MAURICIO BOTERO

Opinión

Cuando llega el momento de pagar la cuenta…

Las razones para acudir a estas importaciones tiene su origen en las políticas del actual gobierno.

Mauricio Botero Caicedo
19 de febrero de 2025

Tras meses de alerta de parte de los jugadores en el sector energético, y por primera vez en 45 años, Colombia ha comenzado a importar gas para el uso residencial y comercial. Las razones para acudir a estas importaciones tiene su origen en las políticas del actual gobierno, que al descartar los nuevos contratos de exploración, pusieron el freno de mano a la industria petrolera con la inmediata consecuencia que estamos llegando a mínimos históricos de pozos perforados y una caída del 16 % de las reservas probadas. El costo social de dichas importaciones va a ser alto: nueve de cada diez personas en condición de pobreza en Bogotá dependen del gas natural como su principal –y casi única– fuente de energía. Un aumento en el precio, que puede llegar al 36 %, va a afectar de manera grave a los bogotanos, no solo por el incremento en las facturas, sino que el sector comercial e industria terminarán trasladando el mayor costo de sus productos y servicios a los consumidores.

Vanti, la mayor comercializadora de gas en Colombia, anunció en un comunicado de prensa los tres factores que motivaron su decisión: el mayor costo del gas en Colombia para este año, el hecho de que las nuevas fuentes del suministro de las ciudades del interior se encuentran en su mayoría en el Caribe y en la necesidad de incorporar gas importado al mercado para suplir la demanda nacional. Para Camilo Prieto, profesor de la Universidad Javeriana, la importación de gas licuado no solo es tres veces más costosa, sino bastante más dañina para el medio ambiente, porque “es un gas que se tiene que licuar a -162 °; es decir, hay que congelarlo y después regasificarlo para usarlo. Esto se traduce en una mayor cantidad de gases de efecto invernadero relacionados con el uso de la energía en Colombia”.

Lo que parece, a todas luces, irracional es la decisión de la Superintendencia de Industria y Comercio de investigar a Naturgás, un gremio que ni es jugador en el mercado, ni mucho menos establece las tarifas del gas. Como bien afirma un reciente editorial del diario El Tiempo: “Este asunto merece una claridad diáfana por parte del Ejecutivo. Las actividades gremiales están protegidas por la Constitución y merecen garantías y libertad en el ejercicio de sus funciones.”

El exministro Amylkar Acosta resume con precisión el futuro que nos depara: “Este escenario catastrófico debería llevar al Gobierno a reflexionar, a repensar y ojalá a rectificar su decisión de descartar la firma de nuevos contratos de exploración y explotación de hidrocarburos, porque lo que se deje de hacer en estos años repercutirá en los años venideros, acentuando el riesgo de desabastecimiento y con este poniendo en grave predicamento la seguridad y la soberanía energética del país".

Los estadounidenses, pueblo pragmático como ninguno, tienen un estupendo aforismo que afirma que “no existe nada denominado una comida gratis” (there is no such thing as a free lunch). Políticas energéticas torpes y cortoplacistas nos han llevado a la necesidad de importar gas, con notorios costos económicos y ambientales. Es decir, la cuenta nos ha llegado y somos los consumidores, indistintamente seamos residenciales, comerciales o industriales, los que vamos a tener que pagar la cuenta.

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Apostilla 1. Me parece ajustado a la ley que se investigue a los miembros de la junta directiva de ISA que votaron afirmativamente en la elección de un presidente de la empresa que abiertamente no cumplía con los requisitos para el cargo. Estos miembros de la junta, al seguir las órdenes del presidente de la Holding, Ecopetrol, y sin tener en cuenta las consecuencias, su falta de criterio les va a traer consecuencias judiciales y posiblemente penales.

Apostilla 2. Dentro de los memes más graciosos de la crisis migratoria está aquel que afirma que si Trump hubiera querido maltratar a los inmigrantes ilegales deportados, “los hubiera devuelto en Avianca”. En vuelos de muchas horas de duración, viajando en sillas que no pueden ser más incómodas y estrechas, y en las que ni siquiera les brindan la cortesía de un vaso de agua, Avianca disfruta maltratatando a sus pasajeros. ¿Será que los mandamases en esta aerolínea no se dan cuenta de que el maltrato tarde o temprano les va a pasar la cuenta?