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“Los colombianos sacamos adelante lo que nos proponemos”: profe Montoya, 17 años después de la Libertadores del Once Caldas
SEMANA dialogó con el director técnico que el 1 de julio de 2004 condujo al ‘blanco blanco’ de Manizales a la mayor gesta deportiva de su historia.
El vuelo chárter que aterrizó en una de las pistas del aeropuerto internacional Matecaña de Pereira, en la noche del martes 29 de junio de 2004, proveniente de Buenos Aires, generó auténtica conmoción. En su interior, viajaba el plantel de jugadores del Boca Juniors que el año anterior había ganado la Copa Libertadores y se había coronado campeón del mundo al derrotar al Milán de Italia en la Copa Intercontinental disputada en Tokio, en diciembre de 2003. Comandante de aquella tripulación era nada menos que el ‘virrey’ Carlos Bianchi, aquel entrenador a quien los argentinos no solo señalaban como el único ser humano en el planeta que tenía el número de teléfono de Dios, sino que le contestaba siempre que su equipo necesitaba de una ayuda divina. Y entre la veintena de jugadores que arribaron con la sudadera xeneize, sobresalían dos colombianos: el defensa Luis Amaranto Perea y el mediocampista Fabián Vargas.
Los campeones del mundo a nivel de clubes abordaron un bus que los llevó del aeropuerto al barrio San José, al entonces hotel Meliá (hoy hotel Movich). Millares de pereiranos, de todas las edades y estratos, formaron un tumulto desde el centro comercial Pereira Plaza en procura de un autógrafo. Ni los jugadores colombianos, ni Bianchi voltearon a mirarlos ni devolvieron ovaciones con la mano. El único gesto, desafiante, fue el de un jugador argentino que izó en una ventana una bandera de Suecia -de la que Boca inspiró sus colores- que había en el hotel.
La presencia de tan ilustres visitantes en el país obedecía a que el jueves 1 de julio disputarían la final de la Copa Libertadores, y tanto en Argentina como en el resto del continente se preparaba la sexta consagración del equipo más popular de la nación más futbolera del mundo.
Se podría pensar que la devoción con que Boca fue recibido en Pereira obedecía al deseo de muchos hinchas del “grande Matecaña”, como diría Carlos Julio Guzmán, de que el equipo argentino derrotara al acérrimo rival del clásico cafetero. Lo cierto es que desde el 2000, Boca se ganó el corazón de todos los colombianos cuando, con Óscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Mauricio Serna, ganaron la Libertadores y derrotaron, con dos goles de Martín Palermo, al Real Madrid en la final de la Intercontinental de ese año.
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El miércoles 30 de junio, el plantel xeneize madrugó a entrenarse en las canchas del Club Campestre de Pereira, donde muchos que habían pasado la noche tuvieron que conformarse con verlos a lo lejos. Tras la merienda y una siesta, un autobús, escoltado de una caravana de policías, los condujo de la capital risaraldense al barrio Palermo de Manizales, donde reconocieron la cancha del estadio Palogrande, al que de antemano señalaban como el escenario de un nuevo título.
Cientos de fanáticos y curiosos también se agolparon para ver a alguno de los famosos jugadores que entonces solo se podían ver en la televisión por cable. Lo mismo sucedió, en la noche, cuando la caravana se desplazó al hotel Termales El Otoño, en la vía al Nevado del Ruiz, donde los favoritos a llevarse el triunfo pernoctaron la noche previa al cotejo. Todos los movimientos de Boca eran transmitidos en directo por el canal Fox Sports, que desde días atrás había alborotado la ciudad con el despliegue técnico que dispuso para la cobertura del acontecimiento.
El jueves 1 de julio, el tricolor de la bandera de Colombia amaneció teñido de blanco, ese color que durante más de un siglo había venido siendo agitado reclamando la paz. Todos los aficionados del fútbol en el país, sin distingo de color, se sumaron a la quijotesca empresa que el Once Caldas había emprendido: derrotar a Boca Juniors, tan gigante como los molinos de viento que desafió el ingenioso Hidalgo de Miguel de Cervantes Saavedra.
El estadio Palogrande se llenó desde las 2:00 de la tarde, hora en que se abrieron las puertas para los más de 35.000 manizalitas que desde una semana antes habían agotado todas las boletas que se dispusieron en las taquillas. La lluvia empapó los cuerpos pero no ahogó las almas. Casi cinco horas después, la capital caldense adelantó su Feria de Manizales. El Once Caldas había hecho lo imposible, repetir la historia de David y Goliat. En la tanda de definición desde el punto penal, conquistó el codiciado trofeo, que en la vuelta olímpica quedó hecho trizas por tanta emoción. La “Copa (libertadores) rota”, hubiera dicho Alci Acosta viendo la imagen de la televisión. Del Palogrande a El Cable, y de allí calle abajo por toda la Avenida Santander. Aquella noche de julio, parecía la primera semana del mes de enero. Cientos de manizalitas en la calle, al ritmo del pasodoble de la ciudad, y brindando con manzanilla y aguardiente Cristal.
Diecisiete años después de la mayor gesta deportiva del departamento de Caldas, Luis Fernando Montoya, el campeón de la vida, director técnico de aquel Once, dialogó con SEMANA y recordó las emociones de ese 1 de julio de 2004 que quedó grabado con letras de oro en el libro de la bicentenaria historia de Colombia.
“Jamás se me olvidará ese día”, asegura Montoya. “Fue un grupo de muchachos que, quizás, nadie pensaba que pudieran lograr esta gran hazaña”.
El campeón de la vida también recuerda que el grupo de jugadores era consciente de que aquel día había unido a todo el país. Por eso, el mensaje de la charla técnica apeló al sentimiento patrio. “Recuerdo las palabras que les dije a los muchachos. Teníamos que pensar que somos colombianos, que como colombianos nos dan esta oportunidad grande de sacar adelante un país, una ciudad como Manizales. Pensemos en dejarlo todo dentro del campo de juego, y me parece que todo el país se unió (...). Siempre he considerado que el regionalismo le ha hecho mucho daño a nuestro país. Tenemos que pensar en la patria, que todos somos colombianos”.
Para Montoya, aquella gesta se cimentó en varios valores. Primero, una nómina que, en su criterio, contó con cuatro jugadores líderes. “El líder, siempre y cuando guíe a los jugadores por buen camino, va a ser algo extraordinario”.
La campaña que llevó a Once Caldas a la consagración comenzó el 19 de febrero en la cancha de Manizales. El equipo del profe Montoya derrotó 3-0 a Fénix de Uruguay. Los albos fueron primeros del grupo B con 13 puntos en 6 partidos, superando al Maracaibo de Venezuela y al Vélez Sarsfield de la Argentina, el primer campeón del mundo que ese año derrocaron los caldenses.
Mientras el Once avanzaba en el torneo continental, Colombia atravesaba los días más agitados de la lucha del gobierno contra la guerrilla de las Farc. Ese año, por ejemplo, las noticias más importantes habían sido la captura de alias Simón Trinidad y alias Sonia, los primeros integrantes de esa guerrilla en ser extraditados a Estados Unidos. El país se estremeció al conocer las primeras informaciones que señalaban que el temido jefe paramilitar Carlos Castaño había sido ajusticiado por orden de su propio hermano, Vicente, según se supo años más tarde con el testimonio de alias ‘Monoleche’.
En ese primer semestre de 2004, el país también derramó lágrimas de dolor por la masacre de Bahía Portete, en La Guajira, donde las Autodefensas asesinaron a doce miembros de la comunidad indígena Wayúu. Diez días después de que se conoció esa noticia, el 28 de abril, sobrevino otra tragedia. En la avenida Suba de Bogotá, una máquina mezcladora de asfalto cayó encima de un bus escolar del colegio Agustiniano Norte: 21 niños y dos adultos murieron en el fatal accidente.
En octavos de final, Once Caldas eliminó en definición desde el punto penal al Barcelona de Guayaquil. Y desde los cuartos de final continuó con la titánica proeza de tumbar campeones. Santos de Brasil, el mítico equipo del rey Pelé, cayó tras un golazo de tiro libre de Arnulfo Valentierra; y Sao Paulo en semifinales, fueron las batallas que el equipo de Montoya superó para disputarle el título al Boca Juniors.
“Nosotros logramos ganar a campeones de copa y mundiales como Vélez, Santos, Sao Paulo y Boca, que venía de ganar libertadores e intercontinental”, dice Montoya al subrayar la trascendencia histórica del título del ‘blanco blanco’ de Manizales.
En la noche de ese 1 de julio, el Palogrande estuvo a punto de caer con el gol de media distancia con que Jhon Viáfara venció al Pato Abbondanzieri. Se silenció cuando, en el segundo tiempo, Nicolás Burdisso, de golpe de cabeza, igualó el marcador.
🟢⚪️🔴 ¡@oncecaldas, campeón de la CONMEBOL #Libertadores! 👏
— CONMEBOL Libertadores (@Libertadores) July 1, 2021
🇨🇴🏆 Un día como hoy, en 2⃣0⃣0⃣4⃣, los Albos derrotaron a #Boca por penales y se transformaron en el segundo equipo colombiano campeón.
🧤⭐️ Juan Carlos Henao atajó dos penales en la definición.#GloriaEterna pic.twitter.com/RFxYmHs44Y
La definición se extendió hasta los lanzamientos desde el punto de los once metros. Boca no consiguió marcar un solo gol, hecho inédito en la historia de la competición. Los penales anotados por Elkin Soto y Jorge Agudelo fueron suficientes para la consagración, la cual se selló cuando el golero Juan Carlos ‘la araña’ Henao atajó el disparo de Franco Cángele. Fue la apoteosis. Dios, que para muchos es colombiano, decidió no contestarle el teléfono a Bianchi. Nadie se enteró a qué horas partió el vuelo chárter de vuelta a Buenos Aires, entre otras porque Boca olvidó recoger las medallas de plata. “No sabía que al subcampeón le daban medalla”, dijo Bianchi para justificar lo que fue todo un desaire de mal perdedor.
Hace cinco años, mediante la ordenanza 08 del 2016, la Asamblea de Caldas declaró el 1 de julio como el Día del Honor Caldense, y año tras año los aficionados del Once protagonizan concentraciones y desfiles para recordar una de las fechas más inolvidables de la historia de la ciudad.
El plantel campeón estuvo integrado por los arqueros Juan Carlos Henao, Orlando Ramírez y Juan Carlos González; los defensas, Miguel Rojas, Edgar Cataño, Alexis Henríquez, Mauricio Casierra, Edwin García, Wilmer Ortegón y Samuel Vanegas; los volantes Jhon Viáfara, César Hernández, Rubén Darío Velásquez, Germán Casas -quien falleció el pasado lunes 21 de junio-, Arnulfo Valentierra, Edwin Móvil, Diego Arango, Elkin Soto, Raúl Esnéider Marín y Javier Araújo; y los delanteros Jefrey Díaz, Herly Alcazar, Dayro Moreno y Jorge Agudelo. Los únicos extranjeros de la plantilla fueron el argentino nacionalizado paraguayo Jonathan Fabro, y el argentino nacionalizado colombiano Sergio Galván Rey, máximo goleador en la historia del fútbol colombiano, y quien solo jugó en la fase de grupos de aquella Libertadores.
El once de aquel Once que se consagró el 1 de julio de 2004 lo integraron Henao; Rojas, Vanegas, Cataño y García; Dayro, Viáfara, Velásquez, Soto y Valentierra; Alcázar era el único delantero. Jefrey Díaz, Agudelo y Ortegón ingresaron desde el banco de suplentes.
Aquel 2004, Once Caldas tuvo la oportunidad de la consagración definitiva. El 12 de diciembre disputó la final de la Intercontinental ante el Porto de Portugal. “Tenía mucho temor de que los jugadores no hicieran una buena presentación y dejaran en ridículo nuestro fútbol. Pero los colombianos sacamos adelante lo que nos proponemos”, recuerda el profe Montoya.
Esa final terminó en empate a cero y se definió desde el punto de pena máxima. Jonathan Fabro tuvo la oportunidad de darle el título mundial al equipo de Manizales, pero su disparo se estrelló en el vertical. Porto venció en esa tanda al conjunto colombiano 8-7. “Todos los días se me viene la imagen de ese penal que pegó en el palo. Nunca se me olvidará. Estuve tan cerca de lograr la copa de campeón mundial de clubes”, dice con nostalgia el profe Montoya.
Tras esa decepción, el entrenador antioqueño recibió el prestigioso galardón del diario El País de Uruguay como el mejor técnico de América. Días después, el 22 de diciembre de 2004, se produjo el atentado en el municipio de Caldas (Antioquia). “Ese día pensé que todo había terminado”, asegura Montoya, diecisiete años de haber gritado la palabra campeón.