Foto de referencia | Foto: Galeanu Mihai

ECONOMÍA

Lo que no se mide... ¿no se gestiona?

“Mijo, no pasamos tiempo suficiente juntos”. “Mamá, en el último mes nos encontramos por 4,8 horas, lo que significa el 2 % de mi tiempo disponible mensual”.

Fred Seifert es socio, responsable por sector financiero HLAC en ERM.
6 de septiembre de 2024

Según estudios alemanes, esto está 1,2 veces por encima del promedio mundial. ”Dar una respuesta tan desatinada –e insensible– a nuestra mamá es algo que no haríamos, a menos que seamos un personaje de The Big Bang Theory. Si entendemos que muchas veces la percepción o un análisis cualitativo nos permiten conclusiones valiosas, ¿por qué repetimos frecuentemente que lo que no se mide no se gestiona?”.

Es importante reconocer que no debe ser automática la comparación entre la evaluación de una dinámica familiar y el análisis de, por ejemplo, el retorno de una inversión o la intensidad de carbono en el portafolio de crédito. Hay temas para los que, naturalmente, una mirada superficial nos arroja información suficiente, mientras que otros demandan un análisis más profundizado y, hasta por demandas legales, cuantitativo.

Sin embargo, esta visión de que la información cuantitativa es siempre más relevante o robusta no es una verdad absoluta. En las Ciencias Económicas, este enfoque ha tenido un gran impulso con el movimiento del neoliberalismo, a partir de los años 70. El gran atractivo de esta corriente es su enfoque en el mercado y la competencia. A través de estas piedras angulares, la actividad económica puede racionalizarse y cuantificarse.

En otras palabras, la competencia proporciona una objetividad socioeconómica que está sujeta al conocimiento matemático. No obstante, lo que se vio en los campos de la economía y de las finanzas a partir de entonces fue un gran crecimiento, tanto en número como en complejidad, de los modelos económicos y financieros para planear y justificar políticas públicas, planes de negocios, entre otros. Y todo esto, muchas veces, sin generar predicciones confiables.

El mundo de la sostenibilidad no escapa a este contexto. En general, lo que se observa desde la Cumbre de Río en 1992 es una “financiarización” de las propuestas de protección ambiental y social. El mundo estaba viviendo el fin de la Guerra Fría y el optimismo promercado influyó decisivamente en los acontecimientos y convenciones posteriores. Así, la idea de desarrollo sostenible solo se volvió unánime cuando se insertó en el orden económico “ganador” de la Guerra Fría y, como consecuencia, replicó las tendencias de las escuelas de pensamiento económico más convencionales.

Asimismo, replicar la idea de que la cuantificación es siempre necesaria o superior a otros tipos de análisis es confundir el mapa con el territorio. La cuantificación puede ser útil en algunos casos, pero es un instrumento, no un fin en sí mismo.

Tomemos algunos ejemplos dentro de las finanzas sostenibles. Para una revisión de los riesgos climáticos físicos en la cartera de una institución financiera o el nivel de riesgo socioambiental en general de una operación crediticia específica, podemos hacer un ejercicio de cuantificación.

Para ello, se pueden considerar variables tales como el número de incidentes al año y sus pérdidas financieras basadas en el promedio de períodos anteriores; el incremento de estos eventos según el aumento de fenómenos climáticos extremos en proyecciones proporcionadas por el IPCC; la probabilidad de que estas situaciones sucedan según la vulnerabilidad de la municipalidad determinada por el Ideam, entre otros factores.

El resultado podría expresarse en pesos colombianos e incluirse en las proyecciones financieras de la entidad, para la definición de su grado de apetito de riesgo o el monto de sus provisiones, o utilizarse para calibrar el rating crediticio de un cliente y definir las condiciones financieras de una operación. Pero la pregunta que queda es: ¿está la institución financiera preparada para lidiar con estos cálculos y las cifras resultantes?

Dependiendo de los modelos utilizados en la entidad y sus capacidades internas, la respuesta puede ser “no”. De ser así, aunque cuente con una metodología de cálculo de riesgos avanzada, el tiempo dedicado a estas evaluaciones y la falta de herramientas para comprenderlas y considerarlas en sus procesos decisorios resultan en un bajo costo-beneficio para su aplicación.

Alternativamente, una metodología de mapa de calor, por ejemplo, puede hacer más sentido. Tal enfoque podría contar con un eje X “plazo para el impacto climático” (de la izquierda a la derecha: “largo”, “mediano”, “corto”) y un eje Y “intensidad del impacto” (de bajo a alto: “bajo”, “medio” y “alto”).

De ser así, los impactos que estén más cerca de la parte superior derecha del gráfico son los más relevantes. La definición de las categorías de plazo y el impacto en los ejes puede provenir de análisis cualitativos subyacentes de otras instituciones, como el ya mencionado IPCC o el SASB, respectivamente. Sin embargo, para la institución es útil tomar estas categorías de dichas fuentes, examinar los riesgos en función de estas y, eventualmente, establecer criterios para sus operaciones dependiendo de la ubicación del riesgo en el mapa (por ejemplo, si la planta industrial del cliente está expuesta a un riesgo de alto impacto/corto plazo, la liberación del crédito depende de que ese activo esté asegurado).

Es decir, dependiendo de la situación y del nivel de desarrollo de la institución, no siempre un enfoque cuantitativo generará información más relevante que los análisis cualitativos. De ninguna manera esto debe servir como una excusa para no mejorar sus modelos y capacidades, pero con una metodología cualitativa “más sencilla” ya se puede empezar a gestionar un determinado tema. Con el aprendizaje y la experiencia práctica, se podrá tener una mejor visión de qué necesita ser cuantificado, cómo hacerlo y si realmente hay beneficios tangibles en dicha cuantificación.

Tampoco se pueden mantener metodologías cualitativas débiles y poco científicas con la justificación de que es un primer paso y que es lo que se puede hacer considerando la relación costo-efectividad. Así como cualquier otra, las metodologías cualitativas deben tener, entre sus características, la robustez científica necesaria y cualidades como la capacidad de explicar hechos y preguntas y dar previsibilidad a los eventos.

De cualquier modo, no hacer nada puede resultar en exponerse a riesgos muy significativos. Cubrir estos riesgos no implica, necesariamente, realizar un cambio rápido y radical en las políticas y procesos de la institución para establecer un enfoque cuantitativo con precisión al segundo decimal. Lo cualitativo puede ser suficiente para ciertos temas; para otros, puede ser el punto de partida para desarrollar un enfoque “más complejo” a lo largo del tiempo.

Es decir, no deje de avanzar en la gestión de un riesgo solamente porque no cuenta, en este momento, con el conocimiento para cuantificarlo. Y, claro, no deje de llamar a su mamá en caso de que aún tenga el privilegio de tenerla en su vida.