Poesía del deporte
Shohei Ohtani: reflexiones sobre un unicornio azul, o el mejor jugador de la historia del béisbol
Nada así se había visto en el deporte de los guantes y los bates. Este joven llegó de Japón a cimentar su leyenda, juego a juego, y desde este viernes busca títulos consecutivos con sus Dodgers, algo que ningún equipo ha conseguido desde el año 2000.
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Usted puede saber muy poco de béisbol, pero es probable que haya escuchado hablar de un tal ‘Babe’ Ruth (en películas, en libros, en canciones y más manifestaciones de la cultura, incluso la chocolatería). George Herman Ruth Jr., el Babe, fue un mítico jugador de comienzos del siglo XX que se dio a conocer en los Red Sox de Boston, con los que ganó tres títulos de Serie Mundial, destacándose especialmente como pitcher pero también respondiendo como bateador, un hecho que era más frecuente en aquel entonces. Sorpresivamente, en 1919, el jugador fue canjeado del equipo bostoniano a sus más acérrimos rivales, los Yankees de Nueva York (en un movimiento que aún hoy se cuestiona en el corazón de Nueva Inglaterra).

En la Gran Manzana, Ruth se hizo una leyenda de tal repercusión que, un siglo después, nadie se había acercado a desplazarlo en el Olimpo beisbolero, especialmente porque el hecho de ser lanzador y bateador cada vez se hizo más impensable, más impracticable. Su bate cobró un especial protagonismo en el equipo neoyorquino, y esa faceta lo hizo inmortal, si bien volvió a lanzar de nuevo hacia el final de su carrera.
Entre muchos de sus logros, una gesta inolvidable: un jonrón en el quinto juego de la Serie Mundial de 1932, contra los Cubs de Chicago, que el ‘Babe’ anunció antes de batear. Es decir, antes de que el pitcher lanzara la bola, Ruth señaló con su bate la dirección en la que iba a disparar su jonrón, y entonces lo hizo. Por hechos así, se dice que el viejo Yankee Stadium, casa de la mayoría de los 27 títulos de la institución y de sus leyendas, fue “la casa que Ruth construyó”.
Desde entonces ha habido decenas de genios de lado y lado de la bola, en ataque, en defensa: bateadores y jardineros campeones como Barry Bonds (con o sin esteroides), pitchers que redefinieron el concepto del “pitcher caballo” como Bob Gibson, pero no había existido nadie con tal impacto, desde Ruth, quizás desde nunca, de ambos lados, al tiempo...
Desde el legado de los pioneros
Casi cien años después, desde Japón, llegó un joven a cambiarlo todo, y lo hizo parándose en los hombros de otros compatriotas pioneros.
Siguió los pasos del jugador que rompió la barrera entre Japón y Estados Unidos, en la Grandes Ligas (MLB), Masanori Murakami, quien entre 1964 y 1965 jugó 56 partidos con los Gigantes de San Francisco. También así, del pitcher Hideo Nomo, novato del año en 1995, la primera estrella japonesa en Estados Unidos, en los Dodgers de Los Ángeles. Y también honra el legado de Ichiro Suzuki, que desde su disciplina y ética se hizo ídolo de los Mariners de Seattle entre 2001 y 2019, llegando al Salón de la Fama y convirtiéndose en un embajador de lo mejor que el béisbol tiene para ofrecer. Entre muchos otros, So Taguchi ganó dos títulos de MLB y Hideki Matsui es el único japonés en ganar el premio al Jugador Más Valioso de una Serie Mundial, defendiendo los colores de los Yankees.
Lo natural es lo imposible
Shohei Ohtani llegó al beisbol norteamericano precedido de la presión de tener todo para convertirse en el mejor de la historia, y esa titánica misión no le ha quedado grande. Ya está en esa ruta, si es que no llegó. Esa impresión dio en el juego 4 de la serie de Campeonato de la Liga Nacional (las grandes semifinales del béisbol gringo), en la que entregó la mejor actuación individual en la historia del deporte. Pero ya volveremos a eso...

Unicornio mítico como Ruth, pero en una era moderna de competencia sobreoptimizada y sobreanalizada, Ohtani hace ver natural lo imposible. En pleno siglo XXI, es lanzador abridor (de esos que lanzan 6 o más entradas, si les va bien) y, además, es bateador de poder, de aquellos capaces de cambiar con un swing la historia de un partido.
Vale anotar que, en el béisbol moderno, ser un lanzador y un jugador de campo tiene varias similitudes (el campo, las reglas, los instrumentos e trabajo), pero son casi dos deportes distintos, con ritmos de preparación y de exigencia muy diferentes. Hoy en día, ser un pitcher de primer nivel y un bateador de primer nivel es básicamente ilógico. No debería ser posible ganar un partido de béisbol casi por cuenta propia. Por eso estamos acá, ahora, hablando del jugador más grande de la historia de una liga profesional cuyas raíces datan de 1876.
Shohei Ohtani empezó por hacerse enorme en su país, con los Nippon-Ham Fighters de Hokkaido, donde jugó desde sus 18 años. Entre 2013 y 2017 se convirtió en héroe local, llevando a su equipo al título en 2016 y dejando hitos absurdos en la historia de la liga nipona (entre ellos, varios récords por la velocidad de sus lanzamientos y el registro de jonrones que se pierden en los techos de los estadios).
Y entonces, en 2017 dio el salto a la MLB con los Angels de Los Ángeles (que juegan en Anaheim, para hacerlo todo hermosamente confuso). Se trata de un equipo que siempre ha sido capaz de gastar millonadas, pero que no ha sabido acompañar sus talentos. No sabe ganar, ya sea por mala estrategia o pésima suerte.
Si bien en sus temporadas con ese club no llegó a postemporada, Ohtani maravilló siempre, nunca estando por debajo de las enormes expectativas que cargaba, lo cual ya es increíble. Y si bien esos años no compitió por títulos profesionales, se dio el lujo de ganar el Clásico Mundial de Béisbol con su selección, Japón, ponchando al mejor bateador de Estados Unidos para cerrar la final. Los momentos gigantes siempre le han fluido. Y era apenas el principio.

Ahora, es sabido que la historia de la MLB y sus indicadores de grandeza no son tan amables con los jugadores que no ganan títulos, es decir, que no pueden demostrar que son los mejores en las instancias definitivas (algo que su ex compañero Mike Trout, probó toda su carrera en los Angels).
A los campeones en Estados Unidos se les da un anillo conmemorativo, y Ohtani quería anillos en esta segunda etapa de su carrera en Estados Unidos. Por eso resultó natural su movimiento a los Dodgers. El unicornio se vistió de azul. California siempre ha estado más cerca de Japón, y quedarse en ese estado era lógico; pero, sobre todo, tenía sentido porque sería la pieza central de un conjunto de jugadores probados, de primer nivel, capaces de conjurar una dinastía.
Cimentar la dinastía
Dinastías tuvo Babe Ruth, con cuatro campeonatos en su tiempo en los Yankees (y títulos consecutivos en 1927 y 1928). A eso aspiran los íconos. Los Yankees son, de hecho, el equipo que gozó de la última dinastía en las Grandes Ligas, cuando entre 1998 y 2000 terminaron tres temporadas con baños de champaña y gloria. Desde entonces, si bien ha habido equipos que han luchado con constancia como los Astros de Houston, nadie ha ganado dos títulos seguidos.
Ante esos mismos Yankees, en 2024, en la que fue su primera serie mundial, Shohei Ohtani y sus Dodgers ganaron su primer título juntos. Pero nadie dice dinastía sin encadenar títulos. En estos playoffs 2025, Ohtani no venía tan firme en el ataque. Se escuchaba a varios críticos zumbar sobre su bate apagado...

Entonces, en el juego que, de ganar, les significaba eliminar a los Brewers de Milwaukee (el equipo de mejor récord en la temporada regular) y pasar a la su segunda Serie Mundial consecutiva, apareció el distinto, el único.
Empezó el juego lanzando, y sacó los tres outs con ponches. Acto seguido, en el primer turno al bate de su equipo, procedió a sacar de jonrón la bola que le lanzó el colombiano José Quintana. Terminó la faena no solo con 3 jonrones (en el segundo llevó la bola al techo de Dodger Stadium), también con 10 ponches en más de seis entradas lanzadas. Nadie ha hecho algo así, y es posible que nunca nadie más lo haga. La prensa local lo equiparó con Beethoven, Shakespeare, Michael Jordan, Tiger Woods, y no exageró.
Esa, la mejor actuación individual de un jugador en la historia de los playoffs y las Grandes Ligas, es el abrebocas a lo que viene desde este viernes, una final que hay que mirar por sus protagonistas.
Canadá Vs. Estados Unidos
Recibiéndolos este viernes, para el primer partido de la Serie Mundial de 2025, los Blue Jays de Toronto, que algo saben de dinastías, pues encadenaron la suya propia la última vez que llegaron a esta instancia (ganaron dos títulos consecutivos en 1992 y 1993). Al frente de esta escuadra, Vladimir Guerrero Jr., el hijo de un pelotero histórico de swing bestial, hombre de sangre latina pero nacido en Toronto y con la misión de darle una gloria más a su ciudad. Bajo su mando, Toronto viene de ganar una serie durísima ante los Mariners de Seattle en siete juegos.
El envión es real para el equipo canadiense (que tiene a todo ese país sintonizando y sumando ratings serios). Además, una estadística les juega a favor: desde 1985, cuando un equipo que ganó una serie de siete juegos enfrentó a un equipo que barrió, siempre ganó el que sobrevivió la serie larga.

En el papel, sin embargo, Shohei y los Dodgers tienen todo para ganar su segundo título consecutivo. Un equipo de abridores (que lo incluye) supremamente efectivos y horribles de enfrentar, una alineación de bateadores de pesadilla (que también lo incluye), así como un pelotón de jugadores de reemplazo polifacéticos y cancheros. Algunos aseguran que los Dodgers arruinaron el deporte a punta de chequera, pero si algo probaron ambos equipos de Nueva York este año, es que dinero no equivale a triunfos.
Por último, los de Los Ángeles cuentan además con la experiencia en estas instancias, luego de barrer 4 por 0 a los Yankees en la Serie Mundial de 2024. Ojalá no se trate de una barrida. Ojalá ambos equipos nos regalen una serie épica. En el terreno estará el mejor de la historia, es decir, a los Dodgers no se les ha perdido aún su unicornio azul, pero eso jamás ha garantizado una victoria...
