Teatro
‘Gato por liebre’, el monólogo de Piedad Bonnett regresa al escenario después de treinta años
La sala Buenaventura del teatro Casa E recibe la puesta en escena del monólogo escrito por la literata, dramaturga y poeta; en esta ocasión, bajo la dirección de Nelson Celis y la notable interpretación de Diana Ángel. Una mirada y una reflexión en torno a lo que esta consigue.

Mirar las fotos de mi madre, de los primeros años, desde que, junto con mi papá, tomaron la decisión de ir en busca de unas mejores condiciones de vida para ellos, hace ya unos siete u ocho años, me producía alegría…
El sol sobre sus rostros parecía amistoso; el verano embellecía con un tono amable las fotografías (dándonos cierta tranquilidad a los que las mirábamos desde la otra orilla de la historia, sabiendo, cómo se nos ha enseñado, que el trabajo es siempre una bendición); y el rostro de mi mamá, acostumbrada a poner una buena cara ante cada cosa, no me permitían entender en ese entonces todo lo que no decían estas fotos a simple vista. Vine a saberlo en carne propia años más adelante, cuando tuve la oportunidad de visitarlos y me puse a trabajar con ellos, en jornadas extenuantes de más de diez horas, con un sol que muchos decían era más difícil de soportar que atravesar el desierto. Esas labores, lo supe viendo este monólogo escrito por Piedad Bonnett, eran labores que solo desempeñaban hombres en ese entonces.

Decía un director a quién admiro mucho que, cuando una obra logra que el público necesite salir hablando de sus experiencias de vida, la obra ha funcionado como un reflejo y se ha logrado el fin máximo; provocar la empatía. Anoche, a medio camino, la obra ya operaba en mí de esta manera. Justo en el momento en que Esther Ramírez, personaje interpretado con agudeza por Diana Ángel, decide ponerse el overol de trabajo de su marido para reemplazarle en el trabajo, la imagen atravesó el escenario hasta mi silla y me confrontó con un recuerdo grabado en mi piel a punta de martillazos y clavos enterrados en la planta de los pies. El retrato de mi madre caminando sobre las paredes de madera, como una equilibrista, asistiendo a mi padre y a otros hombres en labores de construcción volvió a dolerme en las manos.
Gato por liebre es la historia escrita en clave de monólogo por Bonnett en la que se describe el periplo de Esther, una mujer de origen humilde, que debe aprender desde pequeña la rudeza del camino de aquellos que siempre están abandonando un lugar para sobrevivir. Esta historia expone en su interior una realidad común para muchas mujeres de nuestro país, que deben permanecer amparadas bajo la sombra de una figura masculina para sobrevivir la hostilidad de una sociedad en la que no ha sido posible garantizar paridad entre los géneros (aún hoy podemos encontrar muchos casos así).
Siendo muy pequeña, Esther comienza su viaje sin retorno con su madre. Siempre hay una madre sosteniéndolo todo, buscando una oportunidad en una gran ciudad y, después de un tiempo allí, la historia se desliza por las anécdotas de amor que va tejiendo nuestro personaje, con cada uno de los hombres con los que se pudo encontrar. Anécdotas que anuncian otra vez la fractura histórica que hay en el relacionamiento entre hombres y mujeres. Además, la reflexión profunda expuesta a través de los obstáculos a los que se debe enfrentar esta mujer nos permite reconocerle en distintos escenarios, comunes a la historia reciente de Colombia: paisajes que nos hablan del desplazamiento forzado, del sueño americano, de la falta de oportunidades laborales para el género femenino, del maltrato intrafamiliar, del abuso de poder, del abuso sexual, entre otros fenómenos.

Este monólogo es un arrojo a la palabra literaria, y puede pecar de un excesivo uso del lenguaje escrito, proporcionando a la escena una distensión entre la acción presente y el acontecimiento del que va la historia. La progresión de la narración se estaciona con facilidad en el uso de metáforas que podrían degustarse con más acceso en el campo de la lectura que en el campo de lo visual, lo que produce un efecto negativo en la velocidad con la que algunos aspectos de valor, como la muerte, o ciertas transformaciones a las que debe someterse el personaje, pasen ante nuestros ojos con una velocidad casi incontenible. Y perdemos la opción de digerir ciertos detalles.
No obstante, con gran habilidad, la actriz Diana Ángel atraviesa cada uno de los episodios, con sutileza y sensibilidad. Nelson Celis, director de la puesta, acompaña el viaje con una dirección que produce cambios oportunos, dándole un poco más de transición a los grandes saltos, comunes en los episodios literarios que no dan el efecto de causalidad al terreno de lo dramático. La voz de Ángel se estira en el espacio acompañando cada momento, no solo con una interpretación sobria, también con paisajes musicales en los que derrocha el talento al que ya nos hemos acostumbrado, y en los que nos permitimos reconectar sensiblemente con el acontecimiento.

El monólogo dramático es, sin duda alguna, una de las formas literarias más complejas de la escritura. Sus exigencias técnicas son tan altas que, a menudo, son abandonadas las formas dando paso a una libertad arriesgada que elimina limitaciones entre géneros. Esta decisión puede ocasionar una necesaria redistribución de las cargas que sostienen el hecho teatral. En este caso, la dirección y la interpretación hacen uso de distintos recursos como la música en vivo, la luz, la distribución espacial, en busca de darle apertura a un texto que parece no terminar de contar con la forma propia del monólogo. La tríada entonces cuenta con un solidario equipo que se complementa.
Por su lado, Bonett nos permite encontrarnos otra vez ante la dura verdad que habitamos aún hoy, treinta años después de haber escrito su monólogo. y nos confronta con la crudeza de los hechos que nos definen también como sociedad. Y aparece de nuevo la pregunta sobre los roles que desempeñan las mujeres en nuestra sociedad, pues la vehemencia de los actos que acompaña cada uno de los obstáculos a los que se enfrenta Esther, nos ponen al borde de ese abismo enorme que hay entre hombres y mujeres, haciendo visible la disparidad que hay entre aquello que se ha dicho que puede hacer una mujer y todas las barreras que han ido rompiendo, década tras década, siglo a siglo.

Con Gato por liebre, de Bonnet, yo me he confrontado ante la posibilidad de que mi madre sea una mujer precursora en el trabajo de construcción, que, hasta hace menos de diez años, se consideraba solo para “machos” en los Estados Unidos, y que, con un poco de organización y astucia, mi madre lleva haciendo por casi una década, abriendo la puerta a otras mujeres, tal cual como ha sucedido en otros escenarios, gracias a otras precursoras. La historia se repite y se repite, y las protagonistas siguen siendo ellas, que, con una determinación severa, no dejan de romper barreras tradicionales y culturales. Gato por liebre, es finalmente, una pregunta que todos debemos seguirnos haciendo.
*Funciones en Casa E hasta el 19 de julio. Más información y entradas en este enlace.