ENTREVISTA
Sergio Fajardo reflexiona sobre las universidades y su espacio en la ciudad
Aunque dejó su trabajo como profesor de matemáticas para dedicarse a la política, no necesita de un salón para sentirse maestro y reflexionar sobre la necesidad de eliminar las mallas que separan los campus de la ciudad.
SEMANA: Colombia tiene una educación superior de calidad y muchas de sus universidades invierten en infraestructuras innovadoras que invitan al aprendizaje. Sin embargo, el número de estudiantes matriculados es cada vez más bajo...
Sergio Fajardo: Por lo general, las universidades tienen muy buenas estructuras y hay algunas que han avanzado enormemente, como la Universidad Autónoma de Cali, que es sostenible. Pero creo que las universidades son muy difíciles de transformar, son lugares complejos. Para hacerlo se requiere un liderazgo con mucha capacidad para entender el siglo XXI, el origen de la universidad, la autonomía.
SEMANA: Su papá fue uno de los arquitectos de la Universidad de Antioquia. ¿La ve distinta hoy?
S.F.: La Universidad de Antioquia es la gran riqueza que ha construido el departamento a lo largo de su historia. Es pública, tiene 215 años –no hay ninguna universidad que tenga esa edad– y es un proyecto social de los antioqueños: era el punto donde se encontraban todas las clases sociales. Hasta hace muy poco, comparado con otras partes del país, era el sitio donde las personas de cualquier origen social iban a estudiar. Lo mismo que la Universidad Nacional de Medellín. Allí había un mensaje simbólico –político– potente.
SEMANA: ¿Mejor infraestructura es sinónimo de mejor calidad?
S.F.: La infraestructura es importante y temas como la sostenibilidad también lo son. Sin embargo, antes de pensar en ello hay que reflexionar sobre la universidad que queremos en Colombia y cómo vamos a transformarla. Aquí hay discusiones que están represadas, que van más allá de la infraestructura. Y se debate muy poco sobre esto. Aunque ahora no estoy metido en el circuito académico, soy consciente de los mínimos básicos en infraestructura que las universidades deben tener. La dignidad del espacio es uno de ellos y la relación entre este con la sociedad también. Tenemos que tumbar, eventualmente, las mallas que separan la universidad de la ciudad. El salón de clases debe ser el espacio más importante de la sociedad.
SEMANA: ¿Con cuanto calificaría la infraestructura de las universidades de las ciudades capitales en Colombia, la de las ciudades intermedias y la de las zonas rurales?
S.F.: No soy capaz de calificar. Sería irresponsable. Yo he ido a todas, seguro. Pero no he tenido el tiempo para mirar con rigor.
SEMANA: ¿Dónde se siente más cómodo, en la plaza pública o en un salón de clases?
S.F.: Soy científico, profesor y político. Los profesores nos relacionamos con el mundo transformándolo. Y en ese sentido, nuestra labor va mucho más allá del aula. Varias personas que participan en política –sobre todo en los pueblos– son hijos de maestros; ellos tuvieron la mejor educación, la mejor preparación desde la casa. Actualmente yo me siento mejor en la calle. Pero, igual, vaya donde vaya soy siempre un profesor, no necesito de un salón.
SEMANA: Usted se salió de las aulas para enseñar desde otros espacios como la política. ¿Qué gana la sociedad cuando los maestros van más allá del salón de clases?
S.F.: Ser profesor no es dictar una clase. Ser profesor es una forma de relacionarse con el mundo, de entenderlo, construirlo y transformarlo. Por eso, Antanas Mockus y yo somos profesores… ¡Y matemáticos! Siempre lo he dicho: si volviera a nacer sería otra vez profesor.