Teatro
Mimo: el descaro teatral del Imperio romano
La profunda radiografía de un género teatral que, por sus características únicas e historia, borra líneas entre lo popular y lo espontáneo.
La tradición literaria y performativa del género teatral del mimo es compleja, pero algo que parece claro es que proviene del mundo griego antiguo, muy posiblemente de las colonias de la llamada por los romanos Magna Grecia, donde la afición por los espectáculos teatrales tanto cultos como populares está bien atestiguada.
El mimo, qué duda cabe, formaría parte de estos últimos, aunque su carácter popular y en muchas ocasiones improvisado no estuvo nunca en absoluto reñido con una extraordinaria profesionalidad por parte de sus ejecutantes.
Por su parte, los romanos adoptaron desde muy pronto el género del mimo entre los espectáculos de diversión, tanto públicos como privados, a los que eran aficionados. De este modo, no parece que fuera infrecuente contratar una compañía de actores de mimo para entretener a los comensales en los banquetes privados, o para entretener a la multitud, bien en los interludios de teatros y anfiteatros, bien entre las carreras de carros y otras competiciones deportivas de circos y estadios. En cualquier caso, la diversión estaba garantizada.
El descaro del mimo
Los espectáculos de mimo podían variar desde el mero divertimento cómico hasta una auténtica trama teatral en la que la risa, eso sí, siempre triunfaba. Como su nombre indica, este género se entendía como una descarada imitación de la vida. Decimos “descarada” porque, a diferencia de todos los demás espectáculos teatrales de la época, incluido el espectáculo del pantomimo, los actores y actrices de mimo no llevaban máscara durante sus actuaciones.
Otro elemento característico del género del mimo, como veremos más adelante, es que permitía a las mujeres interpretar papeles femeninos y desarrollarse profesionalmente como actrices (mimae) y ‘directoras’ (archimimae) de compañías teatrales. Pero el descaro en la interpretación de los espectáculos de mimo iba más allá y tiene que ver, más bien, con la procacidad que caracterizaba a este género, para escándalo y menosprecio de muchos hombres de cultura del pasado.
El elemento paródico, la sátira social, la burla, en definitiva, constituían su ingrediente esencial. Los argumentos de las obras de mimo más frecuentes llevan la impronta de esa mirada procaz: son farsas mitológicas, caricaturas sociales, parodias literarias, burlas filosóficas, imitaciones de combates homéricos o parodias de prácticas cristianas. También fueron frecuentes mimos más exóticos con tramas que implicaban naufragios, raptos de piratas, chocantes encuentros con pueblos extranjeros, muertes falsas, apariciones y fantasmas.
Commedia dell’arte a la griega
Con todo, al parecer, el caso más estereotipado de mimo teatral, debido al éxito popular del mismo, fue el conocido como “mimo de adulterio”, con excitantes escenas de infidelidad sorprendida más o menos in flagrante y con escenas de juicio incluido, donde el vicio era castigado o, al menos, condenado. Como señala Coricio de Gaza, un autor del siglo VI de nuestra era y defensor de este controvertido género teatral para su época, en este tipo de mimos todo termina con una canción y con una buena y saludable dosis de risa.
En efecto, los espectáculos de mimo de la amplia época imperial romana son los antecesores de la commedia dell’arte y se han comparado con espectáculos modernos como los del teatro de revista, de variedades o de cabaret. Incluían no solamente números de danza y canto sino también acrobacias e incluso números con animales en escena. Debían de ser muy dinámicos y llamativos, por lo que requerían una energía especialmente desarrollada de los actores y actrices implicados. Muchos de ellos llegaron, de hecho, a ser profesionales altamente reconocidos, aunque no todos gozaron de la misma suerte.
Atuendos de mimo
Además de la ausencia de máscara, a los actores de mimo se les relacionaba con el calzado de suela plana o incluso con la ausencia de calzado. Para interpretar, por ejemplo, las escenas trepidantes de los mimos de adulterio, donde el amante debe esconderse de la llegada intempestiva del marido burlado, o la doncella o la esposa han de burlar la vigilancia del celo doméstico, los actores y actrices necesitaban el menor impedimento posible para un movimiento ágil y expresivo en escena.
También se relacionaba a los actores de mimo con el centunculus, una especie de túnica de muchos colores, y con el ricinium, un manto con capucha que debía de usar sobre todo uno de los personajes estrella del género: el tonto o stupidus, que a menudo era calvo y que soportaba estólidamente en su oronda cabeza los golpes más violentos sin siquiera resentirse. A las actrices, algunas fuentes antiguas las relacionan más bien con poca ropa, pero debió de ser la stola su vestuario más frecuente.
Del mismo modo, se relacionaba al espectáculo de mimo con una cortinilla trasera (siparium) que permitía montar la representación donde fuera, en casas, teatros, circos, plazas y calles, y que facilitaba a actores y actrices el cambio de vestuario o el uso teatral de toda suerte de objetos de atrezo esenciales para el espectáculo. En cambio, eran las puertas, hasta cuatro, las que constituían la escenografía más habitual, probablemente porque, como bien sabemos, casa con muchas puertas “mala es de guardar”.
Actrices
ero quizás el rasgo más singular del mimo fuera que, a diferencia de todos los demás géneros teatrales y performativos –salvo, quizás, el pantomimo–, permitía a las mujeres interpretar papeles femeninos y exhibirse en escena.
En la antigüedad grecorromana, las compañías teatrales solían ser exclusivamente masculinas, a excepción de las de los espectáculos de mimo. Entre las razones que pueden explicar esta singularidad del mimo hemos de reconocer que este estaba considerado como un género menor, popular, de baja índole respecto a los demás géneros teatrales. Algunas actrices adoptaron nombres escénicos muy significativos como ‘Dionisia’ (en honor del dios del teatro) o, mi favorita, Énfasis (‘Aparición’).
Es más, si, por lo general, la profesión de actor era considerada infamis en el mundo romano, en el caso de las actrices de mimo esta consideración las condenaba a una especial marginalidad muchas veces equivalente a la de prostitutas. Esto no impidió, sin embargo, que muchas fueran valoradas por sus cualidades artísticas e incluso algunas, como Pelagia o Teodora, llegaran a alcanzar el estatuto de santas y emperatrices una vez renunciaron, eso sí, a tan provocadora profesión.
Vestigios
Se conservan, afortunadamente, algunos fragmentos en papiro de lo que parecen guiones de obras de mimo y que nos permiten leer la asombrosa calidad de estos espectáculos teatrales. También conservamos epigrafías funerarias de actores y actrices de mimo que se precian de la calidad de su voz, de los premios conseguidos, de la extensión de su fama.
Constituyen, entre otras fuentes, un emocionante testimonio de la cultura popular del imperio romano y amplían nuestro conocimiento, más allá de los géneros tradicionales del canon teatral.
*Titular de Filología Griega, Universidad de Almería
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