Cine
‘Bones and All’ (‘Hasta los huesos’): este cine muerde, deja marcas en la piel, pero se alimenta de sensibilidad
En el caso de la película más reciente de Luca Guadagnino, que se estrena en el país, una fórmula básica aplica: si ciertos detalles sangrientos no lo marean, no se la puede perder.
Bones and All (Hasta los huesos) ofrece una narrativa poco convencional. Mira a sus protagonistas Maren y Lee, dos jóvenes con tendencias caníbales, desde un lugar que no los condena, carga sus cruces con ellos. ¿Son estos “monstruos” víctimas o culpables? ¿Son seres humanos sensibles? ¿Puede cambiarlos el amor? ¿Salvarlos de sí mismos?
Maren (Taylor Russell) y Lee (Timothée Chalamet) no siempre están juntos. Antes se tienen que encontrar en el camino, antes tienen que entender la naturaleza de sus impulsos y en qué medida satisfacerlos, controlarlos… antes tienen que sentir lo que es ser abandonado y lo que significa huir para salvarse y salvar a otros. En ese sentido, se exploran y revelan las muchas grietas causadas por dinámicas de familias disfuncionales.
La película es, ante todo, una historia de amor de esas que desconciertan para gran efecto. Se queda dando vueltas en la cabeza. Muy bien pensada y filmada, también es un thriller y quizá unas cuántas cosas más, como una road movie ochentera que atraviesa varios estados del midwest y el norte estadounidense (viajando de Maryland a Minnesota).
En ese viaje se abordan inquietudes y matices sociales desde la autoría artística. Para hacerlo, se apoya en una fotografía notable que fluctúa entre paisajes amplios, cuartos sucios, casas viejas y una carga ‘gore’. Se ve la sangre, y a veces también, en el llanto, se ven el moco y la saliva. Guadagnino propone un viaje intrigante e inestable y lo transita con naturalidad. Y ese es el reto, que trascienda el espanto, porque como viaje resulta fascinante.
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El italiano, que se puso en el mapa con Call Me by Your Name en 2017 y el año siguiente entregó un valioso remake de Suspiria, acá lleva al espectador a un punto intermedio entre estas dos producciones, en el que no quiere ver ciertas cosas pero tampoco puede dejar de hacerlo intrigado por el desenlace que viene.
El color rojo comienza a volverse familiar, y su despliegue oscila entre lo potencialmente aterrador y lo potencialmente risible. Así, por momentos, quien observa rompe el propio prejuicio y logra sintonizarse con la vida de esta raza de desafortunados que solo entre ellos pueden entenderse, que pueden olerse a lo lejos. Son más que dos, se descubre, y no todos tienen tanta consideración por los demás.
La experiencia puede impactar, sin duda. No es para todos, pero recompensa, estimula. Guadagnino no es David Cronenberg, pero juega en ese barrio oscuro de las posibilidades y le suma esa alma y corazón inherente a su trabajo. A la vez, da la impresión de que la cinta se restringe levemente para no espantar a un público general que busque algo que lo rete y lo mueva. Y lo consigue.
Russell y Chalamet (quien también produce la película) lideran el reparto, llevan al película, pero los roles secundarios, especialmente los interpretados por André Holland, Chloë Sevigny y Mark Rylance marcan profundamente el camino: algunos son aliados, algunos villanos, algunos aliados y villanos a la vez, y sus actuaciones agitan. Y otro de los actores fetiche de Guadagnino, Michael Stuhlbarg, suma con su rol una dosis de desequilibrio rural.
Por último, la banda sonora, compuesta y seleccionada por Trent Reznor y Atticus Ross, colorea de manera maravillosa la ruta de oscuros, grises y una que otra luz. Las composiciones originales suman capas emocionales íntimas y, en escenas particulares, como en aquella que retumba “Lick it Up” de KISS, la escogencia de las canciones impacta desde su guiño humorístico. Pero es Joy Division la banda que deja un mayor sello atmosférico al encapsular la emoción, el rechazo, la euforia del amor que quizá puede ser y la añoranza de lo que jamás será.
*Llegó en agosto de 2023 a Prime Video.