Crónicas de rock
Bring Me the Horizon en el Movistar, o cómo borrar fronteras entre concierto, inmersión y videojuego
La experiencia que ofreció la banda británica, que se inspira en la huella tecnológica de este siglo y se magnifica en su explosiva e inmersiva aplicación, logró mantener su foco en música a la que le sobran picos emocionales. Así vivimos la noche.
Fue otra de esas noches dementes en la capital, que se quedó sin final de fútbol pero que triunfa todo el año en el rubro de los espectáculos musicales en vivo. Tanto así que, en ciertas noches, la ciudad anota varios goles al tiempo e, inevitablemente, obliga al público a escoger. La del 11 de diciembre fue una de esas.
Por un lado, en el Coliseo MedPlus, tocaba todos sus éxitos Lenny Kravitz, uno de los hombres más deseados del mundo, que, más allá de ese detalle (uno que no escapa a nadie mientras toca la guitarra y comparte su arte), resulta ser un excepcional e irrepetible músico que ofrece un show de rock cargado de soul, como pocos (solo con el solo de “Believe” ya paga la boleta, pero entrega tantísimo más). La fortuna esta vez no nos llevó vivir su show, y en ello influyeron el tráfico bogotano y las distancias, pero también el hecho de poder experimentar otro tipo de espectáculo. Eso lo ofrecían, sin lugar a dudas, los británicos de Bring Me the Horizon (BMTH).
Luego de su visita más reciente al país en el marco del Knotfest 2022 (que rockeó en el parqueadero de el Campín y en el Movistar Arena), y que generó emoción para sus seguidores y algo de rechazo en los metaleros más puristas y cansones, la banda de Sheffield regresó con su metalcore ampliado (en cuestión de géneros, son constante evolución) y su arrasadora propuesta audiovisual a Bogotá. En 2011 tocaron en el Teatro Metro; en 2022 tocaron en el (adecuadamente adecuado) parqueadero de El Campín; esta vez, en su tercer concierto, en 2024, únicamente con su gente, más grandes que nunca, se tomaron el Movistar Arena para no generar otra cosa que entusiasmo puro.
Si bien hubo algo de atípico represamiento en las entradas del escenario capitalino, las tribunas se llenaron y la platea se fue conformando en sus dinámicas particulares. Porque pronto se hizo claro que el pogo que sucede en estos conciertos no es igual a otros. Abre el espacio, y si bien apela a movimientos más agresivos, también son más aislados. Hay patadas amplias de karate, hay saltos y puños, todos al aire. Y no se ven los impactos, solo la descarga.
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Muy puntuales, a las 7:50 de la noche, salieron a escena los cuatro músicos de la banda telonera, que resultó una muy grata sorpresa. The Plot in You, conformada en Ohio, Estados Unidos, llevó música muy en línea musical con lo que vendría en el plato de fondo, con baterías muy precisas, con distorsión y con voces altas y guturales. Dejaron una muy buena impresión y retaron al público hasta calentarlo, soportando el reto con su gran ejecución y un sonido que les permitió brillar. Se despidieron ovacionados tras 40 minutos de concierto que no se sintieron largos, se apreciaron.
Mientras salía a escena la esperada banda, la organización soltó una tanda musical enfocada en el nu metal, que demostró lo mucho que nos gusta Korn y, sobre todo, la impresionante respuesta en la gente de “Chop Suey!” de System of a Down. Así sea en modo ambientación, la mayoría de presentes no pudieron ni quisieron evitar cantarla de corazón (¿vendrán acaso los System a la capital a tocarla en 2025?, parece un hecho, y seguramente será un éxito).
¿El concierto del futuro?
Al golpe de las 9:05 de la noche las pantallas laterales se activaron, y se simuló el acto de encender una especie de Playstation. Y entonces, después de unos minutos de sonidos ensoñadores, empezó la experiencia, empezó el juego, porque la gran presencia que comanda este espectáculo hizo clic en Start, lo vimos en la pantalla central.
Esta entrega, que también se nutre de los mejores rides en los parques de diversiones del primer mundo, saca mucho provecho de esas dos pantallas laterales y, claro, de la principal, porque las hacen dialogar de varias maneras. Y gracias al impresionante trabajo de mapping y programación, asombra en múltiples ocasiones. No deja de hacerlo.
Es en ese trasfondo que se presenta BMTH, que por un lado, nos ofrece a sus músicos y cerebros, liderados por el cantante Oli Sykes (la gente lo aclama solo a él, pero hay mucho qué aplaudirle a sus colegas Matt Nicholls, Lee Malia y Matt Kean), y por otro, nos arroja al mundo de sus personajes e historias, a su narrativa (de su parásito, Eva), que borra la línea entre videojuego, experiencia y concierto. Sumando el factor presencial del público, lo que consigue este show es difícil de encasillar, bastante único.
Es inmersivo, es explosivo, es siglo XXI, es un impresionante despliegue de música, fuego, humo y cañones de papel en servicio de acentuar los picos emocionales de las canciones y sus estallidos. Para el gusto particular, sus breakdowns metaleros fueron nada menos que memorables (”Parasite Eve” deja una buena muestra), pero es claro que para muchos otros los versos acompañados con fervor, como el “We’re going nowhere!” de su canción “Shadow Moses”, marcaron la noche. Y los hubo, muchos.
A toda la ilusión que proponen (enaltecida por las pantallas que, por ejemplo, manipulaban la imagen de Sykes mientras cantaba de maneras sorprendentes) suma que ellos mismos, los músicos, se integran al teatro. Se ve en pequeños detalles como que, al final de la genial Sleepwalkers, su baterista Matt Nicholls se para de su silla y simula por unos segundos ser un sonámbulo más.
Hubo tiempo también para ritos esperados, como invitar a una persona del público a cantar la canción “Antivist”, que no es nada sencilla, que lleva a la voz al límite, pero que la escogida que subió al escenario supo sortear. Se ganó su ovación y una memoria vitalicia, sumando su cuota en una noche para el recuerdo de todos.
En medio de tanto bombardeo sensorial, a veces uno se pregunta si la música debería ser “más protagonista”, menos complementada, quizá. Pero no toma mucho entender que en la transgresión de esa norma, BMTH también expresa una intención.
Es un concierto imaginado desde el tiempo adelantado y virtual en el que ya viven muchos jóvenes de la era digital. Para generaciones mayores, como la mía, es como el cine podría visualizar los espectáculos en 2035... pero BMTH viene planteando este futuro-presente hace unos años. Y, para cerrar un 2024 de conciertos memorables, lo entregaron en toda su gloria anoche en Bogotá.