FICCI 63
“El cine es mucho más que contar una historia”: charla con Leinad Pájaro De la Hoz sobre cine y su corto ‘Un pájaro voló'
El barranquillero cree que, antes que buenos cineastas, hay que ser buenas personas. Él logra combinar ambas en una producción fílmica que gana tracción con cada paso que da y que promete seguir evocando sensaciones. Este camino, que no ha sido corto, hasta ahora empieza, y no lo atraviesa solo. Ya ganó premio en Berlín, proyectó en FICCI, y seguirá de largo con varios proyectos que desde ya hay que tener en el radar. Primera de dos entregas.
El jurado de Berlinale lo vio, cuando lo reconoció con el premio especial del jurado, y cualquiera que haya visto Un pájaro voló, en Berlín o en Cartagena, donde lo pudimos experimentar en su real dimensión, en la pantalla grande, este jueves en la mañana, en el Teatro Adolfo Mejía, lo puede notar fácilmente. Hay algo especial en esta mirada.
Vale anotar que el corto se vuelve a presentar este sábado 20 de abril, como parte del Programa de cortos colombianos 2, que integran otras cuatro producciones tan distintas como valiosas.
Un pájaro voló es el más reciente corto de Leinad Pájaro De la Hoz, el tercero de su trayectoria y el anterior a lo que será su primer largometraje documental (aunque él a eso de los géneros, mucho no le cree). La experiencia que ofrece en sus casi 14 minutos parte de un cine contemplativo, con corazón desgarrado y silente, en el que procesa un duelo personal de décadas a través del duelo que vive su personaje Boloy, un talentoso jugador de voleibol, a quien los scouts van a ver justo en un momento en el que trata de procesar, aún sin éxito, la muerte de uno de sus compañeros de equipo. Y en esa imposibilidad, sus talentos, su enfoque y su respiración se ven comprometidos.
De La Hoz relata mirando a las canchas de vóleibol, y no es un detalle fortuito. Fue en las canchas de ese deporte que su padre brilló, y donde se sirvió de la gran disposición del equipo cubano de voleibol para conseguir llevar su cortometraje a una conclusión.
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Su padre murió en 1993, y si bien no está presente de cuerpo, Leinad inevitablemente lo piensa, siente su presencia. Cuando fue reconocido en Berlín, nos dijo: “El día de la premiere mundial y cada vez que proyectaban una película, con su sesión de preguntas sobre el corto (técnicas, y personales), no me aguantaba las ganas de llorar. Se me hizo un nudo en la garganta viendo a tanta gente aplaudiendo la película, recibiéndola bien, Me conmovió un montón. Y no pude evitar pensar en mi papá, en lo orgulloso que hubiera podido sentirse, lo feliz que hubiera podido estar. Guardaré ese momento siempre en mi corazón, en un festival tan grande y tan de culto como este”.
El corto le habla a cualquiera que haya perdido a alguien y a cualquier persona que haya hecho parte de un equipo, deportivo o no. Porque la familia es una especie de equipo, las relaciones de pareja también, los grupos de trabajo, la gente con la que se comparte un bus yendo al trabajo... Casi todo en esta vida se hace en equipo. Y si toca esa fibra común es porque logra una enorme atmósfera de vacío y una notable entrega de su protagonista, Boloy.
El corto toca el vacío de una pérdida, y de cómo se asimila en el tiempo que se toma, no en el que se quiere forzar. Para que duela todo lo que tiene que doler, pero que, ojalá, un abrazo logre también marcar una catarsis y se pueda dar el paso siguiente en la vida. Quizá pasar del dolor al vivir para honrar al que no está.
Visualmente, el cine de Leinad atrapa al ojo inquieto pero que no necesita velocidad, que aprecia lo que evoca un plano desarrollándose. En ese orden de ideas, el sonido es esencial en el cine de Pájaro De la Hoz, porque desde ahí este cineasta le da un piso a la evocación sensorial que propone. Y en este corto es notable, con una poderosa evocación de las alas que revolotean del pájaro, con los sonidos propios del deporte sucediendo. También lo es en sus dos cortos anteriores, El hijo del Dragón y Atmósferas, de los que también hablamos largo y tendido.
Este cortometraje es un homenaje a su padre, al “Pájaro”, como le decían a ese jugador de fuertísima pegada en sus clavadas (un hecho que Leinad refleja con un breve pero significativo tramo de material de archivo). Y para nadie es un secreto que, en el deporte, solo las leyendas se ganan ese apodo, incluso si Pájaro es su apellido. De no ser así, no se hubiera escrito ese titular de prensa que registró su partida, que leía: “Un pájaro voló”. Pero sí se escribió, y para su corto Leinad se lo apropió. Sobre cine y sobre sus cortos, hablamos con él. Esto nos dijo.
SEMANA: Empecemos por el principio, ¿por qué el cine?
Leinad Pájaro De la Hoz: Varias cosas me inspiran a hacer cine. Yo vengo del cine más experimental, y tengo ciertos discursos frente a lo que es contar una historia. Porque para mí el cine no es solo contar una historia. Los literatos lo han hecho mejor. Y eso que ofrece me cautiva del cine. Y por eso me acerco a ciertas propuestas, incluso partiendo de cosas muy personales.
Para Un pájaro voló, me cautivó un sentimiento que tenía atrapado toda la vida. Y sentí una especie de liberación cuando ya terminó de filmar y lograrla. En mi corto anterior, Atmósferas, me cautivó el tiempo y la calle, las personas, los olores. Sensaciones. No necesariamente tiene que ser siempre la historia de alguien que hace algo, y al que le pasan un montón de cosas. Yo miro hacia otras cosas muy concretas y ciertas sensaciones. Y eso es algo del cine experimental que se cuestiona. Porque tiene de eso, el quebrar las formas, repensarlas. Por ahí es la cosa.
SEMANA: Qué lo llevó por ese camino… qué creadores, películas…
L.P.: Más que cineastas, y personas que han contribuido con mi formación, en este caso es extraño. Estudié en la escuela Black María (ya no existe) me dio fundamentos muy importantes para pensar sobre la forma. Y esto hizo mucho eco conmigo. Ahí salieron muchos autores que yo no conocía, que vienen del estructuralismo, de pensar las duraciones. Por ejemplo, el lituano Sharunas Bartas. Pero me quedo más con momentos de las películas, antes que casarme con un autor. De repente hay un plano en Sátántangó de Béla Tarr, que dura 10 minutos, y eso me cautiva y me lo llevo conmigo, pero no todo Béla Tarr. Soy más de momentos que de autores. Por supuesto que he alimentado todo con películas que me gustan: o me llaman más la atención, que incluyen la narrativa pero de una manera más sensorial.
Hay que replantearnos el término desde la ficción, porque hay maneras de clasificar las películas también. Se dice “esta película tiene un poco de ficción pero también un poco de documental”. De repente. No entiendo bien esos términos, o no estoy de acuerdo, porque no hago esas distinciones con los géneros. Me cuesta. Y he aprendido para ser políticamente correcto frente al medio. Porque en la intimidad pienso que una buena película tiene algo de documental y viceversa. Un buen documental tiene mucho de ficción. Y de repente empieza a haber esas mezclas y es el lugar donde me encuentro. Me gusta mucho Petra Costa, Pedro Costa, y maestros grandes como Kurosawa. Hay cuatro que me encantan: Yasujiro Osu, C. Th. Dreyer, Jean Epstein y Charles Chaplin. Chaplin es grandeza total. Soy muy abierto a eso, y me interesan las nuevas narrativas. Para allá voy, pero espero hacerlo pronto.
SEMANA: El corto que lo llevó a la Berlinale, a triunfar, ‘Un pájaro voló', se presenta en FICCI (como parte de la ‘Programa de cortos colombianos 2′, con otras cuatro producciones bien distintas e interesantes). En este aborda el duelo, el procesarlo al tiempo que exige y no el que se le impone… cuéntenos de la escritura del guion, del desarrollo en Cuba y los tiempos…
L.P.: El guion es mío, pero invité a un guionista cubano a que escribiera conmigo. La razón, sentía tanto dolor, era tanta la catarsis, que me desbordaba a la hora de escribir. Y necesitaba una persona, un polo a tierra que dijera “esto por acá puede ser”. Incluso, la versión hasta donde Fabián trabajó fue antes de la pandemia. Porque cuando vuelvo a Cuba a filmar, dos años después, me tocó sintetizar. Lo hice por mi cuenta, luego de dos años de repensar las cosas y para tomar una distancia. Al regresar a Cuba, modifico, sintetizo escenas. Ese trabajo de filigrana fue mío, y Fabián estuvo en una etapa muy particular. Me ayudó en la estructura general.
Y el germen de todo viene, siendo sincero, de una idea así como germánica, filmar una cancha de voleibol vacía durante 10 minutos. Yo quería que ese fuera mi proyecto, pero bueno, la escuela dijo “cómo así, hay que contar algo”. Entonces dije, “bueno, voy a exponerme un poco más”. Porque era una especie de caparazón. Me di cuenta de que filmar una cancha vacía era un acto de experimentación, pero también de auto sabotaje inconsciente. No quería exponerme. Y entonces viene esa escritura muy sincera. Y ahí es que pasa ese desbordamiento, los temores. Y mucha gente me rodeó, me apoyó, compañeros. Con la ayuda de ello empecé a engranar todo lo que fue el proyecto. Y finalmente se dio.
La semilla viene de un espacio y muchos sonidos. El sonido de las palomas, el sonido del coliseo, de esos balonazos. Mi papá y sus compañeros le pegaban súper duro al balón, según anécdotas que me contaban. Yo estaba lleno de cosas que me contaban, de lo que ellos experimentaban. Y no sé, tal vez por mi manera de ver el mundo, más evocativa que literaria, me centré en los sonidos, en los espacios, en los rostros, en el tiempo... Salió así, siguiendo mi manera de verlo, muy natural. Pero me agarré primero de estas sensaciones muy vivas, y luego centré toda esa acumulación desbordada en un personaje, que fue Boloy. Él no es actor, y el trabajo con él fue muy catalizador para él y para mí. Fue una cosa muy bonita.
SEMANA: Expresa mucho sobre el duelo, algo que quizá hubiera sacrificado en esa idea de la cancha vacía, que de todas maneras sí incluye en su corto...
L.P.: No era una versión, eran apuntes visuales, algo como “estoy escribiendo un guion voy a filmar una cancha vacía a ver qué pasa, a ver qué siento”. Yo trabajo sobre notas, sobre cosas fílmicas. Escribo algo y lo llevo al rodaje, y de repente no voy tanto al guion como sí a ese apunte. Y es mi polo a tierra. El guion, en el rodaje, sirve para el equipo, para que cada uno sepa qué va a hacer, pero en los trabajos más íntimos, como este, el director no solo de agarra del guion. A veces hay una canción que tiene en la mente, un poema que leyó antes de filmar, o de la necesidad de una conversación, con su mamá o con alguien. En este caso, había una conexión especial con todo lo que había acumulado de niño. Y surgió, casi que por un acto de sincronicidad, esa forma de realización. Fuimos además muy rápido y bueno, todo fue muy corriendo, pero ya yo sabía como a lo que iba, eso fue muy bueno.
SEMANA: ¿Cómo fue esa cronología?
L.P.: Mi papá murió en el 93.
SEMANA: Es un duelo de largo aliento...
L.P.: Exactamente, por eso era que cuando apenas agarré el guion y empecé a escribir, me desbordé totalmente. Entonces ahí tiene que ver mucho eso, el tiempo. Toda una vida de ausencia para pensar, reflexionar, sentir. Y de pronto, lo que me ayudó mucho fue el cine, justamente, esa herramienta catalizadora. Pero yo no digo que el cine sea solamente eso. O sea, el cine es mucho más que contar una historia. El cine también sirve para evocar momentos, o para hacer sentir algo particular, o para cuestionar el medio, o para retratarnos de otra forma.
Hay una frase que me gusta mucho de un filósofo francés, no recuerdo el nombre, pero él decía “Una forma nueva de mirar, invita a una forma nueva de pensar. Entonces, eso como que es una frase que la tengo siempre al momento de realizar. Ahorita estoy desarrollando otros proyectos, y la tengo ahí como viva esa frase. Una forma nueva de mirar, o de mostrar, invita a una nueva forma de pensar. Y no es solamente entretenimiento, porque además de que te cuenta algo, una película, también te sumerges por momentos en esa película y eso es importante.
SEMANA: De lo que puede ver de sus tres cortos, usted sí que propone una experiencia muy distinta a lo que es “Cuéntenme una historia”. Todo lo que usted dice se percibe en lo que ha presentado. sobre “Un pájaro voló”, ¿quisiera añadir algo más sobre lo que fue ese proceso de grabación? Se metió en una cancha, en un equipo...
L.P.: Para Un pájaro voló, yo tuve un casting con la Selección Real Nacional de Cuba. Y ellos se involucraron. No eran actores, pero fácilmente yo les expliqué por dónde era. Eran ellos haciendo de ellos mismos, y realmente el tema era que me permitieran estar en ese espacio de intimidad y de concentración. Y sé que es así, porque mi papá fue jugador de voleibol y he crecido siempre en el ámbito de canchas y de este ambiente de voleibol.
Entonces, yo hablé allá, y recuerdo que me miraban de reojo, como preguntándose ¿este man quién es?, ¿vendrá a fichar? Y no. Pero el profe me dio un espacio, y yo les hablé así como si yo fuera el técnico. Y yo les dije, bueno, estoy acá, mi nombre es Leinad Pájaro De la Hoz, soy de Colombia, estoy graduándome de la escuela, quiero hacer un proyecto así y así.
Lo entendieron muy rápido, porque sabían que no era solamente una historia y una cosa como para entretener o farandulear, digamos, como lo ven ellos, que tienen sus ideas propias de cine como cualquier mortal, ¿no? Y lo que les gustó también es que es algo que va a quedar como para la posteridad. Ellos saben que pertenecieron a una película corta, en este caso, y que les iba a quedar a ellos. Y eso es lo que les iba a quedar a ellos y lo podrían recordar. En algún momento se iban a acordar de que alguien filmó una película y de que ese espíritu juvenil del voleibol ellos lo iban también a atesorar. Eso facilitó mucho las cosas porque no era actuar de nadie. Yo no quería que ellos actuaran, yo quería que ellos fueran y que respondieran a situaciones que yo les iba marcando.
SEMANA: Jugó al DT...
L.P.: Incluso el profesor que aparece en el corto es el técnico real de la selección. Nadie es actor ahí. Entonces el técnico real, yo digo, ¿usted cómo regañaría a este man si este man la están embarrando en el juego? “No, pues yo le diría esto”, respondía, “pero profe, dígaselo duro porque necesito que lo sienta”. O sea que ellos digan, “uff”. Entonces ya ahí empecé a subir el tono, a bajar el tono y el profe habla así como muy, muy militar. Parecía un, entonces era súper rígido, no era para nada natural, pero es que él era así. Entonces también tuve que adaptarme a ellos.
Y cuando yo llegué a las pruebas con los actores, me impresionó mucho también como Boloy se concentraba. Yo hice una prueba con Alejandra que es la chica del abrazo al final. Ella es la única que es actriz. Y yo testeé como a cinco chicos. Y Boloy y otro chico fueron los que más cercanos se sintieron. Pero ella sintió feeling con Boloy, sintió que estaba siendo real. Dijo como, “Leinad , este man parece que fuera actor ya porque responde, escucha... Y yo fui muy invasivo para ver si ellos se intimidaban o no.
SEMANA: Parte de la prueba para dar con el que era, que sucedió...
L.P.: Y eso me permitió también tener cierta distancia, por eso los planos son un poco más alejados. No tan primeros planos, sino planos como con una distancia prudente, respetando esa intimidad que él necesitaba porque también estaba pasando por un duelo... O, mejor dicho, yo le recordé pasar por un duelo. Yo me abrí con él y le dije, “Mira, quiero contarte un poco de mi historia. Esto es lo que es, la persona que busco para este personaje, eh, es alguien, un jugador que simplemente está pasando por este sentimiento”. Y ellos solitos se abrieron, hubo tres de los dieciocho que se abrieron de una manera tremenda, que lloraron ahí, se expresaron ahí. Y cuando vi el volumen de carga que tenía Boloy, yo no hice que él se desahogara en el casting; hice que él se desahogara en la última escena.
O sea, todo lo guardé para eso; incluso se rodó lo más cronológico posible para llegar a ese momento catártico. La última escena se rodó a las tres de la mañana en La Habana, en un apartamento donde la gente estaba en silencio y esa intimidad se dio. O sea, todo ese momento se fue creando. La atmósfera era así. Y me parece muy bonito compartir esto, porque sí era como una entrega él estaba dando a la película y a sí mismo: él había perdido también a una persona muy querida, un amigo de él que lo ayudó en su juventud, a criarse y del que aprendió mucho y, de repente, él muere y Boloy queda con ese vacío fuerte.
Esas fueron las herramientas que él trajo, por imaginación, porque yo trabajo siempre con los no actores desde la sensación y no desde la emoción. La sensación es más segura, la emoción a veces es peligrosa y ellos pueden quedar ahí atrapados y ¿como lo sacas? Se pueden quedar ahí, y ya tu dijiste corte, vamos a la siguiente escena, y la persona no reacciona se queda ahí. Una forma de hacerlo fue a través de cosas físicas. Los ponía a brincar, a hacer lagartijas antes de la escena, ese tipo de cosas. Para que, desde la fisicalidad, ellos llegarán a esa sensación que, por supuesto, tiene que ver con la emoción.
Yo trabajo siempre con los no actores desde la sensación y no desde la emoción. La sensación es más segura, la emoción a veces es peligrosa y ellos pueden quedar ahí atrapados y ¿como lo sacas?
Pero esa escena última fue muy dura: Me costó sacarlo a él por un momento de la emoción, pero ya el solito se fue reponiendo y entendió. Y ahí dimos el aplauso y vino el corte final. Eso quería compartir, ya que se dio la oportunidad de hablarlo bien.
*Espere la segunda parte de esta entrevista, en la que miramos a sus otros dos (excelentes) cortometrajes y nos cuenta todo sobre el largometraje documental que viene preparando; también destaca su poderosa alianza con María Alejandra Rodríguez, su pareja y su llave en su casa productora Bolier Films, quien también lanzará pronto su ópera prima.