Arte
La inspiradora historia de la colombiana que llevó sus obras de arte hasta el Rockefeller Center en Nueva York
María Esther Panesso conquistó el Beka, museo ubicado en el Rockefeller Center, en la Quinta Avenida. La artista dice que su inspiración es el universo femenino.
Todo sucedió en la pandemia. Obligada, como millones de personas, al encierro forzado por cuenta de las estrictas cuarentenas, María Esther Panesso comenzó a distraer las horas muertas con un hobbie que había cultivado desde niña: la pintura.
Entonces subió a Instagram la imagen de un cuadro. Lo recuerda bien: tenía tonos morados y sobre el color se asomaban unas gotas. Un amigo le escribió para felicitarla; le encantaba su propuesta y se ofreció a comprárselo. Días después, María Esther publicaría otro. Y también se vendió. Hoy, esta abogada de familia y administradora de negocios, que incluso cursó un MBA, asegura haber vendido desde entonces cerca de 400 de sus obras en unos 17 países.
Con profunda emoción, pero también con algo de sorpresa, la artista bogotana asegura que nunca vio el arte “con sentido comercial. Todo esto se dio muy orgánico”.
Tampoco buscó entrar a las grandes ligas del arte y llevar diez de sus cuadros a uno de los espacios más importantes de Nueva York: el Beka, museo ubicado en el Rockefeller Center, en el piso 27, en la Quinta Avenida.
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Aquello sucedió hace tan solo días, en julio. Y todo se dio porque uno de los compradores de sus obras, que vive en Canadá, le contó que un curador había estado en su casa y quedó fascinado con los trazos y la técnica de la artista colombiana, que trabaja al óleo y pasta con acrílico. Lo que siguió después fue una invitación para estar en el Rockefeller Center, en el corazón de Manhattan.
Y hasta allá llegó María Esther con sus cuadros. Con un talento que incluso se vio reflejado, durante dos días en las pantallas de Time Square, que publicó videos anunciando su exposición. Una muestra que, tal como lo cuenta en SEMANA, tiene detrás la profunda admiración que siente por las mujeres: por sus luchas, por su verraquera a pesar de las dificultades.
“Me dedico al derecho de familia y atiendo a muchas mujeres en su estado de máxima vulnerabilidad. Muchas llegan con la autoestima hecha pedazos, sin reconocer todas las fortalezas que tienen. Hago muchos divorcios, que suele ser un momento muy difícil de la vida. Veo mujeres que se quedan solas con sus hijos y están inestables emocionalmente. No saben si la expareja va a responder económicamente y cuando van al juzgado, no saben qué cuota poner. Ven el futuro con preocupación. Muchas incluso han sufrido maltrato”, relata María Esther.
Son historias que le llegan al alma “y me sirven de inspiración para mis cuadros. Quiero mostrarles a través del arte que en realidad son unas verracas. Como artista, me nutro de los viajes, de ver gente, esa es mi inspiración. Y mi propio trabajo como abogada, con las historias que veo a diario”.
El poder de lo femenino
Por eso, asegura, le encanta pintar mujeres. “En mi exposición en Nueva York quise llevar una propuesta basada en el empoderamiento femenino. Me gusta mostrar, por ejemplo, el poder de creación de las madres; también pinto bailarinas de ballet porque me gusta que representan eso de caer y levantarse permanentemente, además de que son disciplinadas; pinto mujeres con sus hijos. Es que creo que el arte puede ser transformador y con mis cuadros creo que estoy enviando ese mensaje”, dice la artista.
Esa esa es también la razón por la que firma sus cuadros con su segundo apellido, Mercado. Lo hace como una manera rendir homenaje a su madre, quien siendo muy joven enfrentó no solo la viudez (el padre de María Esther falleció a causa de un cáncer), sino el reto de sacar adelante, sola, dos hijos.
“Mi mamá en Nueva York lloraba cuando me veía en las pantallas y cuando vio la exposición. Mi papá se murió hace muchos años. Y le dejó esa gran responsabilidad a mi mamá. Pinto mujeres empoderadas porque viví de cerca lo que es la lucha de una madre cabeza de familia. Ella ha sido muy dedicada a sus hijos, pero también muy brillante, estudió en Oxford. Y nunca me ha cortado las alas, me ha dejado reinventarme. Soy lo que soy gracias a ella. Por eso, firmo con su apellido, para que cada vez que ella vea uno de mis cuadros, sienta que es un reconocimiento a todo ese esfuerzo que hizo como madre”, dice María Esther.
En Nueva York, dice, “esperaba críticas, aspectos para mejorar, pero los comentarios han sido muy positivos. Creo que, en medio del arte que se hace ahora y que pocos entienden, mi propuesta sigue privilegiando el pincel; y la gente sabe que detrás de un cuadro hay un gran un esfuerzo, lo valoran, porque antes de que logres un cuadro que realmente vale la pena, has desechado muchos otros que no”.
Después de esta exposición, que también pudo apreciarse en el consulado de Colombia en Nueva York, la artista seguirá pintando y tocando puertas. No importa que algunas se cierren. “Quise exponer en una galería en Bogotá y el dueño me dijo que mi arte era asqueroso. Pero creo que eso es normal. No ha todo el mundo le va a gustar lo que uno hace. Y estoy convencida de que en la vida tienes que seguir tu corazón. Si a uno le gusta algo, debe seguir ese camino. Siempre habrá voces que te digan que no, pero eso es solo un obstáculo, no el final del camino”.