ECONOMÍA
La pandemia y el hambre: sobrevivir sin el arte
Fabián Maldonado, un reconocido payaso del sur de Barranquilla, tuvo que colgar los coloridos trajes para rebuscarse en la calle y darle de comer a su hija de 2 años y el resto de la familia.
La risa se alcanzó a desvanecer casi por completo del rostro de Fabián Maldonado por varios días. El tipo alegre, positivo y dicharachero estaba siendo consumido, por la amargura de no tener lo básico para sobrevivir. Él, un experimentado payaso, que por más de 20 años ha vivido de fiesta en fiesta, tuvo que resignarse a guardar en el armario los zapatos gigantes y los trajes coloridos, fue el camino que encontró para que su pequeña hija Michelle, de dos años de edad, no se muriera de hambre durante los días de encierro total decretados como medida contra la propagación de la covid-19.
Carcajadas, como es su nombre artístico, vive en el barrio Santo Domingo de Guzmán, en el sur de Barranquilla. Además de su niña y otro hijo de 14 años, comparte un pequeño apartamento familiar con su esposa y sus suegros. Aunque no tiene que pagar arriendo, la obligación de los servicios y la alimentación se les han convertido en una carga insostenible porque sus ingresos dependen del trabajo en las fiestas y los eventos culturales. De ganarse 1.5000.000 mensual en promedio, Fabián pasó a ningún ingreso, en solo un par de meses la covid-19 lo arrinconó.
Los primeros días de la cuarentena vendió huevos, verduras e hizo domicilios. Días después reunió un dinero y empezó a vender cactus diminutos en materitas pequeñas que él mismo decoraba. Pero cada día la situación era más crítica, Fabián cree que la incertidumbre de no saber qué iba a pasar hizo que mucha gente prefiriera guardar dinero y alimentos.
Muchos de esos días, estuvo latente la opción de salir a caminar las calles del mercado, en el centro de la ciudad, para recoger de las bolsas que votan los vendedores algo que se pudiera salvar. Luego se le ocurrió hacer pequeños shows virtuales a cambio de alimentos, el canje era simple, por una pequeña felicitación para un cumplimentado recibían una bolsa de arroz, lentejas, cualquier cosa que sirviera.
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No es la primera vez que Fabián tiene que reinventarse para poder sobrevivir, de hecho, su llegada al mundo del arte fue una especie de casualidad. Todo empezó a los 18 años cuando se ganaba la vida en las calles rifando pequeños cuadros, a cambio de monedas lanzadas por los transeúntes. Fue en esos días cuando el dueño de un circo lo invitó a trabajar de librea, que no es más que una especie de todero, lo mismo vende tiquetes en la entrada del espectáculo, ayuda a subir a la trapecista, o hace de extra en el show de los payasos.
Dos décadas después de su debut artístico, en tono jocoso dice que los días duros del encierro y el hambre le han servido hasta para crear un nuevo recetario, como la colada de espaguetis con guayaba, que se convirtió en fiel compañera de los teteros de la pequeña de la casa.
“A cambio del trabajo del día en los negocios del barrio, me daban paquetes de espaguetis y yo le pedía al dueño de la verdulera que me regalara las guayabas que ya se estaban pudriendo. Eso los poníamos a cocinar y luego lo licuábamos. A veces solo alcanzaba para Michelle, pero con eso quedábamos tranquilos”, cuenta.
Varios de esos días duros solo podían hacer una sola comida. Preparaban un buen almuerzo “bien reforzado” y con eso había que aguantar hasta la mañana siguiente. “Lo lleva a pensar a uno qué va a pasar con los niños, porque uno adulto siente que puede aguantar más. La bebé pide sus teteros y uno no sabe cómo solucionar eso”, cuenta. Como Fabián y su familia, durante la cuarentena 414.014 personas consumieron menos de 1 o 2 comidas diarias en Barranquilla, según cifras del Dane.
En el punto más crítico de la pandemia duraron más de 24 horas sin probar bocado. Eso sí, siempre trataron de buscar soluciones, aunque fuera haciendo cosas a las que no estaban acostumbrados, como pedir ayuda. “Eso es fuerte”, dice Carcajadas, en la puerta de su casa, minutos después de colgar un par de trajes y de poner al sol sus largos zapatos de puntas rojas.