El Joropo es el baile tradicional llanero. | Foto: César David Martínez

TRADICIONES

El joropo, según Pilar Schmitt

El Torneo Internacional del Joropo se vive con baile, ternera y la vibrante voz de los músicos llaneros.

Pilar Schmitt*
30 de septiembre de 2019

Para bailar joropo hay que tener las cotizas bien puestas. Y zapatear y escobillar durante horas. En el Joropódromo, más de 3.000 parejas a ritmo de arpa, cuatro y maracas hacen un colorido recorrido por las calles de Villavicencio. El joropo hace vibrar el alma. No es solo fiesta y diversión. Es tradición, folclor, remembranzas e historias de amor cantadas en ese enorme y bello mar verde que es la llanura colombiana.

Entre junio y julio se celebra el Torneo Internacional del Joropo. Los pasos de las parejas van enviando señales a toda Colombia, es la vibración que produce el compás de la música cuando se convierte en el palpitar del corazón. Este parrando llanero exalta la labor de artistas, creadores, investigadores, folclorólogos y gestores culturales. Y de disciplinas como la música y la danza, que reciben estímulos a través de este concurso al que se llega por medio de una convocatoria pública.

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Es también el lugar para encontrarme con mis amigos de infancia, compañeros de colegio y grandes artistas de música llanera como mi admirado Cholo Valderrama, el primer ganador de un Grammy con música llanera. O como Walter Silva, varias veces nominado también. O John Onofre, que une la llanura de Colombia y Venezuela. O Reynaldo Armas, pues quinceañera llanera que se respete ha recibido una serenata con sus temas. O Luis Silva y a Aries Vighoth. En fin…

Los cantos del llano, patrimonio cultural inmaterial del mundo, son cantos de trabajo vaquero, tradición de más de 200 años que entre sus cuatro variantes orales y sonoras están presentes en las labores del llano y en las canciones. Más que una fiesta, que sin duda lo es, y mucho, es un sentir de ese infinito mar verde en donde el azul del cielo se confunde con la tierra en la inmensa lejanía. De una tierra de morichales. De una región en donde el atardecer inspira canciones como Luna roja de Jorge Villamil, quien le canta al amor que no pudo ser; o en donde Eladio Tarife canta “llanera tenías que ser, amasada con pimienta y alegre para las fiestas, tú que le robaste al lago, la hermosura y el vaivén”.

Las labores diarias del llanero se vuelven deporte con el coleo, o se muestran como espectáculo con trabajo de llano, que es el día a día del llanero, hombre de soga y caballo, mostrando cómo llevar la vaca al ordeño. Tiene sabor, olor a bastimento, a ternera a la llanera o mamona: la carne se ensarta en palos sobre la candela, sin avivarla para que no se arrebate, dura de ocho a diez horas bronceándose y se sirve en hoja de plátano, acompañada de yuca, papa salada, plátano y ají. Ya se siente la saliva en la boca.

Aquel que viene, siempre regresa. Se lleva el recuerdo de las llaneras orgullosas de sus costumbres y de su herencia indómita, elegantes al bailar, misteriosas al cortejar y siempre con la sonrisa amable y poderosa. El llano es tierra de gente alegre, amable y hospitalaria, sencilla, generosa y con ganas de que el embrujo verde se confunda con su suelo en la inmensa lejanía. El que viene jamás se irá, recordará una canción que interpretar, que sentir, y una cita para gozar.

*Presentadora.