OPINIÓN
La transición energética: más allá de la retórica
La transición consiste en dejar de emitir CO2 no solo en la generación de electricidad, sino en la totalidad de la cadena de consumo.
La realidad es que la transición energética, tan cacareada por este gobierno, va a paso de tortuga. Una institución abiertamente gobiernista como Indepaz, hace el siguiente análisis: “En la práctica, los proyectos no han avanzado al ritmo esperado. Un estudio de Ser Colombia, Asociación Energías Renovables, sobre 78 proyectos solares y dos de eólicos que debían entrar en operación entre 2023 y 2024, señala que el 35% avanza según los planes, pero el otro 65% tiene retrasos por trámites pendientes ante distintas autoridades (ambientales, ante la UPME, Invías, ANI, alcaldías, etc.) o han enfrentado conflictos socioambientales, especialmente en La Guajira (Ser Colombia. Asociación Energías Renovables, 2023.)”. Cabe anotar que casi la totalidad de ese 35% de los proyectos que avanzan según los planes viene es de la administración anterior.
Por los pomposos y rimbombantes discursos del gobierno, especialmente en los foros internacionales, diera la impresión de que Colombia es el país líder de América del Sur en relación con la transición energética. En realidad ese no es el caso: los países líderes, con un perfil bastante más discreto, son Brasil y Chile. Lula nunca compró la prédica de Petro de suspender la exploración de hidrocarburos: muy por el contrario, ha apostado a incrementar su producción y en pocos años va a estar produciendo por encima de seis millones de barriles diarios. Un reciente informe del World Economic Forum señala: “Brasil ha incrementado su capacidad de energía renovable y su cuota de energía limpia, en gran medida gracias a su compromiso de largo plazo con la energía hidroeléctrica y los biocombustibles, al tiempo que ha aprovechado su potencial solar y eólico. El enfoque de Brasil en la planificación y los instrumentos políticos y el fortalecimiento de las instituciones ha creado el ecosistema adecuado para el impulso de la transición energética. Brasil, ya consume casi la mitad de su energía (49%) a partir de fuentes renovables”. Chile, según dicho informe, “genera el 35% de su energía a partir de energía solar y eólica, un testimonio de su importante desarrollo de infraestructuras y la emergencia de una próspera industria de energías renovables. Este éxito se ve reforzado por un apoyo político duradero y la participación activa de empresas consolidadas y comprometidas a impulsar el programa de energías limpias del país. El Gobierno tiene el ambicioso objetivo de alcanzar el 70% de consumo de energía a partir de las renovables y ser neutral en emisiones de carbono para 2050”.
La transición energética no se puede limitar al cierre progresivo de las centrales de generación eléctrica con hidrocarburos y al desarrollo de energías limpias, sino que tiene que existir un cambio estructural de paradigma de todo el sistema. La transición consiste en dejar de emitir CO2 no solo en la generación de electricidad, sino en la totalidad de la cadena de consumo. Aquí muy poco o nada se ha hecho respecto al consumo de energías contaminantes derivadas de los hidrocarburos y mientras no se hagan enormes esfuerzos para reducir la contaminación en otros sectores como el transporte, el industrial, el comercial y el residencial, poco es lo que se va a avanzar en la transición energética. Pudiendo haber electrificado, aunque fuera de manera parcial el parque de motocicletas que es el transporte que más registra crecimiento en el país, casi nada se ha logrado con el fomento y desarrollo de las motocicletas eléctricas.
En Colombia se tiene la impresión de que la transición energética se limita a dejar de explorar hidrocarburos. El país se ha comprometido a reducir un 51% de sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, como parte de su Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC) dentro del Acuerdo de París. Todo pareciera indicar que es la vacua retórica sobre la transición energética lo que consideran más que suficiente.