Arte
Los dibujos eróticos de Luis Caballero, exhibidos en Galería El Museo
A la exposición ‘Mis dibujitos porno’ la acompaña, hasta el sábado 11 de marzo, una imperdible muestra colectiva. Compartimos el texto de Antonio Caballero sobre esta faceta de la obra de su hermano y la profunda introducción curatorial a ‘Retrato, autorretrato e identidad’.
Hasta el 11 de marzo, la Galería El Museo presenta dos muestras imperdibles. En primer lugar, Mis dibujitos porno, una exposición de dibujos eróticos de Luis Caballero; en segundo lugar, no menos importante, una muestra colectiva que se titula ‘Retrato, autorretrato e identidad’.
“Mis dibujitos porno”, Luis Caballero
Toda la pintura de Luis Caballero es erótica. Lo fue desde el principio, desde cuando el pintor no era todavía un realista figurativo, renacentista y manierista, sino un formalista tentado por el expresionismo. Sus composiciones están transidas de tensión erótica, falsamente contenida por la geometría. Una tensión aún veladamente, ambiguamente homosexual, insegura -pues algún de los cuerpos pintados siguen siendo vaga, ambiguamente femeninos-; pero que inequívocamente son cuerpos, y no simples figuras. Ya entonces, a finales de los años sesenta, se declaraba pintor erótico, y los asuntos de sus cuadros eran abiertamente sexuales. Y violentos. De una violencia inseparable de la sexualidad: de la rabia y el deseo, del desorden animal de la sexualidad.
En el fondo de esos cuadros de entonces se pueden ver vagas nubes fálicas flotando en el espacio. En tanto que hermano del artista puedo traer a cuento un recuerdo común: nos contaba nuestro padre que él, de niño, obligado en el colegio a confesarle pecados al capellán, se había jactado de que solía tener “malos pensamientos”. Interrogado por el cura sobre cómo eran, tuvo que improvisar: “son como unas nubes…”. Sobre la pintura de Luis Caballero flotaron siempre, como nube, los malos pensamientos.
Muchas veces lo dijo él mismo en entrevistas de prensa, o en los breves textos que escribió para catálogos de exposiciones o para presentaciones periodísticas: “Tal vez la pulsión creadora es la misma que la pulsión erótica”. O bien: “Dibujar es desear”. O bien: “Pinto los cuerpos que quisiera poseer”. O bien: “La pierna no es una pierna, sino que también hay en ella un interés erótico (pero) el problema es que a pesar de que pinto desnudos en todas las posiciones, la gente solo mira los penes”. Y sí: penes o piernas o cuerpos amarrados, o bocas abiertas en el placer o en el deseo, siempre pintó para expresar sus ansias sexuales, no para exorcizarlas -como hubiera dicho el cura aquel de las vagas nubes-; sino al contrario, para exhibirlas, para sacarlas a la luz. Y tan explícitamente sexual era su pintura, tan descaradamente provocadora y excitadora de lo que se ha dado en llamar “bajos instintos”, que unos la condenaron por obscena y pornográfica creyéndola inmoral, y otros la codician por obscena y pornográfica, creyéndola afrodisíaca. Una vez un rico narcotraficante le hizo llegar un mensaje de que quería comprarle todo lo que pintara, y al precio que pidiera, con tal de que sus modelos “fueran más bien hembritas”, y no jóvenes machos. Como si la atracción del sexo fuera de verdad mercancía intercambiable a capricho. El negocio no se hizo porque Caballero no era un fabricante de erotismo a gusto del consumidor, sino un erotómano natural y espontáneo, como Miguel Ángel o como Francis Bacon, sus maestros.
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Estas pinturas -pequeños formatos de técnicas diversas: sanguinas, aguadas de óleo, carboncillos, plumillas, acuarelas y grafito- son todas aún más provocadoramente eróticas, y aún pornográficas, que el corpus entero de la obra pictórica de Luis Caballero. También suelen ser más atractivas, más de “obra en mancha”, que sus cuadros de mayor formato y mayor elaboración: esos que por lo general muestran escenas post-coitales de desfallecimiento y de reposo. La “petite mort” de languidez exhausta que sucede en el acto sexual en el hombre y en todos los animales -salvo, según el aforismo latino, en el gallo, que canta-. Estos cuadros son, en cambio, retratos previos: de erección, de excitación, de exaltación del sexo. Penes que se yerguen, bocas que buscan, manos que encuentran. Algunos son cuidadosos estudios anatómicos, didácticos, académicos, casi de manual para estudiantes de urología quirúrgica. Otros tienen la ambición de bocetos para grandes composiciones posteriores: figuras que se abrazan en la pureza de la línea, como proyectos de un gran cuadro (y a lo mejor lo son).
Estas obras fueron pintadas, me parece, más para el artista mismo y su propia delectación morosa que para la exhibición pública. Pero no eran tampoco clandestinas ni secretas: muchas están fechadas y firmadas. Son, sin embargo, obra de taller: para el taller del pintor. Presencias inmediatas. Apuntes, notas del natural, casi sin reflexión compositiva, sin ambición artística propiamente dicha. Visiones del placer y del deseo, anotaciones del placer, para el placer. Malos pensamientos. -Antonio Caballero.
Sobre ‘Retrato, autorretrato e identidad’
La identidad es un conjunto de atributos personales que diferencian una persona o un grupo humano del otro. Es la parte reactiva de la persona en cuanto a su concepción y expresión que tiene cada uno acerca de la individualidad y su pertenencia a ciertos grupos sociales. Son estos rasgos de identidad los que han generado su representación a través del retrato y el autorretrato.
Los primeros retratos de la historia fueron esculturas. En el Antiguo Egipto se hicieron figuras que indicaban ejemplos de soberanos como toros o leones y, tras la reforma religiosa de Amenofis IV, se produjeron retratos fisonómicos, con acentos psicológicos, como los numerosos retratos de Nefertiti. Sin embargo, la creación de un auténtico retrato fisonómico es obra de la civilización griega. El retrato, en el siglo V antes de Cristo, comenzó a aparecer sobre las monedas de los reyes persas. Su creación se expandió tras la muerte de Alejandro Magno y alcanzó un desarrollo considerable durante la época romana.
Más allá de la escultura, los medios de expresión se han ido ampliando conforme nuevos materiales y técnicas han aparecido a lo largo del tiempo. Si bien la utilización del óleo en la pintura se conoce desde la antigüedad, fue en la Edad Media que se extendió en un selecto grupo de artistas. En el Renacimiento, fue la técnica favorita de Leonardo da Vinci, más tarde, en el Barroco, Rembrandt la implementó en sus inigualables claroscuros e, incluso, se retrató también en dibujos y grabados.
A partir del siglo XVIII los retratos adquirieron una importancia crucial. Dentro de una sociedad cada vez más dominada por la burguesía, las representaciones de individuos lujosamente vestidos contribuyeron de manera eficaz a la afirmación de su posición económica. Es el caso del retrato de la señora María Suárez, pintado por Alberto Urdaneta (1845-1887), que en su indumentaria, con elegantes guantes y accesorios, manifiesta su refinamiento.
Los artistas de principios del siglo XX, influenciados por las nuevas vanguardias, ampliaron los campos de exploración del retrato a nuevas direcciones liberándolo de la semejanza visual. Como en 1906 lo hizo Andrés de Santa María (1860-1945) con el retrato Inés Gónima de Restrepo, un óleo sobre lienzo en plano medio corto que se centra en la expresión de la mirada enigmática de la protagonista de la obra.
En Europa, Gustav Klimt (1862) desarrolló su propio estilo al redor del retrato con la figura femenina. En 1917, en Viena, un año antes de morir, comenzó a dibujar en grafito, sobre papel, un estudio sobre Adán y Eva. En este esbozo de una Eva voluptuosa, que se encuentra en la exposición, se percibe la interpretación sensual que el artista le dio a su musa.
Los retratos pueden ser de personas, parejas, padres e hijos, familias o un grupo social. Es en el retrato donde los rasgos de identidad encuentran su representación en el arte. Como personajes en su individualidad, cabe destacar un retrato de 1978 hecho por Juan Antonio Roda (1921-2003) a Luis Caballero (1943-1995), una pintura de 1980 realizada por Lorenzo Jaramillo (1955-1992) en honor a Eduardo Ramírez Villamizar, un cuadro de Caballero que interpreta la mirada seductora de su joven modelo y una escultura de Ana Mercedes Hoyos (1942-2014), inspirada en una figura africana, que ejemplifica la investigación que por tantos años de carrera artística le dedicó a la cultura de San Basilio de Palenque, al norte de Bolívar.
Los grupos de sociedades se ejemplifican en la obra del argentino Marcos López (1958), quien en una composición colectiva manifiesta la identidad latinoamericana a través de imágenes de reconocidos personajes históricos representados de una manera irónica y surrealista. Los retratos de familia aparecen en los extraordinarios dibujos en grafito del brasileño Mauro Piva (1977), que giran en torno a tradicionales encuentros navideños, una pintura de Ana María Mora (1980) que alude a su núcleo familiar y una escultura de Nadín Ospina (1960), inspirada en una fotografía de sus ancestros, en la que aborda la identidad prehispánica. Identidad que también representa en un diálogo transcultural con la ciencia ficción en la escultura Encuentro, en la que Mr. Spock, de la legendaria serie Star Treck, comparte banca con una figura de la cultura quimbaya.
Los grupos de sociedades se ejemplifican en la obra del argentino Marcos López (1958), quien en una composición colectiva manifiesta la identidad latinoamericana a través de imágenes de reconocidos personajes históricos representados de una manera irónica y surrealista
El concepto de identidad en las redes sociales lo indaga Daniel Martínez (1984) con un retrato de Khaby, uno de los tiktokers con más seguidores a nivel mundial, mientras que Vicky Neumann (1963) realiza un collage sobre tela de un grupo de jóvenes absortos en la televisión mientras el mundo se cae a pedazos.
En retratos de parejas, Felipe Lozano (1994) presenta un díptico con expresiones de desamor, temática que también aborda el español Germán Gómez (1972) desde una revisión introspectiva de su experiencia en los conflictos de las relaciones, como cicatrices cosidas con hilos que entretejen un grito de angustia. La pareja también es la musa de una escultura en bronce de Darío Morales (1944-1988), quién siempre tuvo como modelo a su esposa, Ana María. Magdalena, el amor del mexicano Víctor Rodríguez (1970), protagoniza un acrílico sobre tela del reconocido líder de la nueva generación de artistas hiperrealistas, mientras que una de sus fans es la modelo del español Juan Francisco Casas (1976).
El estilo hiperrealista también aparece en la obra del catalán Juan Antonio Presas (1963), que duró siete años retratando a una mujer que tiene parcialmente el rostro sumergido en agua en medio de un contexto surrealista que complicó y alargó la ejecución de este cuadro cargado de elementos de distinta naturaleza.
En el medio fotográfico, Jaime Ávila (1966) explora la presencia estética de un indigente bogotano que posa como para un editorial de moda de la revista Vogue, la chilena Paz Errázuriz (1944) retrata a un zapatero en su taller, Adriana Duque (1968) rememora su niñez, cuando adoraba jugar con sus muñecas y soñaba con ser princesa, y el español Alexis W (1972) aborda cómo dos trabajadoras sexuales quieren esconder su identidad con una máscara dibujada por ellas mismas.
El autorretrato, por su parte, se define como un retrato hecho de la misma persona que lo realiza. Es uno de los ejercicios de análisis más profundos que puede hacer un artista. Implica estructurarse el rostro y conocerse hasta tal punto que la expresión que tenga en ese momento se traduzca en el dibujo o la pintura que aborda. Los primeros autorretratos de los que se tiene conocimiento datan de la Edad Antigua, pero fue durante el Renacimiento cuando se produjo un notable desarrollo de este género artístico que gradualmente se generalizó y adquirió más autonomía, especialmente en Italia y el norte de Europa. Las causas del nuevo interés que los artistas comenzaron a sentir hacia la representación de su rostro eran técnicas, culturales, sociales y personales.
En el autorretrato subyace siempre un componente psicológico, como indicaba el historiador y crítico de arte Francisco Calvo Serraller: “los autorretratos poseen una belleza que no es la de la hermosura, sino la de la perspectiva psicológica del retratado. Es una presentación de la personalidad y de la vanidad del individuo”, con un deseo de trascender en el tiempo para lograr la inmortalidad.
Los autorretratos poseen una belleza que no es la de la hermosura, sino la de la perspectiva psicológica del retratado. Es una presentación de la personalidad y de la vanidad del individuo
Muchos artistas se han retratado a sí mismos en el transcurso de la historia del arte, en esta exposición reunimos un desnudo de Gregorio Cuartas (1938) del 1973, un autorretrato de Juan Antonio Roda del 82, la alucinación que vivió la británica Freda Sargent (1928) el año pasado mientras estuvo hospitalizada en una clínica bogotana y dos esculturas del brasileño Gustavo Rezende (1960) en las que representa situaciones cotidianas a través de su propia imagen. Traemos también, en el marco de la contemporaneidad, la propuesta del brasileño Albano Alfonso (1964), que fusiona, por medio de la fotografía, un autorretrato pintado por Picasso sobrepuesto a un autorretrato suyo, el cual se vislumbra a través de las perforaciones del papel de la primera imagen.
*Galería El Museo queda en la Calle 80 # 11- 42, en Bogotá, Colombia.