
Opinión
Existe la teoría del loco
Recordemos a Steve Jobs, cofundador de Apple, famoso por sus explosiones emocionales y decisiones abruptas.
El mundo está un poco patas arriba. Al final, no sé si siempre ha estado así y creemos que ahora es peor, pero hay cosas que definitivamente se exacerban debido a la inmediatez de la información y al efecto de las redes sociales.
Parece que los líderes manejan sus gobiernos a partir de comentarios, noticias, opiniones en redes, especialmente en X, donde ahora se eligen hasta presidentes. Hay tanto odio en esos espacios que cuesta un poco mantenerse neutral; no me cabe en la cabeza que algún ser humano se alegre de que asesinen a otro y eso se vea festejado en las redes.
Y en este contexto entra también el mundo organizacional formado por seres humanos imperfectos. Aquí, donde la planificación, la lógica y la previsibilidad son pilares del liderazgo efectivo, surge una pregunta que me ha tenido pensando: ¿puede la irracionalidad aparente ser una ventaja estratégica? La respuesta es sí. Y tiene nombre, la teoría del loco.
Me puse en la tarea de leer un poco más para no enloquecerme. Popularizada por Richard Nixon durante la Guerra de Vietnam, esta teoría sostiene que proyectar una imagen de impredecibilidad —incluso de irracionalidad— puede generar miedo o respeto en los interlocutores, llevándolos a ceder en negociaciones o evitar confrontaciones. En otras palabras, si los demás creen que estás dispuesto a “apretar el botón rojo”, pensarán dos veces antes de provocarte.
Aunque su origen es político, esta estrategia ha cruzado fronteras hacia el liderazgo empresarial, donde algunos ejecutivos la han adoptado —consciente o inconscientemente— para influir en sus equipos, competidores o stakeholders. En realidad, ya no creo que sea casualidad, algunos líderes del mundo se montaron en esta teoría para generar sus propias narrativas, amplificar el discurso que quieran o distraer mientras hacen lo que les conviene sin que nadie lo note.
Hay algunos ejemplos en el mundo de los negocios. Recordemos a Steve Jobs, cofundador de Apple, famoso por sus explosiones emocionales y decisiones abruptas. Su estilo impredecible generaba tensión, pero también impulsaba la innovación. Era su estrategia.
Pensemos en personajes como Elon Musk, CEO de Tesla y SpaceX, quien ha hecho declaraciones que sacuden mercados, como sus post sobre criptomonedas o sus cambios de rumbo en decisiones empresariales y, por supuesto, políticas. Su impredecibilidad genera incertidumbre, pero también atención y poder de negociación. El pone la agenda que quiere en algunos temas y se da el lujo de parecer loco.
La ‘locura’ como táctica no es exclusiva de Silicon Valley. Yo creo realmente que es más un tema de ego que de locura. Quieren tener la razón, les importa poco lo que piensen los demás y les interesa menos que los tilden de irracionales, porque al final eso es lo que buscan.
Existen diferentes investigaciones en relaciones internacionales que han analizado la efectividad de esta estrategia. Es el caso de un estudio en Security Studies que concluye que la percepción de irracionalidad puede ser útil en negociaciones coercitivas, pero solo si se mantiene ambigua. Si se revela como táctica, pierde fuerza.
Otro análisis en The Washington Quarterly afirma que la impredecibilidad puede generar más riesgos que beneficios si no se maneja con precisión. En el mundo corporativo, esto se traduce en pérdida de confianza, fuga de talento o daño reputacional. En los gobiernos se lleva a radicalizar, generar polarización y caos.
En entornos empresariales, puede darse evidentemente en negociaciones difíciles, gestión del cambio, y en el fomento de la creatividad e innovación. Pero para mí, la incertidumbre solo genera desconfianza que al final se refleja en baja inversión, poco compromiso y ansiedad. Creo que a nadie le gusta trabajar asustado, así que personalmente me gusta la disrupción, pero no la teoría del loco.
Pienso que no es una receta universal. Requiere inteligencia emocional, dominio del contexto y una reputación que respalde el riesgo. Mal aplicada, puede destruir equipos, erosionar confianza y aislar al líder. Y, por supuesto, polarizar y destruir objetivos colectivos, acabar hasta países y generar confusión.
En tiempos de incertidumbre, los líderes buscan nuevas formas de influir y avanzar. La teoría del loco ofrece una mirada provocadora que sin ética y con narcisismo no va a llevar a nada bueno colectivamente. ¿Conoces a algún narcisista que quiere que pienses que está loco?