ANTROPOLOGÍA
Del Antiguo Egipto y ‘celebrities’: los faraones hoy globalmente famosos no eran venerados por su pueblo
Una exposición en Francia plantea responder por qué, si no fueron los más importantes, algunos reyes y reinas del Antiguo Egipto son más conocidos y publicitados que otros. La realidad no dista mucho de las dinámicas del siglo XXI: la fama se basa en los ‘momentos de Instagram’ antes que en el mérito.
La civilización del Antiguo Egipto se extendió por casi 3.000 años y fue comandada por unos 340 faraones. La cifra impacta a varios niveles. En primer lugar, porque fue tan vasto el periodo que entre el reinado de Keops y el de Cleopatra transcurrió más tiempo que entre el reinado de Cleopatra y estos días. Y, en ese orden de ideas, también sorprende que, de cientos de soberanos, solo un puñado de nombres reciben toda la gloria y la fama de la absoluta fascinación masiva que provoca su legado social y cultural.
Hay caprichos en toda historia, es innegable. Mucho se escucha hablar de Keops, Nefertiti, Tutankamón, Ramsés y Cleopatra, pero hasta ahí llega la lista de faraones superestrellas, y es evidente que no solo estos fueron soberanos admirados por su pueblo. De hecho, algunos de estos superfamosos no lo fueron y parecen reflejar más lo que Occidente logró sacar y lo que hizo de ellos desde el siglo XX: símbolos de una época cautivadora, sin reparar mucho en sus legados. También, claro, jugó la suerte. Algunos son celebridades, pues los descubrimientos humanos iluminaron sus existencias como no sucedió con otros.
Tutankamón fue protagonista en 2020 de una de las muestras más impresionantes de la era moderna, con casi un millón y medio de visitantes en el Louvre, y Cleopatra es personaje de mitos, pinturas, telares e incontables películas de cine. Estos son dos ejemplos del efecto cultural con impacto presente, sujeto de curaduría y reflexión estos días en la muestra ‘Pharaons Superstars’ en el Mucem, de Marsella, Francia (que se extiende hasta agosto).
Para Frédéric Mougenot y Guillemette Andreu-Lanoë, los gestores de esta particular exhibición de más de 300 piezas, la muestra pretende analizar la distancia entre el impacto real y el mediático de la vida y obra de los faraones (entre otros factores, como la narración que se les dio después de la cristianización de dicha civilización, que marcó la era faraónica). En la exposición importan tanto un imponente puño de una estatua de Ramsés II como telares de la era napoleónica, y un afiche publicitario del siglo XX en el que Nefertiti le habla a Occidente, en un color naranja inolvidable.
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Por eso, ‘Pharaons Superstars’ refleja lo que sus curadores llaman “la ironía de la historia”. No muy diferente a lo que pasa estos días, aquellos líderes que más hicieron para su gente pasan por debajo del radar de la cultura popular de hoy. Los faraones a los que los súbditos egipcios adoraban no son los que ahora admira y menciona el gran público occidental. ¿O acaso se ha escuchado de Ahmosis, de Nectanebo o de la reina Ahmose-Nefertari?
Mougenot y Andreu-Lanoë explican que, al trazar los destinos póstumos de algunos reyes y reinas del Antiguo Egipto, se puede ofrecer una reflexión sobre la noción de celebridad, que tiene ecos en el pasado, pero inspirada en el presente. Para este par de egiptólogos, “la idea de la exhibición nos vino de ver y contrastar obras de arte y objetos recientes que mencionan a los reyes y reinas de Egipto. Por ejemplo, una estampilla del siglo XIX que hace figurar a Sesostris entre los antepasados de Napoleón I, un preservativo estadounidense marca Ramsés o la canción Nefertiti, de France Gall”.
Fotos de la discoteca Keops, un templo rumbero en Bogotá en los años ochenta, podrían fácilmente integrar esta muestra, como bien lo hace una motocicleta francesa del mismo nombre, comercializada en 1926 en el país galo. Como ilustra también la exposición, en el Egipto de 1960, usted podía conducir un auto modelo Ramsés, fumar cigarrillos Cleopatra y confeccionar su ropa en su máquina de coser Nefertiti. Y la muestra ilustra por qué estos soberanos, que murieron muy lejos y hace miles de años, siguen tan presentes en el imaginario colectivo.
Fama no es devoción
Esa longevidad asociada a sus imágenes cubre un periodo de más de 5.000 años en la muestra. Toca la época de los egipcios, la Edad Media y este tiempo presente, durante el cual la fascinación por estas figuras no ha disminuido un ápice. Sobre los ecos de los faraones, Mougenot asegura que “su celebridad, sus monumentos y sus momias nos hacen pensar en la eternidad, en una especie de victoria contra la muerte. Además, los reyes y las reinas de Egipto evocan imágenes de juventud, de belleza física, de riqueza y de poder individual sin par y sin contestación, todavía atractivas”. La mencionada exhibición enfocada en Tutankamón en el Louvre, un joven faraón que no llegó a los 20 años, aunque resuena poderosamente en la cultura, lo prueba. Como pocos, este monarca se ha beneficiado de lo que se puede considerar un momento memorable. El descubrimiento de su tumba hace 100 años, en 1922, gracias a la expedición liderada por el explorador británico Howard Carter, se topó con lo impensable: una tumba intacta, congelada en el tiempo, libre de pillajes y saqueos, a diferencia de las encontradas hasta ese momento.
Fue un hecho de leyenda arqueológica y marcó la pauta en el siglo XX, pues, además, se rodeaba del misterio de la supuesta maldición que arrojó sobre sus protagonistas. Pero ¿fue el joven rey querido por sus súbditos? Lejos de eso. Asociado al legado de su padre, Akenatón, el rey iconoclasta que creyó en un solo dios y desafió el politeísmo, y de su madre, Nefertiti, cuyas reformas no sentaron bien en el pueblo, Tutankamón era más bien detestado. Por eso, sus estatuas fueron atacadas y desfiguradas, y sus templos, apropiados por los sucesores. Nefertiti también se benefició de un descubrimiento no tan espectacular como el de su hijo, pero suficientemente resonante para hacerla un ícono del siglo XX.
15 minutos de fama
La muestra se toma el tiempo de iluminar a varios monarcas considerados memorables por sus gestas. En esa búsqueda, los historiadores y arqueólogos establecen que, en el pensamiento egipcio, el individuo persistía mientras persistía su nombre y siempre y cuando sus imágenes se conservaran. Los reyes preparaban su muerte erigiendo templos y estatuas con su nombre y también homenajeaban a los antepasados. Eso sí, debían obrar para la comunidad entera a fin de ser queridos.
Entre estos monarcas venerados por su pueblo, por sus gestas como defensores de las fronteras y proveedores de bienestar, están Sesostris I, Sesostris III (inspiradores del nombre de una mariposa negra y verde en este continente, en 1779), Tutmosis IV y Ramsés II. En lo que respecta a Ahmosis, el faraón guerrero, y a su reina y hermana, Ahmose-Nefertari, se les veneró y adoró por reunificar a Egipto en el siglo XVI a. C., luego de un largo periodo de divisiones políticas. Un escriba lo llamó “el rey victorioso”, y hoy en Egipto aún se lo considera un héroe.
Y porque algo de justicia histórica no sobra, vale anotar que así como Keops es memorable, también lo deberían ser Teti y Menkaura, celebrados por los egipcios antiguos. Igualmente, otro faraón que sus sucesores se encargaron de exaltar desde las estatuas y templos dedicados en su nombre: Nectanebo II, a quien se representó como un halcón protector. En consecuencia, es válido tomar distancia de la fama para reforzar la idea de que el crédito debe llegar a quien lo merece.