Medellín vive la música
Profetas de otra tierra
Por años, Medellín les ha abierto la puerta a artistas que encontraron en la ciudad aquello que no habían hallado en ninguna otra parte.
Si bien cuando llegó, en 1948, Lucho Bermúdez ya era un músico a toda ley, 15 años después, cuando se fue, era una estrella que había viajado a Cuba y México, y conocido, trabajado e intimado con los intérpretes más selectos de la música tropical de América Latina. Para el caso del Joe, fue en Medellín donde se unió a Fruko en 1973 y nueve años después formó su propia orquesta. Para ambos, Medellín fue una plataforma de lanzamiento y el resto, como se suele decir, es historia. ¿Qué ofrecía para ellos, y para otros foráneos, una ciudad textilera y andina? La respuesta es sellos discográficos. Sonolux, Fuentes, Codiscos, Sonomúsica, Ondina y Zeida son los grandes nombres de la época.
Una industria disquera, que el periodista especializado en música Jaime Andrés Monsalve define como “hegemónica”, atrajo a muchos. Entre ellos, a otros grupos de antología como Los Hermanos Martelo y la Italian Jazz. “Todo tiene que ver con los genes de emprendimiento del paisa —explica Monsalve—. Eso hizo que sellos discográficos muy importantes nacieran allá. También, el hecho de ser una ciudad céntrica permitió una buena distribución de material discográfico a otras regiones. Y, además, hay que tener en cuenta que Medellín ha sido una ciudad con una vocación étnica. Mientras que en Bogotá, por ejemplo, costó mucho trabajo la entrada del vallenato, en Medellín convivían muchos géneros”.
El maestro Guillermo González Arenas, un manizaleño que fue el director de la Italian Jazz —una orquesta muy singular, compuesta por diez músicos italianos—, coincide: “Medellín era la meta a donde querían llegar todos los músicos, porque era la única ciudad de Colombia que tenía las cuatro o cinco casas disqueras más grandes. Era el núcleo”. Hoy, a los 92 años, aún recuerda que llegó desde Manizales el 27 de abril de 1957, pocos días antes de la caída del dictador Rojas Pinilla, para tocar con su banda de italianos en el Club Medellín durante cuatro meses efímeros. Pero se quedó nueve años como director de orquesta y el resto de la vida, como músico. Aquí compuso su éxito más grande: El muerto vivo, esa canción que dice “no estaba muerto estaba de parranda”, y que grabó por primera vez, en los estudios de Sonomúsica, el Trío Venezuela —también foráneos—. En Medellín, además, el maestro González se convirtió en arreglista consentido de muchas estrellas, como Daniel Santos, que vino desde Nueva York a buscarlo para que le hiciera un arreglo.
González recuerda que la ciudad estaba llena de artistas cubanos y muchos costeños, entre ellos el mismo Lucho Bermúdez, junto a quien tocó y de quien se hizo amigo personal. También de concertistas europeos. “La presencia de músicos clásicos en la ciudad da cuenta del surgimiento posterior de Teresita Gómez o de Blanca Uribe”, explica Jaime Monsalve.
Los estudios de grabación, sumados a un intangible que Monsalve define como “la receptividad de la gente de Medellín para acoger ritmos”, eran una mezcla atractiva para los artistas. La Italian Jazz grabó su primer disco serio en los estudios de Ondina y luego de eso nadó en fama. Juan Nicolás Estela tenía cierto prestigio, pero solo se convirtió en ídolo cuando llegó desde Cali a Discos Fuentes a cantar go-go con Los Yetis. Rodolfo Aicardi salió de Magangué y aquí se transformó en estrella. Juan Piña fue otro de los consentidos de Fuentes y, en Codiscos, Rafael Orozco y el Binomio de Oro cantaron por primera vez un tema vallenato muy desconocido y anónimo que se titulaba La creciente.
Todos ellos, y muchos más, pertenecen a una constelación de músicos que encontraron en Medellín el lugar para cumplir aquello que el destino les tenía preparado.