Crítica de cine
Refugiado: una historia para huir del maltrato
Lo mejor logrado de 'Refugiado' es esa violencia latente, que nunca se concreta pero jamás se neutraliza. Lo más débil es la forma de sobrecargar al personaje infantil de un fuerte peso dramático. Una reseña de Pedro Adrián Zuluaga sobre la producción del argentino Diego Lerman.
Refugiado, cuarta película del director argentino Diego Lerman y coproducida por la empresa colombiana Burning Blue, empuja al espectador a zonas inseguras y le exige reorganizar una y otra vez sus expectativas frente a lo que está viendo. Los códigos que podrían anclar al público y devolverle su tranquilidad se desplazan siempre a otro lugar. Lerman habla de la violencia física contra las mujeres, un terreno del que todos creemos tener un saber, desde la experiencia o desde el rechazo moral. Y lo hace sugiriendo una cercanía con varios géneros que son otras tantas promesas de familiaridad. El road movie, en su manera de seguir la huida y transformación de los dos personajes principales, la mujer víctima y el pequeño hijo que la acompaña en esa fuga lejos del hogar donde la violencia ocurrió. El thriller, por la permanente sensación de amenaza e inestabilidad y la manipulación de aquel saber del espectador, siempre proclive a imaginar un retorno del horror del maltrato físico. Y el drama psicológico, por el recato de los personajes y sus motivaciones.
En cada una de estas variantes narrativas, Refugiado es algo más o algo menos de lo esperado, frustrando con su extrañeza cualquier demanda de certidumbre y transparencia del público. Como road movie, los frágiles gestos de liberación o reconocimiento tan habituales en el género quedan suspendidos y ocurren de forma imprevista, en el marco comprimido de unas pocas jornadas. La posibilidad y el deseo de volver atrás (y propiciar con ello la repetición de la violencia) están siempre presentes como una amenaza más. Como thriller, el suspenso está puesto en los elementos del lenguaje cinematográfico más que en el argumento: la cámara refuerza la impresión de inestabilidad, y la fotografía, muchas veces oscura y en otras obsesionada con las superficies que reflejan luz, está al servicio de un sentimiento de opresión. Como drama psicológico, Refugiado evita la representación directa de los momentos climáticos de la violencia y se concentra en sus huellas, en el miedo y la ansiedad como sus más evidentes consecuencias.
Lo mejor logrado de Refugiado es esa violencia latente, que nunca se concreta pero jamás se neutraliza. Lo más débil es la forma de sobrecargar al personaje infantil de un fuerte peso dramático. Es fácil ganar la adhesión del público a través del punto de vista del niño, desplegado por toda la película hasta convertirlo en el centro de la narración. El mundo imaginario del menor está, no obstante, explorado por debajo de sus posibilidades, quizá como una forma de decir que ha perdido la infancia, el pensamiento mágico, antes de tiempo.
Refugiado no muestra al victimario, que es también el esposo y el padre. La inminente presencia del “monstruo” se mantiene fuera de cuadro y la evidencia física que de él recibe el espectador se reduce a una voz a través del “hilo” del teléfono. La película simpatiza con quienes se debe ser solidario: las mujeres y los niños. Esta decisión, incuestionable desde los mandatos de la corrección política, no deja ser maniquea. Al director le importa la superficie del drama y pone el acento en las acciones físicas y el seguimiento a unos cuerpos que se mueven por los planos como animales asustados, sacudidos en sus instintos más básicos de miedo, deseo y supervivencia. Pero es inevitable que, al no abrir el lente a un contexto más amplio, algo se pierda en la comprensión del universo representado.
El cine de Lerman se caracteriza por estas derivas y sustracciones, desde su potente ópera prima, Tan de repente, otro road movie truncado en sus propósitos. La continuidad de esta película con Refugiado es visible; ambas eligen el costado más vulnerable de la vida: personajes solitarios en trance de rearmar sus afectos a partir de lo más inesperado y siempre al borde de un precipicio. Estamos sin duda ante un autor, menor por la humildad de sus balbuceos, pero siempre interesante.