Así la gente se le desmarque, la saga Avatar es un fenómeno extremadamente popular y lo prueba un dato simple: las dos entregas iniciales, de 2009 y de 2022, son primera y tercera en el escalafón de películas más taquilleras de la historia. Su creador, James Cameron, sabe poner gente en las sillas, desde siempre, pero especialmente desde Titanic (la cuarta película en el mencionado escalafón).
El tipo se desvive por el séptimo arte, por eso critica que Netflix aspire a premios Óscar, pero no proyecte sus producciones en pantalla grande (razón no le falta). Y por eso se rescata que, desde la metáfora del mundo hermoso y en peligro que plantea para toda la familia en Pandora, este director que les llega a cientos de millones de personas en el planeta, su historia haga eco de situaciones complejas y reales, sociales y medioambientales, que se viven en países como Colombia, donde la lucha por el territorio y el conflicto armado se entrecruzan de tal manera.

Solo basta recordar, entre demasiadas, la historia de la activista colombiana Jani Silva, que esta semana salió de nuevo a la luz. Salió desplazada de su tierra a orillas del río Putumayo, donde construyó una casa en la que no puede vivir desde hace ocho años. Aun así, Silva sigue defendiendo su territorio, los ríos, si bien con protección, pues su vida corre peligro de las armas de fuego y una violencia que la quisiera borrar para controlar mejor el territorio. Y no sobra mencionarla, porque la familia Sully, protagonista de Avatar (híbrida entre na’vi y seres humanos que forman parte de la tribu de seres azules conectados con su madre naturaleza), vive lo mismo.
Tras defender su territorio, el clan se vio forzado a salir desplazado por el extractivismo militarista y corporativo de los humanos que, en una descarnada actividad ballenera (cazan tulkun, estas ballenas geniales de la saga), encuentra sus utilidades irresistibles.

Así pues, en esta tercera parte, que se estrena el 18 de diciembre en salas, a esta familia la encontramos acogida por otra tribu de naturaleza más marina, lejos de su bosque, lidiando con el duelo profundo de su hijo mayor, fallecido en combates con los humanos, y con Spider, un joven aliado humano que necesita una máscara para sobrevivir junto con ellos (como el resto de humanos en Pandora), y cuya falta de aire lo hace muy vulnerable a la muerte. No son tiempos felices. Las dinámicas entre padres e hijos en tiempos de duelo son duras y Cameron las expone. Aun así, los más chiquitos tratan de vivir su vida en un mundo mágico que los obliga a correr y protegerse cuando este entra en peligro (es decir, cada vez más).

Director, coguionista y productor, Cameron asegura: “Esta es una película sobre una familia que procesa lo que significa estar en una guerra, que los hijos estén en una guerra, que los padres dejen ir a sus hijos y confíen en ellos lo suficiente como para que tomen las decisiones correctas. Este es un tema importante. Y para Jake, que acaba de perder a un hijo, su instinto protector se traduce en un padre casi tiránico”.
Desde el título se entiende. Avatar: fuego y cenizas mira al lado oscuro y quemado de este universo, sin que esto signifique que se quede ahí. Es la entrega más darks, sin duda, pero Avatar sigue siendo una extravagancia visual increíblemente bella, especialmente desde su mágica paleta de colores y sus increíbles efectos en el agua (la interacción con los océanos y sus criaturas marinas son realmente sobrecogedoras en la pantalla grande). Y también hay espacio, claro, para el aire. Se introduce a los tlalim (los Comerciantes del Viento), “un clan nómada pacífico que surca los cielos” en embarcaciones increíbles impulsadas por criaturas fantásticas. Y claro, es posible que aparezca también el imponente rey de los aires, el Toruk Makto.
Por un lado, Jake, el líder de esta familia desplazada, sabe que los ataques no van a cesar y se debate sobre cuánto luchar para defenderse y cómo hacerlo, pues las flechas no parecen suficientes y las metralletas envenenan el alma. Y razón tiene; los conflictos vuelven. Porque si algo introduce esta entrega es una faceta oscura de los na’vi.

En primer lugar, por cuenta del clan mangkwan, que sufrió un devastador fuego, se sintió abandonado por la madre naturaleza, y por eso le da la espalda. Y, además, desde la segunda película se sabe que uno de los coroneles antagonistas es ahora na’vi. Un buen villano siempre hará mejor una historia, y un par de buenos villanos pueden potenciarla. Vale anotar que el maquillaje de los mangkwan y de su lideresa, Varang, es espectacular (recuerda un poco el arte del disco Book of Souls, de Iron Maiden).
Así pues, entre los humanos que no dejan de codiciar las utilidades que les deja este aceite de tulkun en Pandora y los mangkwan, se configuran suficientes amenazas. Y por cuenta de relaciones de sangre y situaciones cambiantes, entre muchos de estos grupos se generan confianzas, desconfianzas y alianzas insospechadas. Esto le sirve a la historia.

Parar o seguir
James Cameron aseguró que si esta tercera parte de su aventura no iba bien en taquillas, terminaría todo, pero resulta difícil creerle porque no está claro qué es “exitoso” en su escala irrepetible. Incluso, si fuera el caso, tendría sentido cerrar la saga explorando su mayor densidad, pero poniendo esperanzas en las nuevas generaciones.
Y es que el esfuerzo de realizar esta producción no fue nada menos que titánico. Avatar: Fire and Ash congregó a más de 1.500 personas en su rodaje en Nueva Zelanda; se diseñaron más de 387 piezas de vestuario y se armaron 3.382 tomas de efectos visuales, porque sigue siendo una montaña rusa audiovisual, más intensa emocionalmente que en sus entregas previas, pero igualmente asombrosa.

Cameron además hace énfasis en que la inteligencia artificial no tiene cabida en su producción. El director cree en celebrar a los actores, no en reemplazarlos, y explica que si bien en Avatar estos actores tienen un maquillaje digital, cada emoción es genuinamente actuada y físicamente entregada (y ¡qué atletas que son todos!).
Todo resulta en una experiencia de tres horas y 18 minutos que alterna entre contemplación dura, revelaciones y mucha acción. La extensión puede retar en salas a los más pequeños, pero a todos exige estrategia (antes de entrar, ir al baño es obligado).
Cameron tiene dos partes más en la cabeza, según ha anunciado, y si sobrevive esta tercera, la más retadora para el público desde sus temáticas y su extensión, sabremos dónde más proyectó su historia. Lo más importante ya está dicho, pero no por eso queremos dejar de sumergirnos en estas aguas.









