Crónicas de Rock
Rock al Parque 2025: un ritual vivo en el que 253 mil personas escucharon, bailaron, poguearon e hicieron ciudad
El hecho de reunir gratuitamente a una población diversa y multigeneracional en torno a muchos subgéneros del rock no deja de ser emocionante. El evento sigue siendo un reflejo de esta ciudad, de este país, de este planeta y, en la era del festival privado, se prueba más importante que nunca. ¿Qué traerá la edición 30? No sabemos, pero le contamos algo de lo que trajo la 29.

Sí, sí... en lo que a masa humana se refiere, fue una edición de Rock al Parque más reducida que de costumbre. La asistencia fue la menor en los últimos tres años. Muchos lo atribuyen a un cartel “flojo”, a falta de apoyo real para traer grupos “más grandes”...
Pero lo que vimos, vivimos y escuchamos en el glorioso Parque Simón Bolívar este puente festivo fue una edición 29 de Rock al Parque a la altura de su legado. ¿Fue ‘la más’? No, ¿fue ‘una gran’? Sin duda. Lejos de perfecta. Muchos anotaron, desde su propia experiencia y con razón, la falta de baños y las distancias más grandes entre escenarios. Esos son los sacrificios, porque sabemos que hay positivos.
Además, pocos anotan que, a veces, menos gente también significa una mejor experiencia para quienes van, menos apeñuscada y densa. Uno no necesita un concierto tan vacío como quisiera el Transmilenio, pero tampoco lo necesita como en hora pico...
Para abrirle la puerta a ese gozo que ofrece Rock al Parque, el festival sí exige del público una aceptación y una apertura sonora. Esperar que traiga lo que cada uno quiere es perder. Ganar es darle la confianza de que traerá música que vale la pena. Y ese espíritu marcó esta edición del evento, que en 30 años y 29 ediciones (gracias, pandemia) ha congregado a más de cuatro millones de personas.
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Lo que se descubrió fue fantástico. Pocos conocíamos a Black Pantera de Brasil, por ejemplo, y salimos impresionados, entretenidos y muy estimulados. Y viendo lo que vieron, quienes no estuvieron ahí, hubieran querido estarlo. Cómo no, con el despliegue fusión rock potentísimo de este trío y su genial propuesta visual. Y, sin dejar de ser parte de la banda, el bajista demostró ser un absoluto fuera de serie, con sus slaps asombrosos y su onda. Hasta momento dedicó a homenajear a Cliff Burton y su “(Anesthesia) - Pulling Teeth”.
Esa banda se llevó el premio a lo mejor del primer día inicial, en el que también vimos brillar a la potente Hirax, de California (liderada por el integrante original, Katon W. DePena), a Polikarpa y sus viciosas, que revivieron a la mismísima Pola (interpretada con potencia por una actriz) para ofrecer un performance rotundo de su franco punk, forjado a través de 30 años de calle, vida y toques.
No sobra decir que tuvimos la fortuna de escuchar parte de la presentación de Keep the Rage, una banda distrital que demostró que tiene canciones y sonidos para agitar y mover. Nadie le regaló ese espacio, eso dejó claro la música. Anotamos, eso sí, que el cantante apeló al reggaetón para arengar a la audiencia, y no debería ser necesario pegarle a algo distinto para exaltar lo propio. La música habló.
Por su parte, A.N.I.M.A.L. de Argentina regresó una vez más a su casa. Y así su líder Andrés Giménez haya luchado con el retorno y con los altos de su voz, entregaron un enorme concierto que el público supo agradecer. Cerraron con “Cop Killer”, que le sirvió de catarsis a miles de jóvenes que se sienten atropellados y maltratados por la autoridad (pueden comprobar ese efecto en nuestro recuento en videos del primer día, en el Facebook de Revista Arcadia).
Y del lado más pesado Belphegor entregó su misa negra (una experiencia teatral y sónica que me perdí con tristeza, pero que muchos agradecieron), y Dismember no defraudó en el cierre, con su potente e histórico death metal, y Matti Kärki, esa figura de barbas y pelos blancos en el micrófono, salido de las leyendas oscuras con su fantástica voz de ultratumba.
En el segundo día (en el que no hicimos presencia por cuenta de la conservación), sonidos algo más pop rock, experimentales, pero también más reggae y más ska, llenaron el espacio. Escuchamos, de voz de colegas, sobre presentaciones notables de la banda mexicana Descartes a Kant, de la española Hermana Furia, de la brasilera The Monic (cuya cantante no solo bajó al público, pogueó activamente) y de una masiva convocatoria para ver a Allison, de México, en la que un amigo confesó haber recibido a un niño en la espalda, desde el aire. Sus padres lo lanzaron, ¿demasiada emoción, quizá, u otra especie de educación?
Más allá del niño volador, muchos esperaban la entrega de Él mató a un policía motorizado cerrando el Escenario Bio, el segundo día. Y de la banda platense recibieron exactamente lo que pedían, ese código sonoro contemplativo que tanto embruja a quienes embruja. En la plaza, Los Cafres de Argentina entregaron su sensaciosuavidad en código reggae para cerrar la jornada.
Y quedaba el fin. Y qué final. A la jornada de cierre nos propusimos llegar temprano (para eso se había ahorrado/recuperado pierna), y valió la pena.
Anotarlo importa porque se suele olvidar que en este festival lo mejor no siempre viene más tarde (eso probaron en días previos, entre otras, bandas como Chimo Psicodélico, Yo no la tengo y Tenebrarum, con distintas trayectorias, en distintos géneros).
El arranque del lunes en la plaza dejó tremendas presentaciones, empezando con la banda colombiana Hermanos Menores, un cuarteto instrumental con capacidad de crear explosiones genuinas. Me perdí una parte, pude ver la segunda mitad de su propuesta, y fue suficiente para saber que es una banda nacional de que quiero escuchar más.
Nuestro recorrido, que es tan nuestro como el de cualquiera, y exigió sacrificios como el de la banda francesa Carmen Sea (que mereció grandes comentarios del público que los vio), nos llevó a quedarnos en la plaza. Allí tocaba entonces Animales Exóticos Desamparados, un cuarteto de Concepción, Chile, que vino con palabras de Violeta Parra y palabras para Víctor Jara. Estos músicos trajeron poesía para el público y los desaparecidos y desplegaron un post rock / post punk con alto corazón.
Su guitarrista Gabriela Rodríguez, la mujer de la banda, guerreó inconvenientes técnicos, pero no dejó que la sacaran de su juego ni mareara a sus tres colegas, en el bajo, la batería y otra guitarra (que lo contrapunteaba todo). A todas luces, fue un genial concierto el que entregaron. Evocaron a Explosions in the Sky, a Mogwai, en su código propio.
Entonces, ce Concepción, Chile saltamos a España, con el esperado toque de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, una locura rocanrolera sevillana que no decepcionó. Su cantante Dandy Piranha, como bien lo puso un colega, explota como una especie de Robert Plant invadido por el espíritu de Camarón de la Isla.
El rubio churco no teme menear el trasero y elevar su voz a los aires en ese código de su tierra, todo mientras sus colegas, desde bajos, guitarras y batería, suenan este el piso rocanrolero stoner, zeppelinero flamenco que alcanza toques muy entretenidos. La Plaza los quiso, y su cantante fue al encuentro de la gente, es decir, se recorrió el kilómetro que separa a la gente de la tarima (respeto a los muchos artistas que lo hicieron, en esa y todas las tarimas).
El Gran Silencio de México vino luego, y no los vimos, pero varios colegas anotaron que si bien movieron al público, han perdido identidad sin su acordeón (reemplazado por vientos desde el desencuentro).
Lo que sí fuimos a ver fue a Bala, el dúo de dos españolas atómicas que vimos por primera vez en ese mismo parque, en ese mismo evento, en 2018, y con las que hablamos previo a su retorno (en una gran entrevista). Decir que cumplieron con su promesa es poco. Qué entrega la de ambas, stoner, grunge, sin compromisos, con mensaje y alma y una potencia que mueve fuerte.
Luego de repasar canciones esenciales de sus cuatros discos, Anxela Baltar, en la guitarra y la voz, y Violeta Mosquera, una absoluta demente en esa batería, invitaron también a una cancherísima y talentosa bajista para completar un trío y entregar, entre varias canciones, “Territorial Pissings” de Nirvana. Un absoluto conciertazo fue, en ese Escenario Eco, el tercero, en el que suele aparecer lo más sorprendente.
Mucha gente disfrutaba en paralelo de La Derecha, íconos de la historia del festival, y esperaban al gran final de los uruguayos El Cuarteto de Nos (quienes, gracias a su fiel público, ofrecieron la postal de la Plaza llena del fin de semana, y se les agradece).

Nos, por nuestra parte, fuimos a gastar lo último que nos quedaba de pierna en el Escenario Bio, donde, en esa jornada de cierre, el hardcore fue desayuno, almuerzo y comida. Entre otras, tocaron allá las bandas como K-93, de Zipaquirá (reconocida en su trayectoria y onda), Grito de Medellín (del que vimos un rotundo final) y Madball, banda ícono del género en Nueva York, liderada por Freddy Cricien, de sangre barranquillera, en la voz. Riffs, y más riffs y actitud, y baterías contundentes, y un sonido perfecto para cerrar nuestro recorrido mientras algo de lluvia amagaba e nuevo caer.
¿No se sienten afortunados de haber vivido un nuevo Rock al Parque? Deberían.
Balance veloz
La curaduría del festival tuvo que moverse sobre la hora, y aún así reunió agrupaciones clásicas en varios nichos, en géneros distintos, con el peso histórico y el sonido que cargan. Presentó también a talentos que vienen ganándose su pista y a bandas internacionales que se justificaron de sobra en el escenario. No siempre hay que traer al taquillero. Lo que siempre hay que traer es buena música.
No siempre hay que traer al taquillero. Lo que siempre hay que traer es buena música.
Porque la que completa la vuelta es la gente, y con buena música la gente agradece, responde. Sí, quizá fueron decenas de miles menos este año, pero los que fueron lo gozaron intensamente.
Antes del llamado oficial a la 3era Guerra Mundial, el alma de Bogotá se hizo escuchar una vez más, en un espacio dedicado los que no tienen voz y a sus causas. La gente completa la experiencia, la justifica, esta es su fiesta, por eso es gratuita y debe ser eterna.
El futuro próximo
La próxima edición, que se anunció tendrá lugar “en unos meses”, es la 30, y se espera que una edición de aniversario esté a la altura. Tres décadas del festival de mayor impacto social del continente es un logro que, en al era del festival privado, hay que abrazar como nunca. Después de todo, Rock al Parque caminó para que el resto pudiera correr...
Notas
*Con la amplia oferta de sustancias que hay en el Parque, que no es secreto para nadie (empezando por la legal pola, el legal guaroguarguaro y pasando por lo prohibido e igualmente masificado), no sobra contar a futuro con con los servicios de Échele Cabeza. Diría que es necesario.

*Mensaje para las bandas: el Wall of Death es chévere, sin duda, pero pierde fuerza cuando todas quieren hacerlo.
*EL VIP en el escenario Plaza, es demasiado grande. Del lado de la prensa e invitados, esto sí significa poder trabajar con más tranquilidad, pero es quizá demasiada. Es esperable que, muy pronto, sufra el mismo destino del VIP en el Escenario Bio, es decir, ser cortado a la mitad para acercar al público a las bandas. En consecuencia, cuando suceda, la prensa no se podrá quejar de que no hay espacio suficiente cuando suenan las bandas de cierre.
*Un aplauso al público que se pone creativo, al que se viste, se maquilla, se lo goza como le nace. Y una venia a la persona que llevó los tres días la bandera del rock (literalmente, una bandera blanca con la palabra ROCK) para agitarla sin parar.
Rugidos disidentes, en el Parque
El colega Andrés Angulo, gestor del portal Rugidos Disidentes, con los pies, los oídos, la cabeza y el corazón en la música pesada local, comparte varias de sus impresiones de este Rock al Parque 29.
Entre los aspectos positivos, destaca el público joven: “Emociona ver a los más chicos disfrutando de la experiencia del festival; una parte de ellos, asistiendo por primera vez. Nosotros también fuimos, hace muchos años, esos pelados que llegábamos a disfrutar de ese espacio, con libertad, sin prejuicios. Esa esencia se mantiene y pensaría que se ha hecho más evidente. Ellos, al igual que nosotros, crecerán alrededor de Rock al Parque”. Sumando a esto, también se vio gente de edad yendo sencillamente a rockear. Y, en un ambiente que puede ser retador, ver a los padres llevando a sus hijos es prueba de su peso ritual.
Esto va de la mano con algo que es notable en cada metro cuadrado del festival, donde se vive, se ríe, se llora, se grita y se baila. Se vive. Angulo destaca algo que es imposible no sentir una vez allá. “Más allá de las críticas y tropiezos, la conexión emocional del festival resalta en cada edición. Es una experiencia que va más allá de la música. Y este aspecto habla de la importancia que tiene Rock al Parque para Colombia y el continente”.
Este punto que eleva ahora es supremamente importante: los horarios para algunas agrupaciones distritales les permitió a estas brillar, como dicta la misión y visión original. Angulo anota que el horario dispuesto para dos agrupaciones distritales que hacían su debut en Rock al Parque fue favorable. “Por un lado, Keep the Rage en el escenario Eco, que se presentó a las 5:30 antes de la banda de cierre, Black Pantera. En Plaza, Somberspawn, con una puesta en escena teatral, aprovechó ese público que a las ocho de la noche, en la tarima más grande del festival, fue espectador del performance de la agrupación, justo entre Belphegor y Dismember.
Devasted, banda que se presentó por primera vez en Rock al Parque en 2019, también contó con un buen horario, a las 5 de la tarde en Plaza". Angulo también menciona la postal de muchas familias de estas agrupaciones haciendo presencia emocionada en el Parque, para ver y apoyar ahí a sus muchachos, muchachas, amigos, hermanos, hijos.
“Ese tipo de tipo de horarios cumplen una premisa del festival, ser el puente entre las agrupaciones independientes (que no son pocas) con nuevos públicos. Ojalá que esa distribución pueda ampliarse para futuras versiones”, sentencia.
Para Angulo, en un cartel que, en comparación con ediciones anteriores, contó una participación modesta de bandas internacionales de renombre, la representación colombiana (distrital e invitada) dejó un punto elevado. A esto se suma además una presencia notables de agrupaciones regionales: “El rock (en todas sus expresiones) se ha extendido en Colombia en todo el territorio. Fue especial ver a Rain of Fire de Tulúa, a Somer, de Circasia”.
Más allá de la música también hay un universo de emprendimientos, y ahí también se sintió una diferencia. “La ubicación de la zona de emprendimientos para esta edición fue ideal: más central, mejor organizada y, por comentarios que recogimos de los emprendedores, en impacto fue positiva”, explica Angulo, quien también aplaude que el festival permita a los medios alternativos ser aliados: “Es un aspecto relevante. La prensa independiente, fortalece la difusión de la inmensa cantidad de artistas rock y sus diferentes expresiones”.
Para Angulo, el punto gris vino de un segundo día al que genuinamente le faltó arrastre y de esa enorme zona de VIP en el Escenario Plaza, que no se justifica por lo mucho que apaga de la dinámica entre el público masivo y el artista.

Estamos de acuerdo en eso, y en que este evento es el corazón de la ciudad y se ha ganado el cariño de la gente. Por más quejas y reparos que le hagan, nos vemos en la edición 30, si algún tirano no espicha el botón rojo y nos arruina la fiesta.