Literatura
“Mi papá lo perdió todo por una injusticia”: Juan Álvarez habla de ‘Recuperar tu nombre’, libro en el que narra la tragedia legal de su padre
El autor retrata en estas páginas el dolor de un hijo que ve a su papá en la cárcel por un delito que no cometió y plantea una profunda reflexión sobre lo complejo del servicio público.
El escritor Juan Álvarez acaba de publicar su libro más personal, Recuperar tu nombre, un largo y doloroso viaje en el que narra un capítulo de su familia del que aún no se ha escrito el punto final. Comenzó en 2017, cuando a su padre, Fernando Álvarez, lo vincularon a un proceso de presunta corrupción en la administración del fallecido exalcalde Samuel Moreno.
Álvarez padre fue su secretario de Movilidad. Un hombre dedicado a la academia y el servicio público, pero a quien la vida le cambia por completo tras este proceso legal. No solo estuvo seis meses en prisión, sino que “no ha tenido un solo puesto de trabajo desde entonces”, tal como lo relata Juan, que hizo a un lado el pudor y se le midió a su primera obra de no ficción.
Este libro, dice su autor, era una manera de contar una versión, la de su familia. “Cuando a uno lo acusan de un delito, usualmente a uno le presentan unas pruebas, pero en el caso de mi padre no existen pruebas, sino una interpretación de la Fiscalía de que el contrato que lo enredó pudo haberse hecho de otra forma. Por eso, sentíamos que debíamos contar la historia desde este lado, el dolor de mi padre y cómo la vida nos cambió”.
SEMANA: Juan, ¿por qué hablar solo hasta ahora, siete años después de que comenzara el proceso legal de su padre?
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Juan Álvarez (J. A.): Durante mucho tiempo guardamos silencio como familia porque nuestro abogado nos aconsejó no avivar el caso en términos mediáticos y respetar los procesos. Pero siempre tuvimos el malestar de no contar nuestra versión. Cada que iba a visitar a mi papá, en el segundo semestre de 2017, al patio R2 de La Picota, un patio de servidores públicos, llegaba con una libreta y la gente de la cárcel comenzaba a contarme historias, porque sabían que yo soy escritor. Por eso el libro no cuenta solo nuestra historia, sino un cúmulo de historias de la experiencia de la cárcel.
SEMANA: Este es su primer libro de no ficción. ¿Cómo se enfrentó al pudor de la primera persona?
J. A.: Nunca había narrado en primera persona. Pero las circunstancias te desprenden de esa vergüenza inicial, después de mucha digestión y mucho tiempo tratando de entender este caso, que tiene que ver con derecho administrativo, un tema muy técnico, pero donde los titulares de prensa poco tienen que ver con la realidad procesal. Luego entendí, como mi papá lo sostenía, que lo estaban empapelando y era arbitrario su caso. Necesité tiempo para entender esa injusticia.
SEMANA: En el libro habla del sentimiento de vergüenza, del estigma que supuso este caso para su familia. ¿Cómo lo afectó a usted como escritor?
J. A.: Me tomó tiempo asimilar ese estigma. Con mi familia nos sentimos muy señalados. Hasta en mi vida literaria: ya no me invitaban a eventos pues se volvió un tema reputacional. Para ese momento, ya tenía una carrera, pero cuando tu nombre tiene cierta relevancia, es fácil que te estigmaticen porque la Fiscalía hablaba de corrupción y relacionaba el caso de mi padre con el del Cartel de la Contratación, lo cual no era cierto.
SEMANA: ¿En algún momento dudó de la inocencia de su papá?
J. A.: Esa fue una de las cosas más dolorosas. Tuve muchas conversaciones con él y pensé que se podía haber equivocado. En un primer momento todo parecía muy alarmista y grave, pero en la medida en que lo fui decantando, entendí que se trataba de un proceso administrativo menor, en el que uno se puede equivocar si estás en el servicio público. Es una de las cosas más dolorosas de esta experiencia, que esto me haya hecho dudar de mi padre. Este libro es una reflexión sobre lo ingrato que puede ser el servicio público. A mi padre lo esculcaron hasta que no pudieron más y le encontraron esta cosa pequeñita. Cuando escribía el libro, él no entendía por qué yo le hacía tantas preguntas y le pedía que me repitiera detalles, sentía que yo no creía en su versión, pero me di a la tarea de contrastar y corroborar todo lo que me contó.
SEMANA: ¿Cómo recuerda esa primera vez en que lo visitó en la cárcel?
J. A.: La primera vez mi padre acababa de accidentarse y se lesionó un brazo, estaba muy estropeado. Lo encontré ‘uñilargo’, agobiado, fue duro. Uno como hijo absorbía mucho dolor y tristeza en esas visitas, pero era una manera de oxigenarlo también. Por fortuna, con el tiempo, las conversaciones que teníamos fueron mutando al humor, a veces negro y trágico. Por fortuna, cuando sucede esta desgracia ninguno de los integrantes de la familia dependía de él económicamente, sus hijos somos profesionales y trabajamos, su esposa es pensionada. A diferencia de mucha gente que acaba en estas circunstancias, no tenía la presión económica que puede llevar a que te declares culpable así no lo seas. Él se pudo pensionar, aunque quedó mal liquidado. Y decidió, lo que me hace sentir orgulloso como hijo, estudiar derecho y hasta hacer una maestría.
SEMANA: Este libro se siente, por momentos, como una enorme reflexión sobre lo complejo que es el servicio público...
J. A.: Este libro me sirvió para redescrubrir a mi papá, su vida y vocación de servicio. Fue un hombre académico, servidor público toda su vida. Pero, a raíz de un programa de la administración del exfiscal Néstor Humberto Martínez, Bolsillos de Cristal, con el que intensifican sobre los fiscales la exigencia de que imputen por corrupción a mucha gente, él termina involucrado en este caso. Él es solo un numero de esa lista de quienes terminaron involucrados para que esos fiscales mostraran resultados. Parte del dolor de mi padre era no entender si detrás de esto había enemigos, si era algo personal o acaso algo más grande. A él quizá la respuesta de este libro no le satisface del todo, pero fue la que encontré: esto no era algo específicamente contra él, sino sistemático sobre una fórmula de evaluación de los fiscales y su número de imputaciones.
SEMANA: ¿Su familia cree hoy en la justicia?
J. A.: Sí, pese a la arbitrariedad que ocurrió con mi padre y esa medida de aseguramiento contra él, que es lo que más estudio en el libro. Por respeto a los tribunales, no hablamos del juicio, sino de esa instancia concreta en que se cometió ese abuso y muchas arbitrariedades que llevaron a que un juez de segunda instancia ordenara la libertad de mi padre. Entonces, sí hay balances en la justicia, pese a que hablar de la independencia de los fiscales es un animal mitológico.
SEMANA: Su obra se publica con una editorial grande, con alcance en toda Hispanoamérica. Pudiera pensarse que al tener detrás un sello así, podría convertirse en una manera de presionar a la justicia...
J. A.: Podría pensarse, sí. Pero del juicio no se dice una sola palabra, además es una editorial con la que estoy desde hace mucho tiempo. Este libro solo es un gesto público para contar nuestra versión y relatar la primera audiencia que tuvo, de imputación de cargos, un escenario con medida de aseguramiento muy delicado, porque mi padre siempre estuvo dispuesto a comparecer. Solo quería defenderse en libertad. Narrar nuestra versión después de tantos titulares del carcelazo, que destruyen tu vida. Mi padre no ha tenido trabajo desde entonces, quedó con un estigma muy grande. Lo perdió todo por una injusticia. Queríamos mostrar esa arbitrariedad porque en el caso de mi padre no existen pruebas, sino una interpretación de la Fiscalía sobre el contrato que pudo hacerse de otra forma. Es una disputa técnica, pero rodeada de un drama humano.
SEMANA: ¿Su papá pagó caro haber trabajado para Samuel Moreno?
J. A.: El estigma en su caso en parte se fabrica por haber trabajado con Samuel Moreno. Cuando llegamos a la audiencia de imputación de cargos, lo que la Fiscalía tenía proyectada en un video beam era una foto de Moreno. Pero asumir que cualquiera que trabajó con él participó de actos de corrupción es injusto, absurdo. Mi padre no participó de eso, no se enteró de nada y es probable que le hayan armado todo esto para presionarlo y que hablara y delatara algo. Cuando empezó todo esto, con mis ahorros, ocho millones de pesos, pagué el concepto de un abogado que nos dijo: “Vayan a juicio, pero nunca van a poder ganar hasta que no resuelvan el estigma mediático del Carrusel de la Contratación”.
SEMANA: En el libro usted detalla cómo fue la relación de su papá con Samuel Moreno. Deja claro que no fueron amigos...
J. A.: Mi padre trabajó en la alcaldía de Lucho Garzón, en el equipo de asesores que diseñó el plan maestro de movilidad, que contempló hacer metro, ciclorrutas, cobros de vías por congestión, más TransMilenio. Ese equipo le presentó ese plan de movilidad a dos candidatos, uno de ellos era Samuel Moreno. La otra campaña, la de Peñalosa dijo “Metro no” y perdió. Al comenzar la alcaldía de Moreno mi padre lo conoce como parte de ese equipo técnico de movilidad y al año se convierte en secretario de movilidad, pero no fue su amigo, ni hizo política con él.