referentes; he ahí una ciudad que quiso y supo reinventarse.

*Escritor.