In Memoriam
Egidio Cuadrado: recordamos al alma y el acordeón de La Provincia, un hombre enamorado de la vida
Falleció el excepcional músico, figura por décadas de La Provincia, el conjunto liderado por Carlos Vives, con el que llevó los sonidos vallenatos y colombianos al planeta entero.
Es tan indiscutible que ni los puristas se atreven a tocarlo. Y eso en Colombia, el país de la magia y de la envidia, es mucho decir. Egidio Cuadrado, nacido el 15 de febrero de 1953 en Villanueva, La Guajira, fue un embajador irrepetible de la música vallenata. No solo por una ejecución magistral del acordeón, que nacía de su talento y su curiosidad autodidacta, también por su inventiva. Y, más allá del arte, su increíble don de gentes lo hizo felizmente recordado por donde pasó.
Ante su pérdida, las lágrimas que han derramado sus seres queridos y el país son inversamente proporcionales al inmenso gozo que causó en vida. Y es repasando su sonido y sus canciones que se hace claro que su música perdurará, y con ella su genio eterno.
Una neumonía se lo llevó muy pronto de este plano, a los 71 años. Espíritu genuino y desbordante, Egidio fue parte esencial de una banda que partió en dos la historia de un género, el vallenato (que en sus manos sonaba demasiado bien). Porque tras ser declarado Rey Vallenato en 1985, emprendió un camino atípico.
Junto con La Provincia, grupo liderado por Carlos Vives se propulsó a la historia, reinterpretando varios clásicos de maestros en el memorable disco Clásicos de la provincia. Vives y Cuadrado ascendieron juntos al estrellato. Ese trabajo los puso en un mapa único del cual jamás salieron. Sentaron las bases de un sonido nuevo que hoy, todavía, puede agotar escenarios.
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Pero fue con La tierra del olvido que sellaron su huella eterna. Este desplegaba canciones propias, covers de lujo como Fidelina, de Alejo Durán, y aportes de increíbles músicos que ya se despidieron, como Egidio, su hermano Heberth, y el guitarrista Teto Ocampo. A ese trabajo se puede atribuir casi enteramente el fenómeno del tropipop. En él, Egidio sumó su composición “La puya puya”, genial y efervescente.
Con Vives, sin embargo, venía tocando desde mediados de los años ochenta. Y la revista Rolling Stone relata en su voz como Egidio, cuñado de Rafael Escalona, hermano de la Dina Luz a la cual le cantaba el maestro, recordó el encuentro que le cambió la vida: “Mi compadre Carlos estaba de amores con la Mencha, y llegó con ella a una parranda en la que yo estaba tocando. Le tocábamos a Caracol, a Enrique Santos; a toda esa gente. Y yo les dije a mis hermanos: ‘Miren, ahí llegó el Gallito Ramírez. Venga, compadre Gallito, a cantar aquí con nosotros’. Y ese día cantó “Tu ausencia” y “La casa en el aire”. Le dije: ‘Compadre, usted lo hace bien’. Empezamos ahí, y luego trabajamos en Escalona. Fue un éxito, gracias a Dios”.
El encuentro llevó a Egidio al reparto de la recordada producción televisiva, un hito de la pantalla chica en el tono, la ambición y el hechizo que generó en el país con su mezcla de biografía y mito costumbrista, de inventiva musical. Y ese éxito impulsó a Vives y a Cuadrado a seguir tocando canciones de Escalona juntos. Grabaron discos y vendieron. Y siguieron, incluso cuando las cosas no pintaban bien. Después de una recepción tímida del público a Escalona Volumen 2, Sony Music optó por no lanzar Clásicos de la provincia (de los grandes errores en la historia de la industria discográfica que capitalizó Sonolux).
Gracias a ese y a otros 14 trabajos discográficos que grabaron (entre ellos El amor de mi tierra, Déjame entrar, El rock de mi pueblo, Más corazón profundo, que ganó Grammy al Best Tropical Latin Album, y Vives), ese combo de talentosos llevaron a todo el país y luego al mundo sonidos locales recodificados desde un nuevo aire y una intemporalidad intempestiva que fluía por sus líneas de acordeón y la voz.
Ahora que ha partido Egidio, solo se hace más claro su inmenso aporte cultural y anímico. En los actos de velación, la música y los homenajes sentidos fueron la constante, como correspondía. Carlos Vives, quien aseguró que con Egidio moría también La Provincia, cantó en nombre de su compadre; también lo hicieron Chabuco y Adriana Lucía, mientras otros integrantes de la agrupación sumaron su sonido, entre ellos la legendaria Mayté y su gaita. Aquellos que no pudieron estar, porque sus vidas los ven en otros lugares, como Juanes y Shakira, se explayaron en admiración ante un músico asociado temporalmente a sus ascensos globales, cuando la sumatoria de sus carreras puso a Colombia en el mapa mundial de la música popular.
El impacto de Egidio, sin embargo, trasciende las figuras. Porque en cada canción de las que grabó que usted busque en redes o en YouTube, encontrará interminables despliegues de cariño y respeto hacia su sonido, provenientes de gente de distintos rincones de Latinoamérica, que lo asocian a memorias felices y a un aprecio de Colombia como onda sonora y estado anímico.
En su nombre se seguirán rindiendo homenajes merecidos, en los que se repasarán sus contribuciones. Y eso está perfecto. Pero es lindo saber que este hombre recogió esos reconocimientos en vida, muy probablemente por ser el hombre que fue: un maestro de su instrumento que entregó música hasta que la salud se lo permitió, y un ser humano noble. En su cuenta de Instagram ostentaba con orgullo dos logros muy suyos en dos momentos muy distintos de su carrera: el Latin Grammy a la Excelencia 2021, que le concedió el consejo directivo, reservado a las personas que han contribuido de manera significativa a la música y la distinción al Rey Vallenato 1985, que lo propulsó a su futuro y a nuestras vidas.
Parecía destinado a volar bajo los reflectores. Quizá por eso brilló tan naturalmente desde sus primeras canciones (grabadas con Julito Morillo, Poncho Cotes Jr. y otros). Y, luego, tras ser coronado en 1985, abrió el camino para su especial tipo de ídolo en el país: admirable y contagiosamente enamorado de la vida.