In Memoriam
La perfecta imperfección de Ozzy Osbourne, el Padrino del heavy metal, y por qué su vacío golpea tan fuerte
De clase trabajadora, inspirado por los Beatles, Ozzy vivió intensa y genuinamente, marcando la vida de millones como pionero irreverente del heavy metal y hombre de familia. Su despedida en vida fue insuperable, tal y como la merecía.

La partida del padrino del heavy metal produjo un vacío inmediato. Ozzy Osbourne, la figura de mayor impacto en la historia del género del que tantos otros surgieron, dejó este plano y desató en millones una mirada profunda a su huella musical y a lo engranada que está en tantas existencias y discografías. Su muerte pareció repentina, pero sus seguidores sabían que podía suceder, solo querían que los siguiera acompañando…
El cariño, los homenajes y las memorias no solo brotaron desde la realeza del rock; llovieron de todos los espectros musicales y sociales, desde el rap y el pop hasta la política, probando su estatus de padre fundador irremplazable. Ozzy nunca se presentó como una figura atractiva. No lo era. Eso lo hizo el rockstar para los imperfectos; es decir, para todos, por su energía, por su entrega y su incorregible impulso travieso. En los setenta, orinó y defecó en lugares en los que no debía. Y hoy la tarea es reírse de años que hace mucho quedaron atrás, cuya música jamás quedará atrás.

Ese lado tan genuino y cándido de Ozzy explica por qué es y será el único artista venerado en un género marcado por la estridencia en vivir una transición de ‘Príncipe de las tinieblas’ en el rock (desde 1968) a hombre de familia, en televisión, en los 2000, y no perder un ápice de credibilidad. Vivió la vida de música y excesos; evitó la muerte, y esto le permitió convertirse en ‘el abuelo de las tinieblas’. Disfrutó de sus hijos y nietos, ante la venia de los metaleros y rockeros del planeta entero, muchos de los que hoy llevan a sus hijos pequeños a conciertos.
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Electric Funeral
La mirada profunda a la huella de este Mago de Ozz que todos sus amantes vivieron tras saber de su partida fue la segunda en poco tiempo. Porque el 5 de julio pasado había tenido lugar su despedida oficial de los escenarios, una fiesta sin precedentes para el heavy metal, donde las lágrimas fueron tan bienvenidas como las guitarras distorsionadas y los geniales covers de Ozzy y de su banda original, Black Sabbath. Se ha dicho y lo consignamos porque es cierto, ¿qué es más heavy metal que oficiar su propio ‘Electric Funeral’ en vida (en retrospectiva, lo fue) y recaudar 190 millones de dólares para centros de salud en su ciudad con el foco en infancia y párkinson? Eso lograron Ozzy y Sabbath, por medio del livecast más atendido de la historia de la web.
Ese adiós, como lo merecía tamaña figura, fue un pico incomparable. Tuvo lugar en Birmingham, la ciudad que los vio nacer a él y a sus colegas de Black Sabbath, una banda de barrio, armada por impulso orgánico y necesidad de tocar. En la jornada, que se llamó Back to the Beginning y se extendió por diez horas, enormes agrupaciones del metal les rindieron homenaje a él y al mítico grupo.

Y una postal de Ozzy se sumó a las inolvidables: una es la de ese demente joven que dio la voz a decenas de clásicos, creó un género y mordió un murciélago; otra es la de un padre y abuelo, en familia, en un reality de televisión; y otra la de ese 5 de julio pasado, como un desafiante rockero en sus bajos setentas, lleno de agradecimiento, entregándose, despidiéndose, recibiendo el amor del planeta entero y desafiando desde su trono un párkinson que lo paralizaba desde 2019. Le dolía tener la cabeza en alto, pararse era algo impensable. Qué ídolo. Qué adiós.
En ese marco, hacia el final de la noche, después de horas de un homenaje sonoro por cuenta de virtuosos, apareció. Frágil, pero firme, sentado en su trono. Cantó primero tonadas de su repertorio (su carrera en solitario tiene éxitos notables, en fases distintas) y luego dio pie a una última reunión de la alineación original de Black Sabbath, un milagro en sí, considerando lo intensamente que estos cuatro pioneros vivieron por décadas (y los muchos colegas más jóvenes que han visto partir en el camino).
Nueve canciones dejó Ozzy, en las que, sin dudas, fue la mejor despedida de todos los tiempos. Casi que sintiendo esta hora encima, su mujer, Sharon Osbourne, movió las fichas para hacerla suceder. A Sharon la conoció primero como hija del mánager de Black Sabbath, Don Arden. Y luego de terminar con un primer matrimonio que le dejó tres hijos, se casó con ella y tuvo la familia que compartió en la tele. Para bien y para mal, porque provocó peleas y cultivó cizañas (no será la única mánager en hacerlo), le dio una vida de familia al ídolo y prolongó su presencia en la música. Y Ozzy siguió siendo él mientras el cuerpo se lo permitió: el hombre de familia, el hombre de rock. En ese trasegar, jamás dejó de ser sencillo. Y si bien a Sharon se le critica, sin ella y sus métodos esta etapa final no hubiera sucedido. También concibió una serie de giras, los Ozzfest, en las que, con su arrastre, Ozzy apadrinó a nuevas bandas.

Otra realidad notable quedó en evidencia en ese homenaje final: la cualidad única de su voz, tan difícil de canalizar. Figuras gigantes trataron de torear sus canciones, y la mayoría lo sobrevivieron, pero hasta ahí (se destacó el más joven de los invitados, Yungblud, cantando Changes increíblemente). El océano de versiones también recordó a todos que la guitarra de Iommi es fundacional, el bajo de Butler es el ingrediente vibrante y la batería de Bill Ward supo adaptarse a sus limitaciones, manteniendo vivas sus virtudes. En su propio acto de aceptación y júbilo, Ward se quitó la camiseta para una parte del concierto, liberando su cuerpo trajinado, y el de todos, de la mirada crítica.
La máquina del tiempo obliga a volver y reconocer al joven Ozzy, un irreverente nacido en 1948, en un hogar de madre y padre trabajadores, en Aston, Birmingham, Inglaterra, el más industrialmente gris de los lugares que esa isla tiene para ofrecer. Inspirado por los Beatles, que desde Liverpool llegaron a colorear su vida, pero con su propia realidad por expresar algo distante de She Loves You, Osbourne tenía claro que quería cantar, y en su barrio sabía de otro tipo de pelo largo que tenía el mismo interés. Y lo fue a buscar, al bajista y virtuoso letrista con el que haría historia, Geezer Butler (el fanático de Aston Villa).
Sobre esa primera vez que habló con Ozzy, Butler comparte una diciente descripción en su fantástica autobiografía Into the Void. Todo empieza cuando el hermano de Geezer le dice: “Hay algo en la puerta buscándote”. “Le pregunté qué quería decir con ‘algo’ y Jimmy respondió: ‘Ya verás…’. Y ahí estaba: un skinhead, vestido con la bata de trabajo de su padre, sin zapatos, con un cepillo de chimenea al hombro y una zapatilla deportiva atada a una correa para perros. Así es, una zapatilla. De inmediato lo reconocí como el tipo que había visto al otro lado de la calle cuando regresaba a casa desde el Penthouse. ¿Mis primeras palabras para él?: ‘Oh no, un maldito skinhead’”. A lo que Ozzy respondió: “¡Me dejaré crecer el pelo!”. Y sí que se lo dejó crecer. Hasta el último de sus días.
Juntos, sumando al guitarrista excepcional (que perdió dos falanges en una fábrica y armó sus propias prótesis para tocar y crear los riffs fundacionales del metal) y al baterista (un genio de vena improvisadora y jazzística), se hicieron íconos globales. Sus discos juntos aún suenan potentes, creativos y vigentes. Solo hace falta ponerlos. Es increíble.

Y cuando Ozzy se emancipó (o lo emanciparon), se rodeó de virtuosos que elevaron sus canciones (entre ellos, guitarristas como Randy Rhoads, fallecido trágicamente; Jake E. Lee y Zakk Wylde). Tocar con él se sentía como una especie de academia, y graduó en camaradería y toques a músicos notables, como el bajista actual de Metallica, Robert Trujillo, y el baterista Mike Bordin, de Faith No More.
Jamás perdió vigencia. Jamás la perderá. El decano de la academia, el que todo sembró, ha cruzado el umbral, y solo resta agradecerle y cantarle See You on the Other Side.