LITERATURA
El Nobel de Literatura Abdulrazak Gurnah habló con SEMANA sobre sus novelas, la literatura, los refugiados y el conflicto
En 2021 se llevó el premio más importante de las letras en el planeta y en 2022 presenta en Colombia ‘A orillas del mar’, su segunda novela en español después de ‘Paraíso’. Nacido en Zanzíbar y radicado en el Reino Unido desde sus 18 años, el tanzano le habló a SEMANA sobre los temas álgidos en su trabajo traducido al español y lo que desnuda el conflicto actual en Ucrania.
No se anda con rodeos, ni tapa el sol con un dedo. Abdulrazak Gurnah reconoce que el Premio Nobel, ese “reconocimiento maravilloso”, como lo describe, le cambió la vida. Este africano vive en Canterbury, luego de enseñar por décadas en la Universidad de Kent, Inglaterra, donde es profesor emérito. Pero no dejó de ser nunca un extranjero a pesar de ostentar ya la nacionalidad británica. En palabras de la Academia Sueca, recibió el premio por “su comprensión inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes”.
Antes que escribir otra vez, algo que solo hará cuando le nazca y hasta que quede totalmente satisfecho (como afirma siempre haberlo hecho en su carrera), en esta etapa de su vida, Gurnah lidia con las consecuencias de aparecer en el radar del mundo entero, con lo bueno y lo malo que eso acarrea (aunque de esto último, confiesa, no hay mucho por ahora).
Por eso, mientras su trabajo sobre la colonización, la migración forzada, los refugiados y la vida de agresiones expresas y microscópicas que los recibe en sus países de destino se descubre y se redescubre en nuevos parajes (con más traducciones en camino), Gurnah sabe que la gente quiere hablar con él, colaborar con él, escucharlo y explicar sus letras. Y eso hace, habla claro, sin ahorrarse veneraciones o golpes.
El escritor acepta que le honra unirse a una lista de escritores cuyo trabajo ha admirado, “que siento que provienen de otras atmósferas, lugares, del mundo”, y destaca cómo “es maravilloso que millones de personas piensen en leer mi trabajo, y puedan hacerlo en sus idiomas”. Para los editores en español, el premio pareció sorpresivo también. Así como la de la escritora Nobel de 2020, Louise Glück, la obra de Gurnah en español apenas asomaba.
Tendencias
Su novela más famosa, Paraíso, publicada en inglés en 1994 y nominada al Booker Prize, se tradujo al español en 2004, y solo ahora, luego del premio, Salamandra se animó a lanzar una segunda novela traducida en Latinoamérica. Es así como A orillas del mar, su sexta novela (también incluida en la lista larga del Booker Prize), llegará a Bogotá en el marco de la Feria del Libro, que se desarrollará del 19 de abril al 2 de mayo.
Sin lanzar crítica alguna a la Academia Sueca, de la que asegura lo ha tratado muy bien, Gurnah pone de manifiesto el eurocentrismo abrumador del premio, preguntándose dónde está el Nobel para un escritor indio (el galardón para Rabindranath Tagore vino en 1913, en épocas del Raj británico), o para uno chino... Y razón no le falta, si se mira a su propio continente. Después del sudafricano J. M. Coetzee, en 2003, Gurnah es el primer africano en ganar el premio más importante de la literatura. Ambos se unen a la sudafricana Nadine Gordimer, al nigeriano Wole Soyinka y al egipcio Naguib Mahfuz en ser los cinco galardonados de un continente en un premio que se entrega desde 1901.
Además, Gurnah es el primer africano negro en ganar el premio desde Soyinka (asombroso talento quien hace poco le habló a Colombia en el marco del Hay Festival de Cartagena y cuya obra también ha traído Penguin Random House al país).
Por décadas, de 1987 a 2021, Abdulrazak escribió por debajo del radar de la pujante y prometedora literatura africana (que en 2021 estalló ganando muchos de los grandes premios de literatura, ver recuadro). Como le cuenta a esta revista Salym Fayad, periodista y gestor cultural colombiano radicado en Johannesburgo, el Nobel de Gurnah fue muy celebrado por poner de nuevo en el tapete las letras africanas y las problemáticas de sus pueblos. Esto si bien “era más conocido en el Reino Unido que en el mundo literario del África subsahariana. No hacía parte de la constelación de escritores ni clásicos ni jóvenes, y en el círculo literario sudafricano se decía que ofrecía una perspectiva africana desde Europa”.
Casi encarnando el espíritu de su obra, de esa visión del lugar que se abandona como desplazado y del que recibe, Gurnah escribe en inglés. En esa lengua leyó y leyó y siguió leyendo cuando llegó al país europeo que lo “acogió” y donde reside. No lo hace en suajili, su lengua natal, pues, según explica, la lectura y la escritura están ligadas granularmente y fue leyendo en el inglés que entendió y que escribiría siempre.
El desarraigo sí es una parte de mi trabajo, incluso el que puede sentir la gente a diez millas de su hogar
Gurnah es esa voz africana que ya se ha encontrado con el otro lado de la migración y por eso es capaz de explorarla en sus muchos matices, los mágicos y los desgarradores. Es esa pluma capaz de ponerse en los zapatos del refugiado consciente de las profundas cicatrices que esa experiencia genera en generaciones de familias enteras. Un escritor ágil, hábil en cocinar grandes olas de manera lenta e imperceptible, Gurnah logra proyectar igual de convincentemente la mirada de un niño preso de una circunstancia personal compleja y de los cambios históricos de su territorio de origen. “El desarraigo sí es una parte de mi trabajo, incluso el que puede sentir la gente a diez millas de su hogar”, sostiene el autor.
En nuestro idioma
Al español no se han traducido ninguno de sus ensayos sobre escritura africana, sobre Salman Rushdie, sobre la ficción de Wole Soyinka, sobre “Desplazamiento y transformación: el enigma de la llegada”, entre más temas de interés muy actual, pero interesante resultaría hacer accesibles estos trabajos. Parece lejano el sueño, sin embargo. De sus diez novelas (la más reciente, Afterlives, 2020) en español solo se publicó Paraíso (Salamandra, 2004), y llega ahora A orillas del mar.
Estas dos novelas demuestran un interesante contraste en la perspectiva de sus protagonistas. En Paraíso, vemos el mundo desde los ojos del muy joven Yusuf, un niño que va entendiendo que quien creía su tío es realmente su dueño; un niño que ve el mundo a su alrededor cambiar por cuenta de la realidad y de la colonización británica en medio de una épica travesía mercante en los 1900.
La situación no puede ser más opuesta en A orillas del mar, una novela que deja observaciones cortantes sobre las manifestaciones del racismo y el imperialismo. A finales del siglo XX, su protagonista es un hombre mayor, Omar Saleh, quien por razones desconocidas inicia una nueva vida en un país desarrollado, hostil, y se choca con las realidades de esa decisión y las sorpresas amargas que trae.
En una charla con medios de Iberoamérica, SEMANA le planteó al Premio Nobel una interrogante sobre la línea que une a sus dos novelas disponibles en español. Ambas abordan personajes vulnerables, pero desde las perspectivas opuestas ya mencionadas: la de un niño que vive la colonización británica en el comienzo del siglo XX (Paraíso) y un personaje de edad avanzada que busca una nueva vida en un lugar “mejor”, distinto, frío y cargado de sorpresas e intrigas (A orillas del mar).
Abdulrazak Gurnah respondió: “Es una buena pregunta, una interesante. La razón por la cual escogí a un niño en Paraíso es esta. Cuando regresé a Zanzíbar después de muchos años de ausencia, mi padre estaba muy viejo. Y yo lo veía de lejos, lo veía caminar hacia la mezquita, y noté lo débil y viejo que lucía. Esto fue en los años ochenta. Y pensé, ‘Él habrá nacido en 1904/05. Él tuvo que haber estado ahí, en esa etapa en la que Zanzíbar fue colonizado, que tuvo lugar en los años 1890, más o menos’. Justo cuando el colonialismo se establecía, mi padre era un niño. Y me pregunté cómo toda esta transformación debió lucir desde los ojos de un niño. Ese fue el primer paso, ver a través de mi padre e imaginar cómo vio la llegada de los europeos, quienes tomaron el control, como diciendo ‘Siéntense y diviértanse, ahora nosotros manejaremos las cosas’.
Justo cuando el colonialismo se establecía, mi padre era un niño. Y me pregunté cómo toda esta transformación debió lucir desde los ojos de un niño. Ese fue el primer paso, ver a través de mi padre e imaginar cómo vio la llegada de los europeos
Por eso escogí un niño en Paraíso. Y pensé en muchos tipos de niños. Y me vino Yusuf, inspirado, en parte, por Josef en la Biblia y Yusuf en el Corán, el hijo de Jacob, a su vez hijo de Isaac, a su vez hijo de Abraham. Él también era un niño perdido. Y los pensamientos se van sumando unos a otros, se comunican, y lees de esto y lees de aquello y arrancas. Y así se construyó la historia de Yusuf, una sobre las vulnerabilidades de la niñez; particularmente desde un niño hermoso que incita una especie de violencia.
Sobre A orillas del mar, esta es la razón por la cual escogí un personaje mayor. Viene de una historia que tuvo lugar en 1988/89, cuando los soviéticos aún ocupaban Afganistán, antes de la guerra de Bush en Irak. En ese contexto, un vuelo local que cubría la ruta de Kabul a Herāt, fue raptado. Los secuestradores forzaron al piloto a dirigirse al aeropuerto de Stansted, en Londres, en el que fue un vuelo muy largo que los forzó a aterrizar por combustible en Roma. Cuando llegaron a Londres, y se negoció la entrega de los perpetradores, los pasajeros quedaron libres.
Estos pasajeros habían abordado un vuelo interno en Afganistán, e iban vestidos como para visitar a la familia o llegar a sus casas, no estaban vestidos ni para Londres ni para Europa. Y entre esta gente que bajó, entre las familias, las madres y sus hijos, había gente mayor. Y en ese grupo me llamó la atención un señor con una barba de esas hermosas que los afganos cultivan y le llegaba casi al ombligo.
Los secuestradores pidieron asilo, ese era el punto de todo el golpe. Y, al día siguiente, cuando todos los pasajeros del vuelo pidieron asilo, me pregunté sobre lo que ese viejo barbudo hacía, o lo que pensaba que estaba haciendo. Estaba dejando su país y su gente atrás. A su edad, al decir ‘quiero ser aceptado en Gran Bretaña como alguien que busca asilo’, ¿entiende lo que está haciendo? Me preguntaba.
Así que en estas dos novelas hay dos miradas: en una vemos a alguien que es viejo e imaginamos cómo fue de joven, y en la otra miramos a alguien mayor y nos preguntamos por qué renuncia a su vida y quiere cambiarla.
Y no sabemos nada sobre él, no sabemos cómo fue o cómo es su vida, no sabemos si tiene razones para detestar su pasado y querer darse la oportunidad de una ‘nueva vida’. De ahí nace Saleh Omar. Pensé, ‘imaginemos lo que sería para alguien de 65 años tomar una decisión así, de abandonar una vida y empezar otra’. ¿Es acaso una resignación?, ¿una derrota? Esas preguntas comenzaron a encender mi pensamiento.
Así que en estas dos novelas hay dos miradas: en una vemos a alguien que es viejo e imaginamos cómo fue de joven, y en la otra miramos a alguien mayor y nos preguntamos por qué renuncia a su vida y quiere cambiarla. Espero haber respondido a su pregunta”. Quizá no lo hizo, pero ofreció algo mejor, un contexto invaluable sobre las dos obras y el proceso de ser escritor, de inspirarse, abrazar la experiencia, encontrar una voz, dejarse llevar por el juicio y la suerte al narrar.
El mundo y las letras
Estos días es imposible ignorar que Rusia invade Ucrania y deja devastación y asesinatos crueles por donde pasa.
Sobre la situación actual y los millones de mujeres y niños ucranianos desplazados, el escritor aseguró: “Siento compasión, lo que todos sentimos. ¿Qué más se puede sentir ante lo que es claramente un ataque vil y cruel contra hogares de personas, contra la gente misma, contra todo? Es horrible tener que presenciarlo. Ahora, quizás, de una pequeña manera, son afortunados: sus vecinos han respondido con empatía. Muchos en esa misma situación no son bienvenidos de esta manera. Uno no puede más que sentir tristeza por ver que, una vez más, la gente huye de su país y ve morir a sus seres queridos”.
La guerra actual en Europa ha hecho tristemente evidente, desde el cubrimiento mediático hasta la recepción de refugiados, el doble rasero de muchos países a la hora de responder a dichas problemáticas. Cuando al Nobel le pidieron profundizar al respecto, aseguró: “No me sorprende que los países europeos hayan recibido a sus vecinos ucranianos, algunos de ellos son familia, en partes de Alemania, de Rumania. Era esperable esa recepción de vecinos y familiares. A la vez, es triste que esta hospitalidad y esta preocupación humana no siempre se extiendan a los afganos, a los sirios, a los iraquíes, que hace pocos meses aparecieron en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. A esos, en pleno invierno, se los rechazó, se les pidió que regresaran de donde vinieron. Esto, quizá, al haber salido a la luz, ha cambiado un poco las posturas del Gobierno polaco ante refugiados de otros lugares. Quizá ha servido esta exposición de comportamientos diferentes”.
Es triste que esta hospitalidad y esta preocupación humana no siempre se extiendan a los afganos, a los sirios, a los iraquíes, que hace pocos meses aparecieron en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. A esos, en pleno invierno, se los rechazó
Se le preguntó si cree que hay más conciencia de parte de medios y personas sobre la situación de esos personajes desplazados de los que tanto ha escrito, y contó: “Hay más reportajes al respecto en los diarios sobre muertes y ahogamientos, y la temeridad tanto de los migrantes como de aquellos que buscan asilo, así que parece casi imposible hoy no estar al tanto de lo que sucede. Sí, hay más conciencia, pero también hay una especie de reflejo defensivo en algunas partes, particularmente de Europa. Pero los migrantes no solo van a Europa, van a muchas otras partes del mundo”.
Para concluir, cuando se le indagó sobre los lugares que alcanza la literatura que no tocan el periodismo, la historia o las ciencias sociales, ofreció estas luces.
“Leemos libros por varias razones, por el placer de abordar un texto, por la palabra escrita de forma hermosa, o por la percepción que ofrece y nos lleva a comprender una situación, un episodio, una persona, desde un lugar más profundo. Nos entendemos mejor a nosotros cuando entendemos a otros. Todo eso juega. La literatura nos compromete porque reconocemos algo, pero también lo hace con lo que no sabemos. Y así se vuelve una forma de aprender.
Nos entendemos mejor a nosotros cuando entendemos a otros. Todo eso juega. La literatura nos compromete porque reconocemos algo, pero también lo hace con lo que no sabemos. Y así se vuelve una forma de aprender
Tomemos el episodio que trato en Paraíso, sobre la llegada del colonialismo europeo al este de África. Los historiadores han escrito sobre esto, la gente que vive allá sabe de esto, pero existen brechas entre lo que hacen los historiadores, antropólogos y académicos, y lo que dejan a la sabiduría y la imaginación popular.
Se suele saber sobre esto desde un punto de vista algo distante, quizá porque leímos un libro con cierta perspectiva, que quizás no está interesado en la vida de quienes allá viven, pero sí de los británicos, o porque vimos una película con el mismo enfoque. En otras palabras, porque estuvimos expuestos a una versión incompleta y popularizada del conocimiento.
Lo que puede hacer la literatura es permitirle un acceso a la gente que no conoce el marco, por falta de oportunidad. Logra humanizar la academia, hacerla accesible a la gente, para hacerla entender el mundo. La literatura nos conecta de una manera accesible con cosas que no sabemos, que nos permite sentir experiencias de una manera en la que la academia no puede siempre hacerlo”.
En cuanto a los libros y a la interacción de la gente con la lectura en los tiempos de internet, el escritor destacó aspectos como este: “Para los estudiantes más pobres, por ejemplo, por más que no les guste a las casas editoriales, la librería puede comprar un e-book y este puede ser leído por 30 estudiantes. Cuando a la gente le gustan los libros y los puede comprar, que lo haga. Si no, si el e-book o el libro en la librería lo resuelve, está perfecto. No creo que haya daño alguno. Usamos los recursos que tenemos a la mano. Soy un optimista en lo que a libros se refiere”.
África: ya era hora
Salim Fayad contextualiza un momento que muchos llaman boom, pero que otros, incluido Abdulrazak Gurnah, sienten más como el saldo de una deuda pendiente. Con respecto a los premios literarios más importantes del mundo, el periodista y gestor cultural asegura: “El Goncourt se lo llevó el senegalés Mohamed Mbougar Sarr, el Booker Prize fue para el sudafricano Damon Galgut, el International Booker Prize lo ganó el senegalés David Diop, mientras que la mozambiqueña Paulina Chiziane se llevó el Premio Camões. Y todo viene luego de que, en 2020, el Booker Prize tuvo dos finalistas africanas: Tsitsi Dangarembga, de Zimbabwe, y Maaza Mengiste, de Etiopía, ambas maravillosas”.