Personaje
Sobre Salman Rushdie, invitado de lujo al Hay Festival Cartagena, y cortar el trauma con las letras
Mundialmente reconocido, el escritor visita la Heroica para hablar de su reciente novela ‘Ciudad Victoria’, pero también de su renacimiento, tras el ataque que le quitó un ojo y casi le roba el amor y la vida. Todo lo relata de manera fascinante en ‘Cuchillo’.
A lo largo de décadas, y a pesar de todo lo que ha vivido, si alguien ha decidido no ser prisionero de las condiciones complejas de su existencia, es Salman Rushdie. Porque su rotundo éxito como escritor le ha representado inmensas alegrías, pero ha venido también con un altísimo costo y fuertes realidades.
Rushdie ha vivido con una letra escarlata por años: una fetua que ordena su muerte proferida en 1989, que lo ha hecho padecer, cambiar de vida, dejar lejos familia y amigos. De esa letra escarlata, con algo de tiempo, Rushdie decidió apropiarse para que no le marcara el ritmo, y por años lo logró, sobre todo desde su mudanza a Estados Unidos, país del que ahora es ciudadano (la abordó abiertamente en un programa humorístico como Curb Your Enthusiasm). Pero no le pudo escapar. En agosto 12 de 2022 casi pierde la vida tras ser atacado con un cuchillo durante 27 eternos segundos. Y aun así, no murió. Y quizá por lo consciente que es de su talento, de la importancia de sus letras para él y para muchos, de que escapó por muy poco a la fatalidad definitiva y de que encontró el amor verdadero en una mujer excepcional que lo ha impulsado en este difícil proceso de recuperarse, Rushdie sabe que es muy afortunado... a pesar de todo.
Nacido en 1947 en Bombay (no le vengan con Mumbai), desde que publicó sus primeros trabajos, el escritor recibió muchos aplausos, pero también sintió su fuerte impacto. Para empezar, además de un amplio reconocimiento que le mereció ser mencionado a la altura de Günter Grass y Gabriel García Márquez, y que no solo ganó el codiciado Premio Booker, también ha sido reconocido como “el mejor Booker de todos los Booker”, su primera novela, Hijos de la medianoche, le significó el escarnio de su padre, Anis Rushdie. El hombre odió verse reflejado en el escrito que le dio la fama a su hijo como el personaje alcohólico y violento que era en la vida real. Del escrito de Salman, Anis culpó a su esposa, a quien ya golpeaba desde antes. Al respecto, el escritor anota con brillante dolor que “los niños pueden escuchar a través de las paredes”, y que si hubiera querido dejar mal parado a su padre, hubiera dicho muchas cosas más.
Desde ese punto, se abrió entre los dos una brecha que no se cerró; si bien se acercaron brevemente antes de la muerte del primero de los Rushdie. Salman ha compartido que Anis también era, a su manera, un contador de historias, que adoptó ese apellido para homenajear al polímata andalusí musulmán Averroes, maestro de filosofía y leyes islámicas conocido como Ibn Rushd.
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La división de su padre y de su hogar natal le representó al escritor su primera rehabilitación (así la llama), la de salir de su casa y de su país y llegar como inmigrante a Londres, donde, tiempo después, por cuenta de la fetua, tuvo que adaptarse a otra vida, marcada por los guardaespaldas, el riesgo, las miradas aterrorizadas de los demás y las críticas que le llovieron globalmente, hasta del mismísimo Jimmy Carter, que lo culpaban a él, no al fundamentalismo extremista, de lo que atravesaba. A adaptarse a eso que llama su segunda rehabilitación. La tercera vino cuando se mudó a Nueva York, y trató de vivir, y la opinión pública tuvo mucho para decir (alimentada por la prensa sensacionalista, tildándolo de fiestero); y la cuarta, la más reciente, que lo vio torear el más allá desde salas de cuidados intensivos y de recuperación. Salió de India; salió del anonimato a una fama amenazante; salió de Inglaterra; y, en Estados Unidos, salió de la sombra de la muerte; esas cuatro “rehabilitaciones” comparte Rushdie con sus lectores.
Esta última, la más directamente física, la más palpable consecuencia de la fetua proferida por el ayatola Jomeini, en 1989, que pedía su muerte por letras que consideraba blasfemas, tras la publicación de Los versos satánicos en 1988 (en la que Mahoma era personaje), vino décadas después, cuando Rushdie ya se sentía a salvo. De todos los lugares posibles, la muerte pasó a saludarlo en la tranquila población de Chautauqua, una tarde en la que daría una charla.
En el auditorio de ese espacio, que paradójicamente se creó como remanso seguro para escritores perseguidos, un joven hombre de Nueva Jersey (radicalizado en un lapso de pocos meses que pasó en el Líbano, con su padre) escogió entre la bolsa de cuchillos que llevaba consigo (torpe osadía que no le impidió ejecutar su plan) la que pretendía fuera el arma mortal. Empuñando una, se abalanzó corriendo al escenario. Falló, afortunadamente, pero estuvo demasiado cerca (quería matarlo, pero no sabía matar con cuchillo). Rushdie perdió un ojo, pero después de 15 puñaladas es milagroso que esté en este plano con su mente intacta. Y no es menos mágico que visite el país, el 31 de enero, en el Hay Festival Cartagena. Rushdie hablará con Juan Gabriel Vásquez, en el Auditorio Getsemaní, en un evento agotado al que se puede registrar para seguirlo vía web.
Sobrevivió, primero, con ayuda de varias personas: las valientes que lograron detener el ataque; las audaces y ágiles que lograron disminuir las consecuencias del ataque y las diestras que lo operaron. Y detrás de todas estas fuerzas animándolo, Rachel Eliza Griffiths, su esposa, poeta, escritora, fotógrafa y más. Rushdie la destaca como la persona que, además de mostrarle un amor pleno que no pensó posible antes del accidente, veló por que pudiera recuperarse en las mejores condiciones, sufriendo mucho de puertas para adentro. Entre muchas gestas heroicas, Eliza tuvo la sensibilidad de no dejarlo acercarse a un espejo en un tiempo prudente.
Y de a pocos volvió a vivir, huyendo de paparazzis y sensacionalismo neoyorquino, dándose el dolor y el tiempo para renacer desde la conexión con sus seres queridos y la admiración de su cuerpo, que conspiró para verlo en pie. Todo, claro, tras atravesar angustias y procedimientos médicos que nadie quisiera vivir. Y cuando se superaron los muchos temas de vida o muerte, Rushdie pudo ser escritor de nuevo. Revisó el tiraje de Ciudad Victoria, la novela que tenía lista antes del ataque, sobre Pampa Kampana, líder de un reinado único, que cambió el curso de la Historia en la India del siglo XIV.
Habiendo sentido pasar el aluvión, sentándose en su escritorio, el escritor entendió lo que había pronosticado su editor Andrew ‘el Chacal’ Wylie: que sin procesar ese trauma a su manera (una que incluye mucha terapia y mucha escritura) no iba a poder superarlo. Para poner en página los libros que tiene por escribir, Rushdie tenía que sacar todo esto antes. Y eso hizo, para fascinante efecto. De ahí nace Cuchillo (Random House), un libro que en 200 páginas, en primera persona (a diferencia de su autobiografía Joseph Anton, de 2012, escrita en tercera persona) consigna mucha de la experiencia de ataque, supervivencia y renacimiento. La meta más evidente y transversal es narrar lo que fueron ese momento macabro y sus ramificaciones, tanto de salud como mentales; la secundaria, que paradójicamente impulsa el escrito, es dimensionar para todos ese amor de Eliza Griffiths, la mujer que soportó con él el ataque y lo hizo tan feliz como nunca imaginó (valga sumar que su novela Promesa acaba de llegar al país).
Narrando, apropiándose de los hechos que vivió y sufrió, Rushdie reclama una vez más el destino que extremistas han tratado de arrebatarle. Y lo hace con tremendo detalle, con un sentido de la humanidad y referencias literarias maravillosas (del cuento La sombra, de Hans Christian Andersen y muchos escritos más). La manera de Rushdie es iluminada y clara, y no se anda con rodeos. No vio ninguna luz al final del túnel mientras se sentía morir, pero acepta que en sus libros y en su vida, sin duda, ha habido lugar a los milagros. Esto no impide que la vida corra su curso natural, lleno de amor y de pérdidas. Porque el escritor también consigna en su libro las pérdidas cercanas y recientes de sus amigos de vida y letras Martin Amis y Paul Auster. Además, en el plano más literario de este escrito, osa sentarse cara a cara con el joven que lo atacó. En un ejercicio, como este, para grandes, Rushdie se prueba un enorme.