CINE
Corazón borrado: una tibia defensa de los caminos individuales
A partir de una historia real, esta película examina el polémico mundo de las terapias de conversión, diseñadas para cambiar la orientación sexual de los participantes.
Título original: Boy Erased
País: Estados Unidos
Año: 2018
Director: Joel Edgerton
Guion: Joel Edgerton, a partir de la memoria de Garrard Conley
Actores: Lucas Hedges, Russell Crowe, Nicole Kidman
Duración: 115 min.
Calificación: 2 estrellas
Es un tema complejo el de la orientación sexual de la gente, pero esta película hace un gran esfuerzo por reducirlo a un asunto tan sencillo como una elección de champú en un supermercado.
Después de verla me quedé añorando el cine crudo, profundamente político, sin concesiones, de figuras como Fassbinder y Pasolini, o los ejercicios de represión de los cineastas homosexuales del Hollywood clásico (los melodramas, los musicales). Y esa añoranza me lleva a pensar que este presente tan equilibrado, tan sanito y tan claro en su moralidad puede ser más saludable para los individuos, pero produce arte desabrido, sin pasión, sin ideas, sin riesgo en todo sentido.
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El filme se basa en las memorias de Garrard Conley, hijo de un predicador a quien obligaron a entrar en una terapia de conversión que buscaba “deshomosexualizarlo”, con procedimientos extraños como orar pidiéndole fuerza a Dios, hacer una lista de sus pecados y externalizar su odio hacia figuras cercanas en una especie de terapias colectivas.
Todo es dirigido sombríamente por el también actor Joel Edgerton (que había realizado en 2015 el excelente thriller El regalo), y cuenta con un elenco de figuras prestigiosas que terminan por condenar a esta película al limbo de las que parecen diseñadas para la temporada de premios (¡temas importantes!, ¡historias reales!, ¡actores famosos!). Al final, estas no ganan nada y dejan la sensación de que, después de todo, hay algo de justicia en el mundo. Porque ceñirse a un esquema mecánicamente y sin ganas nunca produce resultados interesantes.
El protagonista es Jared Eamons (Lucas Hedges), un adolescente en secundaria que se da cuenta de que le gustan los hombres. “Pienso en hombres. No sé por qué. Lo siento mucho”, le dice a su padre. Se trata de un despertar sexual –me da pudor llamarlo así porque suena mucho más dinámico de lo que en realidad vemos– sin nada de lo que normalmente tiene de confuso, apasionado y abrumador.
Pero si no tiene el elemento gozoso del encuentro con el otro ni su inevitable desorientación, sí ofrece una buena dosis de culpa por no poder seguir el modelo que su padre (Russell Crowe) y su madre (Nicole Kidman) han pensado para él. “De corazón, ¿quieres cambiar?”, le pregunta el padre. Y el chico asiente.
Así termina en este centro religioso en el que buscan cambiar su orientación sexual, que coordina Victor Sykes (el mismo Edgerton), una figura extraña con características de predicador, psicólogo y coach personal. “Finge hasta lograrlo”, les repiten constantemente. Y, bueno, uno puede pensar que el filme a cierto nivel encarna ese mismo lema. Finge que te preocupa un problema actual, finge que a tus actores prestigiosos les importa, finge que el desgano no te abruma. Pero no, no lo logra.
Queda entonces un ejercicio tibio y sin convicción, una defensa de los caminos individuales que carece de suficiente energía o curiosidad para cuestionar el sistema general en el que está insertado, o las posibilidades verdaderamente revolucionarias de modos de vida alternativos.
CARTELERA
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