Guillermo Valencia Columna Semana

Opinión

El mercado no es eficiente, es un ecosistema de inteligencia colectiva

La Hipótesis del Mercado Eficiente necesita una revisión.

Guillermo Valencia
1 de julio de 2025

En 1970, Eugene Fama publicó un artículo que transformó las finanzas para siempre. Su Hipótesis del Mercado Eficiente (EMH, por sus siglas en inglés) afirmaba que los mercados son como contadores perfectos: toda información —reportes de ganancias, titulares de noticias, rumores de escándalos— se refleja al instante en los precios de las acciones. ¿Quieres superar al mercado? Buena suerte. Es como intentar superar en inteligencia a un superordenador con un lápiz.

Durante décadas, esta idea reinó. Nos dio los fondos indexados, la creación de John Bogle, quien dijo: “¿Por qué pagar a un gestor de fondos para perseguir rendimientos si el mercado ya lo ha resuelto todo?”. La lógica de Bogle era imbatible: los gestores activos rara vez superan al S&P 500 después de comisiones, así que compra el índice y relájate. Los inversores escucharon. A mediados de 2025, los fondos pasivos y los ETF manejan más de 27 billones de dólares a nivel global, con los fondos pasivos en EE. UU. representando el 47 % de todos los activos de fondos, frente al 15 % en 2005. Eso es una ola gigante de dinero apostando por una suposición equivocada.

Pero el mercado no es eficiente. Es un ecosistema de inteligencia colectiva, una vasta red de agentes —unos compitiendo por el dominio, otros compartiendo sabiduría, unos pocos desencadenando innovaciones y muchos siguiendo a la multitud— donde el conjunto emerge como una mente viva y adaptable. EMH asume que todos somos racionales, valuando activos según una realidad objetiva. Pero la realidad es subjetiva, moldeada por historias, creencias y posibilidades ocultas. Las empresas que optimizan para obtener ganancias son fáciles de valorar con hojas de cálculo. Aquellas que aprovechan la inteligencia colectiva o descubren secretos transformadores —como los efectos de red de internet o el potencial de los autos eléctricos— desafían los números hasta que su impacto reconfigura la red. Por eso EMH necesita una revisión. Exploremos por qué, a través de historias e ideas que revelan los mercados como algo más desordenado, humano y creativo de lo que EMH permite.

El 20 % que domina el juego

Imagina que estás en una fiesta con 500 invitados, pero solo 100 traen el ambiente —música, bebidas, todo lo bueno—. El resto solo come los aperitivos y se va. Así es el S&P 500. Los datos muestran que el 20 % de sus empresas generan cerca del 80 % de sus rendimientos. Piensa en Apple, Nvidia, Amazon, estos gigantes sostienen el índice mientras cientos de otras se quedan atrás.

Si los mercados fueran realmente eficientes, los rendimientos se distribuirían de manera uniforme. Cada acción reflejaría su “valor justo”, y ningún grupo dominaría. Pero no es así. Los fondos pasivos vierten dinero en estos ganadores, inflando aún más sus precios. Es un círculo vicioso: los grandes se hacen más grandes y el mercado se parece menos a un campo de juego nivelado y más a un casino donde gana el que más arriesga.

Esto no es nuevo. En los años veinte, las acciones de radio como RCA se dispararon cuando los inversores apostaron por la próxima gran cosa. La mayoría colapsó cuando la burbuja estalló. Hoy, las acciones de IA juegan un papel similar. EMH dice que el mercado valora todo perfectamente, pero cuando un puñado de acciones lleva el peso, cuesta creer que todos los pasajeros paguen el mismo boleto.

Burbujas: cuando el mercado pierde la cabeza

Didier Sornette, un físico convertido en detective financiero en ETH Zurich, estudia las burbujas del mercado como un científico rastreando un frenesí colectivo. Su trabajo muestra que los precios pueden dispararse, subiendo más rápido de lo que justifican los fundamentos, para luego colapsar espectacularmente. Usa matemáticas —cosas sofisticadas como la Singularidad de la Ley de Potencia Log-Periódica— para detectar estos picos antes de que estallen. En 2008, los precios de la vivienda se inflaron hasta que no pudieron más. En 2021, las acciones meme como GameStop desafiaron la gravedad antes de caer a tierra.

El punto de Sornette es simple: los mercados no siempre son racionales. Están impulsados por bucles de retroalimentación, en que el optimismo alimenta más optimismo hasta que alguien grita “¡fuego!” y la multitud huye despavorida. Sus modelos han predicho burbujas en tiempo real, sugiriendo que los mercados pueden ser predecibles en su locura. Si EMH tuviera razón, las burbujas no existirían —los precios nunca se alejarían del “justo”—. Pero lo hacen, porque los humanos no somos calculadoras. Somos narradores, y a veces creemos nuestras propias historias.

La perspectiva evolutiva de Andrew Lo

Andrew Lo, profesor del MIT, ve los mercados como redes adaptativas, no como máquinas. En su libro Adaptive Markets, argumenta que los inversores no son robots racionales —son agentes que evolucionan para sobrevivir—. Su Hipótesis de Mercados Adaptativos (AMH) dice que la eficiencia no es constante; sube y baja. Cuando la red está estable, los precios se estabilizan. Cuando llega una disrupción —una crisis, un avance tecnológico— las cosas se complican, y surgen oportunidades.

La idea de Lo se inspira en la biología. En un colectivo, los agentes más aptos prosperan, pero la “aptitud” cambia con el entorno. Los mercados son iguales. En la crisis de 2008, los bancos fracasaron porque no se adaptaron a riesgos como los valores respaldados por hipotecas. Mientras tanto, los fondos de cobertura que se reinventaron ganaron miles de millones. La AMH de Lo explica por qué el 20 % de las acciones dominan: están mejor adaptadas a la red actual —tecnología, innovación, escala—. EMH asume que todos juegan el mismo juego con las mismas reglas. Lo dice que el juego sigue cambiando, y los ganadores también.

Los secretos de Peter Thiel: los puntos ciegos del mercado

Peter Thiel, el billonario detrás de PayPal y Palantir, ofrece una perspectiva diferente. En Zero to One, habla de “secretos” —verdades sobre el mundo que nadie más ve—. Piensa en los fundadores de Google dándose cuenta de que la búsqueda podía organizar internet, o Elon Musk apostando por que los autos eléctricos podían ser atractivos. Estas no son solo ideas; son cambios de juego, ocultos hasta que alguien actúa.

El marco de Thiel desafía directamente a EMH. Si los mercados valúan todo perfectamente, no hay espacio para secretos. Pero existen. A principios de los 2000, Tesla era una apuesta arriesgada, ignorada por Detroit y Wall Street. Quienes vieron su potencial —su secreto— recolectaron enormes recompensas. Thiel dice que los mayores retornos vienen de encontrar lo que otros pasan por alto, no de seguir a la multitud. EMH asume que la multitud lo sabe todo. Thiel apuesta a que la multitud suele estar equivocada.

Esto resuena con las “conocidas desconocidas” y “desconocidas desconocidas” de Donald Rumsfeld. Los mercados valúan lo conocido —ganancias, PIB, política monetaria—. Luchan con lo desconocido —tecnología disruptiva, cambios geopolíticos, o secretos por descubrir—. Valuar una empresa como el Facebook temprano, impulsada por efectos de red donde el valor crece con sus usuarios, es un cálculo a ciegas hasta que la red despega. La inversión pasiva se aferra a lo conocido. El dinero real está en lo desconocido.

Un nuevo juego: el dilema del prisionero reimaginado

Juguemos un juego. En los años ochenta, Robert Axelrod organizó torneos basados en el Dilema del Prisionero, donde los jugadores eligen cooperar o competir. La cooperación solía ganar, construyendo confianza con el tiempo. Pero los mercados no se tratan solo de confianza —son sobre innovación, imitación y supervivencia—. Así que imaginemos una inteligencia colectiva con cuatro tipos de agentes: los que compiten, los que cooperan, los que crean y los que imitan.

  • Los que compiten optimizan, recortando costos y persiguiendo eficiencia —piensa en fondos de cobertura exprimiendo márgenes—. Funciona hasta que la red se satura y el crecimiento se estanca.
  • Los que cooperan juntan ideas, combinando fortalezas como comunidades de código abierto o asociaciones industriales, fomentando un progreso constante pero raramente revolucionario.
  • Los que crean buscan secretos, arriesgándose al fracaso por una oportunidad de transformar —piensa en el iPhone o SpaceX, reescribiendo las reglas de su mundo—.
  • Los que imitan copian a los ganadores, apilándose en tendencias como las acciones tecnológicas de 1999 o las criptomonedas de 2021, cabalgando la ola hasta que revienta.

Si todos compiten, la red se debilita —márgenes bajos, sin progreso—. Si todos imitan, se forma una burbuja: ganancias enormes, luego un colapso. La cooperación mantiene el colectivo zumbando, pero la creación cambia el panorama. ¿El truco? La creación exige paciencia y riesgo. Pocos se atreven a intentarlo, pero quienes lo hacen —como Musk o Bezos— redefinen la realidad.

Este juego revela por qué EMH falla. Asume que todos competimos o imitamos, valuando lo conocido. Pero la realidad es una inteligencia colectiva, una red de agentes —unos luchando por migajas, otros mezclando ideas, unos pocos encendiendo nuevos paradigmas—. Los fundamentos sirven a los competidores, pero los cooperadores y creadores —cuyo valor crece con redes o secretos— desafían los números fáciles hasta que su impacto se despliega. El mercado recompensa a quienes cooperan o crean, como prueban las burbujas y exige la adaptación. Nuestro poder crece cuando pasamos de la supervivencia —competir e imitar— a la creatividad, donde redefinimos el mundo.

El mercado humano

Aquí está la lección: los mercados no son máquinas eficientes; son historias humanas. No somos calculadoras racionales —somos soñadores, apostadores y, a veces, tontos—. EMH nos dio un mapa, pero está desactualizado. Burbujas, rendimientos concentrados y secretos muestran que el terreno es más salvaje de lo que Fama pensó.

La inversión pasiva sigue siendo una gran herramienta. Es barata, confiable y supera a la mayoría de los profesionales. Pero no cuenta toda la historia. El mercado es una inteligencia colectiva, no una hoja de cálculo. Para prosperar, necesitas adaptarte como Lo, cazar secretos como Thiel y vigilar burbujas como Sornette. O, al menos, conocer el juego que estás jugando.

Piensa en esto como un viaje por carretera. EMH dice que el camino es recto, el mapa es perfecto y llegarás a tiempo. ¿La realidad? El camino serpentea, el mapa tiene lagunas y, a veces, encuentras un atajo que nadie más vio. Ahí es donde comienza la aventura.

Para profundizar en estas ideas, consulta las obras de los autores que están moldeando esta visión:

  • Eugene Fama: The Foundations of Finance
  • John Bogle: The Little Book of Common Sense Investing
  • Didier Sornette: Why Stock Markets Crash
  • Andrew Lo: Adaptive Markets: Financial Evolution at the Speed of Thought
  • Peter Thiel: Zero to One: Notes on Startups, or How to Build the Future
  • Robert Axelrod: The Evolution of Cooperation.

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