Erick Behar

Opinión

La psicología del malgasto público

Se hace necesaria para anticipar (más) desastres venideros.

Erick Behar Villegas
22 de abril de 2025

De lo más grave que le puede pasar a una sociedad es que lo inaceptable se vuelva normal. Y el malgasto público es un ejemplo claro de lo inaceptable. Pero normalmente, cuando se trata de entender la psicología del malgasto, nos quedamos en el ámbito individual. Se hace necesario, para anticipar (más) desastres venideros, que entendamos la psicología del malgasto público.

El contexto del malgasto: el ejemplo de Colombia

Recientemente, salió un programa en medios oficiales, en donde actores contratados con fondos públicos atacan a congresistas de la oposición por frenar las reformas destructivas del Gobierno; aparecen pódcast que parecen más alocuciones de perfilamientos, y todo ello se suma a una plétora de malgasto público propagandístico, disfrazado de discursos de justicia social, que solo le aporta a la sectarización y no a la transparencia.

Pero ese es un ejemplo entre muchos. También hay indicios de un aumento bárbaro en el empleo público en el Gobierno Petro, con un crecimiento de 10 veces más entre 2023 y 2024, en comparación con otros años (La Silla Vacía, 2025); también hay nombramientos por doquier de personas poco calificadas, destruyendo la idea de meritocracia que tanto se pregonó. Pero el problema es más profundo y se quedará más allá de este cuatrienio. El porqué se encuentra en la psicología del malgasto público, un tema explorado indirectamente en la ciencia.

La psicología del malgasto: del individuo al público

Sobre la psicología del malgasto se ha escrito bastante pensando en el ámbito individual —por qué hay personas adictas a las compras, a las apuestas, etc.—. Se sabe, por ejemplo, que el sistema dopaminérgico se activa cuando anticipamos recompensas, incluyendo las decisiones de compra impulsivas (Knutson et al., 2007). También se ha documentado que, en medio del descontrol que algunos pueden padecer al comprar y querer poseer más, lo que está sucediendo es un fallo de la corteza prefrontal al inhibir nuestras acciones.

Pero cuando miramos el ámbito público, la cosa es menos clara, pero no por ello menos interesante. Una de las pistas del problema nos la da el llamado ‘efecto dotación’ (Thaler, 1980) que dice que valoramos más las cosas que ya poseemos que aquellas que no tenemos. En otras palabras, soltarlas nos genera frustración, mucha más que el placer de conseguirlas por primera vez.

Pensemos entonces en aquellas personas que se han vuelto ministros, directores, y demás; que ahora andan en camionetas blindadas de lujo, pagadas por el Estado. ¿Se querrán bajar, literalmente, de tanto lujo y prestigio artificial? Yo estoy convencido de un tema controversial, que ha ocurrido en otros países. Hay unos gobiernos que exageran en su destrucción de la dignidad asociada a algunos cargos. En todo gobierno habrá personas que no dan la talla técnica de un cargo, pero en el actual, parece sistémico. Tener gente buena se vuelve la excepción. Por qué digo que el efecto dotación será grave a futuro: porque así dejen los cargos, no querrán dejar los beneficios, y esto solo se logra amarrando el aparato estatal a redes invisibles pero poderosas. No nos extrañe entonces que se quiera cambiar hasta el mismo Secop, un sistema que da transparencia sobre lo que está pasando. Cuanto menos se sepa, mejor.

Otro elemento de la psicología del malgasto se llama el pain of paying, o el dolor de pagar en efectivo, que aquí ofrece un paralelo poderoso. Prelec & Loewenstein (1998) encontraron que el uso de formas de pagar que no fueran en efectivo duele menos; pagar con efectivo activa la ínsula en el cerebro, que se asocia con el dolor y la pérdida. Entonces, pagar, por ejemplo, con tarjeta de crédito se vuelve más ameno y así gastamos más. Ahora pensemos en el ámbito público: no pagar con dinero propio por la gasolina, los tiquetes, las estrambóticas cenas, los viajes, las camionetas, los escoltas, se hace mucho más placentero y transaccionalmente aceptable que sacar de su propio bolsillo. Mejor sacárselo al contribuyente.

No me voy: la costumbre como vicio

La costumbre se vuelve fácilmente un vicio, sobre todo cuando no duele y aquel que pone la plata está lejos y es anónimo: el empresario, el pueblo. Pero vaya ironía, si fue esta confusa abstracción la que los llevó al poder. De ahí que esta columna no traiga una noticia alentadora: el rent seeker, o captura-renta, es esclavo de la inercia que trae el poder, especialmente cuando se consigue a través de narrativas que luego se tienen que cubrir con nuevas historias para que no se destape el vacío. La mala noticia es que no querrán irse tan fácilmente, y la crisis fiscal no es problema para ellos, pues suena lejana siempre y cuando el día tenga “agenda” y simbolismos que le dan sentido al sinsentido.

A esto se asocia el último elemento de psicología económica que nos revela lo crítica que es la situación. Se llama el sesgo cognitivo del status quo y significa que a la gente le gusta tendencialmente quedarse en donde está, no cambiar, sobre todo si el cambio es incómodo. Esto elevará la presión de dejar fuertemente influenciado el aparato estatal, haciéndole la vida fácil a un gobierno igual o más difícil a un (ojalá) próximo Gobierno que sí esté interesado en el valor público, no en su extracción.

No olvidemos que, gracias a la capacidad narrativa del actual Gobierno, cuestionarán que les cuestionen el malgasto, aduciendo que no lo es, que es por el pueblo, por la paz (vía decreto, inexistente), por el cambio, etc. Pero el malgasto se explica a través de la comparación con gastos más importantes (escuelas, mejor sistema de salud que salve vidas y no las acabe, hospitales dotados, infraestructura, facilitación del emprendimiento, etc.) y luego con cálculos costo beneficio de forma individual.

Así este tema tenga un trasfondo científico gracias a lo que se sabe de psicología experimental y neurociencia, no hay que ser expertos para saber que al que le sabe le queda gustando, y que, quitarle su placer y beneficio, no será recibido de buena manera. ¿Será que el desprecio por la ciencia en el actual Gobierno (recordemos el caso de los PhDs) es coherente con el efecto dotación que los gobierna?

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