Festival
Estéreo Picnic 2024: en un cierre monumental, Arcade Fire demostró que jamás dejó de ser una de las mejores bandas del planeta
La agrupación canadiense enamoró a su masivo público con un galope incesante de música y emociones. Antes, The Offspring y Blink-182 representaron por lo alto (y casi sin voz) a dos generaciones de punk, mientras el rap de La Etnnia y la música y carisma de Verito Asprilla agitaron espíritus. Balance del evento y de otra jornada para el recuerdo, que congregó más de 50.000 personas.
Cortar la manilla que por días dio ingreso al Festival Estéreo Picnic (FEP), realizado en Bogotá del 21 al 24 de marzo en el Parque Simón Bolívar, produce un vacío existencial. Marca que algo hermoso y memorable terminó. ¡Y de qué manera increíble cerró su edición más bogotana a la fecha!
En este FEP 2024, la música fue nada menos que increíble y la producción y la logística nada menos que excelente. Hubo problemas, porque es imposible que no los haya en un evento de tal dimensión: un tipo empeloto y fuera de control acosó a unas cuántas desafortunadas; el agua costaba un ojo de la cara (y el mínimo vital ofrecido tenía un monto determinado, que usualmente no cubría la noche); la consola habrá fallado en un par de ocasiones y el retorno de los artistas también; pero los líos que se podían solventar se solucionaron con celeridad y las bandas, más allá de enojarse o impacientarse, se alimentaron de la energía de su devoto público para entregar lo mejor que tenían. La altura pateó a algunos, la voz le dio guerra a otros, pero todos los artistas dieron lo máximo, y en esta entrega hay que incluir a la producción, a la logística y al público.
Por eso, la sensación es la de un enorme triunfo para los organizadores, que prometieron algo increíble y lo entregaron; para la Alcaldía actual, que se la jugó por apropiarse del festival con los permisos necesarios y con esfuerzos articulados en seguridad, recreación, salud y transporte que sumaron muchísimo; pero, sobre todo, fue un triunfo para quienes asistieron y lo vivieron en el cuerpo (hoy, felizmente magullado) y en el alma.
Porque hay desgaste, pero este fue producto de vivir el evento, la música y las activaciones. Esta vez las piernas no se trituraron llegando y saliendo, se utilizaron para ir a ver música y bailarla. En 2024, fue demasiado sencillo entregarse de lleno al FEP. Eso no se olvida. ¿Fue el mejor? Difícil decirlo, hay ediciones excepcionales en esta historia escrita desde 2010, pero de lejos fue el más cómodo.
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La experiencia incluyó lo mejor que ofrece históricamente el evento, es decir, una curaduría musical impresionante que se encadena entre muchos géneros y temas, con artistas masivos que no dejaron de maravillarse con la cantidad de público que los abrazó. Y claro, hizo brillar al Parque Simón Bolívar, que ya probó sus virtudes y, con la experiencia de esta edición, seguramente podrá ser mejor aprovechado aún.
El domingo 24 de marzo, el rap y el rock fueron protagonistas principales después de un sábado de reggaetón e inclasificables y únicas como M.I.A., pero el FEP siempre ofrece una cuota de electrónica de enorme nivel; además, los espacios que el evento ha venido sumando, es decir, las pequeñas discotecas que refugian a quienes en las tarimas no encuentran lo que buscan en un momento específico (dos esta vez, el Club Aora Durex y El Templo del Perreo Budweiser) se probaron tremendos aciertos.
El ambiente dentro de estos espacios es otra órbita y la música que ofrece como alternativa a los escenarios es muy bien pensada. Personalmente, mientras decenas de miles gozaban con FEID, yo fui atraído al Club Aora por el sonido de Transmission de Joy Division, que allí sonaba en vivo y me sorprendió. Y entré, y por un buen tiempo me sumergí en los hits de los años ochenta que tan bien ejecutó la cover band que los tocaba, Casbah Coffee.
Y es que si se aprecia la música en sus muchos colores, esta experiencia del FEP se vuelve casi adictiva por las tantas opciones atractivas que ofrece. En un principio, cuatro días parecían demasiados, pero después de lo que dejaron el jueves, el viernes, el sábado y el domingo, otro día más de ese calibre se hubiera ido a ver, sin dudarlo. Pero no hay lugar a la desolación acá, solo hay que aguardar un año para el FEP siguiente, que ojalá se siga superando. Paradójicamente, mientras se siente el vacío de algo hermoso que terminó, se reconoce que el alma queda llena. Porque además de la fiesta musical, esta experiencia también es amistad, compañía, ritual colectivo, expresión, baile e inspiración.
Pica en punta continental
Por lo menos en lo que a 2024 respecta, este fue el mejor festival privado de Suramérica. No fui a los otros, pero no veo cómo pudieron ser mejores. Esto considerando que, en los tres días de desarrollo que tuvieron, los carteles fueron mucho más crueles con la audiencia, que tuvo que escoger más de una vez entre dos bandas gigantes. Por el contrario, en sus cuatro días, el FEP logró espaciar y distribuir su impresionante curaduría musical para reducir los sacrificios. En gran medida, lo logró.
Y, de parte de todos los asistentes al evento, un agradecimiento genuino a los vecinos del Parque Simón Bolívar, ese añorable lugar que suma más y más memorias musicales a su leyenda. A ellos les toca aguantarse un poco más de bulla que de costumbre por esta causa y adaptarse a los desvíos y cierres. Es algo a lo que están acostumbrados, en cierta medida, pero no por eso no se les debe dejar de reconocer el sacrificio, esta vez extendido hasta la madrugada.
Esquivar la tormenta, o ser la tormenta
En su jornada de cierre, un espectacular domingo 24 de marzo, el FEP arrancó a pleno sol en las horas de la tarde. Pero, con la llegada de la noche, el cielo dibujó escenas preocupantes. Desde los cerros emanaba una nube negra enorme, densa y apocalíptica, dentro de la cual se proyectaban rayos y centellas. Antes de que The Offspring se tomara la plaza, el furioso regreso del agua parecía inevitable. El cierre se complicaba, si se soltaba el cielo, porque en una tormenta sufren los desplazamientos y sufre el sonido. Y, si hay rayos, peligra el evento mismo.
Hasta ese momento la lluvia había brillado por su ausencia y, milagrosamente, lo hizo hasta el final. El picnic fue picnic siempre, y fue glorioso. Además, la cancha ya se le nota al público. Cuando cayeron las pocas gotas y parecía que al festival se lo tragaba el vórtice gris, la gente, sin pestañear ni echarse a la miseria, vistió sus ponchos y sus impermeables y llenó la plaza para seguir con la noche. Y por eso fue recompensada. La tormenta de apocalipsis bordeó el Simón y siguió de largo. La única tormenta que hubo fue musical, sublime y 98 % seca. Se habla de que el festival ha acudido a chamanes para que el clima conspire de esa manera tan bella. Si es el caso, un aplauso para esos héroes ocultos.
Considerando que en barrios como La Macarena cayó granizo en la tarde noche y habiendo visto las imágenes del barrial que tuvo que sortear la gente en el Lollapalooza de Brasil (reminiscente de algunas ediciones pasadas en la sabana de Bogotá), vale apreciar lo que aquí se vivió con mayor cariño. Estaba en las cartas que esta edición fuera excelente, pero se acercó a la perfección.
Banda legendaria tras banda legendaria; fuego tras fuego tras fuego...
Este domingo de clausura dejó una jornada excepcional, la cuarta del que, como ya mencionamos, fue el mejor festival musical privado de Suramérica del año.
El FEP 2024 cerró a las 2:20 de la mañana cuando terminó su presentación el dúo francés The Blaze, que dejó un set especial. Empezaron con música y visuales que en, un principio, establecieron su código particular, casi contemplativo. Pero luego fueron ganando en emoción, en pulsiones y en fuego y en ese fluido show que fue construyendo su punto más alto, mandaron a la gente feliz a la casa.
Pero el pico de emoción de la jornada había llegado justo antes, con un emotivo y enérgico concierto de Arcade Fire...
En 2011, esta agrupación canadiense dominaba el planeta cerrando Coachella por todo lo alto. En 2023, tras varias denuncias de acoso a su líder Win Butler, que él desmintió y que hasta ahora no han derivado en acción en su contra, la banda vivió tiempos complejos. Pero el 24 de marzo, en el corazón de Bogotá, Arcade Fire dejó en claro que, lejos del ruido externo, ofrece una experiencia musical inigualable y a la altura de de las mejores bandas del planeta. Ante las dudas, si se hizo necesario separar a la obra de su artista, al menos en su concierto de Bogotá ese artista se probó un genio.
Navegando canciones de sus varios trabajos musicales, los Arcade Fire hilvanaron un incesante galope lleno de emociones, con estallidos instrumentales y muchos tarareos que nacen de ellos y se vuelven colectivos muy rápidamente.
Win Butler y Régine Chassagne son el espíritu de la agrupación, pero todos sus integrantes, incluyendo el más reciente, que ofrece una notable presencia de tambores y de movimiento, crean un conjunto artísticamente firme y admirable. Desde cómo toca, desde cómo se despliegan en el escenario, no hay detalle pequeño para esta rotunda agrupación que dejó a la gente cantando, enamorada de lo que acababa de vivir. No sonó ‘No Cars Go’, quizá mi favorita de ellos, pero no importó, porque el concierto fue tan palpitante que no dejó lugar a quejas, solo a la admiración y al agradecimiento de haber hecho parte.
Otro momento de postal vino cuando Arcade Fire invitó a Li Saumet de Bomba Estéreo a cantar ‘Fuego’. Los canadienses tocaron la música, y Saumet y un músico colombiano sumaron sus golpes de tambor y su voz. Fue una bonita, sorprendente y bien recibida performance.
Ya lo había probado en muchos otros conciertos de este evento (lo anotó varias veces Noodles, de The Offspring, Verito Asprilla y lo animó muchísimo Win Butler), pero el público de Bogotá afinó muy bien en este festival. Ese no siempre fue el caso. Parece que esta ciudad y su público han mejorado su oído y su entrega vocal. Y los artistas lo notan y lo fomentan.
Entre el punk “adulto” y la adolescencia eterna
Blink-182, quien no permitió que se usaran en esta nota fotografías de su concierto “no aprobadas por ellos”, demostró con su música y con ese hecho algo caprichoso que hay algo eternamente adolescente en su espíritu. No es sorpresa, es lo que son, pero sin duda es un gusto adquirido.
El trío sonó perfecto en sus instrumentos (Travis Barker mostró por qué es tan admirado desde lo que puede hacer en los tambores); no tanto así en sus voces, que igual el público complementó con enorme entusiasmo. Porque a decenas de miles allá presentes la noche del domingo, esa banda les marcó su infancia y su adolescencia, y eso no se olvida porque lo que lo marca a uno no tiene fecha de vencimiento.
Antes de los eternos adolescentes, cuyas interacciones con el público rozaron lo incómodo, vinieron, en contraste, unos veteranos con un sentido distinto del humor. The Offspring dejaron en su concierto una enorme memoria. Se apoyó en más de 30 años de éxitos, sacando mucho de un álbum icónico como lo fue Smash, que justo cumple 30 años este 2024, pero echando mano de otros cortes para satisfacer a sus seguidores más de nicho y, a la vez, desplegando todos sus sencillos radiales, y en esa ciencia complacieron a todo el mundo. Musicalmente, no dejaron base descubierta (opuesto a lo que la noche anterior había entregado Placebo, quien fue a dar el concierto que quiso, en el tono más bien sombrío que quiso, y poco se preocupó por complacer a la masa ocasional).
Las figuras fundamentales de The Offspring, Dexter Holland, voz y guitarra y Noodles, guitarra presentaron una dinámica con el público casi sacada de stand up comedy., que se sintió genuina y graciosa en sus hipérboles obvias. Holland sí sufrió con su voz, pero entregó todo lo demás, y, de nuevo, el público estuvo ahí para apoyarlo y complementarlo. Un enorme concierto dejaron en su regreso a Bogotá, en el escenario más grande en el que tocarán en este país.
Colombia conexión
Al comienzo de la tarde presenciamos a Volcán, de Medellín, que desde sus arengas iniciales y su propuesta exaltó a los distintos tipos de fanático de la música y del rock. La banda llenó de entusiasmo la plaza, que a esa hora calentaba bajo un sol intenso. Luego, fuimos al encuentro de lo que tenían que ofrecer en el escenario CeraVe, el tercero en tamaño, otras dos imperdibles propuestas colombianas: la joven promesa Verito Asprilla, que dejó en claro que ya es una realidad, y los veteranos bogotanos de La Etnnia. Estos brillaron mostrando su material más reciente, que suena muy contundente, y cerraron con los versos y canciones que los cimentaron como la piedra fundamental del rap en el país.
Sobre la joven tumaqueña, Asprilla ofreció junto con sus bailarines y su beatmaster un concierto entretenidísimo, lleno de tumbao, que se quedó cortico en tiempo. En este, ella derrocha su increíble voz pero también refleja su carácter, su humor, sus percepciones lúcidas. Lo hace abriendo la puerta a dinámicas distintas, a charlar con gracia, a alentar a la gente a cantar, e incluso a dar con sus bailarines una lección de salsa choke, que derivó en una competencia entre ellos en escena. Genia total, Verito interactúa con su banda y con el público de manera activa, graciosa y ligera. Su comentario miró a las relaciones de pareja, al comportamiento “libertino” de hombres y mujeres, y a las cosas (las mentiras) que se dicen a sí mismos y a sus seres cercanos pero no se las cree nadie.
En su primera vez en el FEP, La Etnnia demostró con un despliegue rotundo, robustecido por su batería, bajo, guitarra, chelo y violín en vivo, por qué es la piedra angular del rap colombiano. Además de varias canciones frescas, cerraron con canciones que el público pedía y que siguió verso a verso. Los de Las Cruces abrieron la cancha en su concierto también para reconocer en una canción y en imágenes a otros que han llevado las banderas del rap en el país, como Alcolirykoz, de Aranjuez, Medellín (quienes ofrecieron otro de los enormes conciertos de rap en este festival, en la primera edición que hubo en Briceño 18).
Y mientras La Etnnia cantaba sobre el barrio y las condiciones de la vida real, se vio a los policías moverse al ritmo de sus beats y versos. ¿Las paradojas de la vida?
Notas / observaciones
*La asistencia fue in crescendo, alcanzando los 32.000 asistentes el jueves; 33.000, el viernes; 42.000, el sábado y ¡52.000, el domingo! Toda esa gente, noche tras noche, salió extremadamente feliz y su voz a voz es semilla para el festival en 2025.
*El rock no ha muerto.
*Considerando que el sonido del escenario Johnny Walker llega al escenario Adidas, y vice versa, quizá a futuro se puede evitar el sancocho de sonidos para la gente que espera un concierto en el escenario donde no se está tocando. Se sabe que en los festivales de Páramo Presenta se escoge muy bien la música previa y posterior a los eventos, pero esa gran selección se pierde si a la vez suena el otro escenario (y solo uno de esos dos sonidos se puede apagar). Ejemplo: si suena el espectáculo de M.I.A. a lo lejos, mientras estoy esperando a Placebo, prefiero escuchar a M.I.A. de lejos que escuchar a M.I.A. de lejos y a otra canción (por buena que sea) encima, sonándole al tiempo.
*Hubo una mayor sensación de seguridad de la que se venía sintiendo. Jared Leto, quizá opina distinto y extraña su cachucha, pero se anduvo tranquilo en este FEP y eso no tiene precio.
*La entrada fluyó en general, si bien hay testimonios de varias requisas exageradas e indagaciones un poco irrespetuosas de las autoridades.