Erick Behar

Opinión

La yerba mala y un problema masivo de psicología colectiva

El cinismo de quienes llegaron a la brava al Congreso, sin un solo voto, pero respaldados por el extraño proceso de paz, solo le agrega más leña al fuego.

Erick Behar Villegas
10 de junio de 2025

Decimos que volvimos al pasado —cuánto lo recuerdo: matanzas, sicariato, tomas guerrilleras—, pero creo que estamos en un peor futuro, uno que pide —sin grito alguno— un tratamiento de psicología colectiva ante miles de diagnósticos olvidados.

Cada día, tenemos que ver cómo las malas intenciones e ideas se siguen materializando en dolor. Lo que le hicieron a Miguel Uribe es un ejemplo horriblemente simbólico de cómo la repetición malintencionada de narrativas y su aplicación se lleva por delante la dignidad humana, arrasando el futuro de una sociedad.

Algunos se lanzaron a hablar de autoatentado. Otros celebraron un contradictorio Concierto de la Esperanza, que luego se complementó con coladas masivas en Transmilenio. Y el muy teórico jefe de Estado no fue capaz de decir el nombre de Miguel en su alocución caótica y vacía, pero sí se embriagó en referencias inconexas a filósofos que, probablemente, ni entiende.

La psicología de masas, la misma que analizó Gustave Le Bon a finales del siglo XIX, es una jungla en la que aumenta el dolor cuanto más profundamente la visitamos. En ella, una sociedad tiene mucho que perder, no solo la identidad individual, sino su propia humanidad y empatía. Le Bon lo explicó muy bien, porque con el contagio mental, las “masas no razonan (…) no toleran ni discusión ni contradicción”.

Y es que en las narrativas que fomenta a diario este Gobierno, ancladas en falacias heredadas del proceso de paz de Santos, está parte de la explicación de este engaño colectivo. Se firmó una paz de papel, mientras que a la violencia se le abrió la puerta, pues la crítica quedó silenciada. Y ahora se habla de paz total, mientras la violencia se pregona con espadas desde los podios del engaño. Y en esta tragedia nueva, lo que piden es silencio.

En estos días me puse a arrancar la mala yerba de mi jardín, experiencia que lo hace ver a uno esos mundos pequeños que son ecosistemas y universos enteros para otros seres vivos que van por su camino. Y ahí pensé que algunas ideas son como esas yerbas dañinas, cuya ventaja es nuestra ignorancia, nuestra pereza y nuestro olvido.

Y así funcionan esas aceleradoras de malas ideas —las narrativas— embruteciendo a una parte de un pueblo que se mira al espejo, le cree a un autócrata y a sus secuaces, ‘emprendedores de la disponibilidad’, como diría Kahneman, es decir, los que reparten insensateces o simplemente mentiras que por repetición se vuelven verdades. Les perdonan todo, porque la narrativa ayuda a no tener que pensar.

Y luego los mismos secuaces de la destrucción —hoy llamada ‘el cambio’ gracias a las narrativas del engaño— salen a hablar de sus pensamientos solidarios, cuando sus pensamientos y acciones son gasolina que ha empeorado este incendio.

El cinismo de quienes llegaron a la brava al Congreso, sin un solo voto, pero respaldados por el extraño proceso de paz, solo le agrega más leña al fuego. Si esta sociedad los rechazara, simplemente escuchara lo que dicen y entendiera que ello no trae nada positivo ni prometedor al país, serían apenas una voz incoherente que tiene el derecho democrático de existir, pero no el permiso de guiar una sociedad al desastre, como está pasando ahora.

La solución a este problema de psicología colectiva está —como en el jardín, con paciencia, método y ciencia— en desyerbar de una tierra prometedora esas ideas perversas que la destruyen y no la dejan prosperar. Mientras que la gente mala, amiga de esta violencia, quiere eliminar a seres humanos, lo que debemos hacer es combatir las malas ideas en democracia, pero eso implica hacer sentir incómodos a los que engañan a la gente.

Sí, esto implica una rechifla respetuosa, es decir, un mensaje claro de rechazo, a personajes nefastos que han venido cercenando a este país y posan de héroes y demócratas, cuando lo único que les interesa es sembrar ideas malas para recoger frutos propios.

De estos últimos nos podemos hacer una idea gracias a las investigaciones sobre casos de corrupción, destapados por la prensa, no por el aparato inerte de los gigantes entes de control.

Esta sociedad tiene que abrir los ojos a las malas ideas que la intoxican. Como decimos en psicología, que haga su ‘atribución’, es decir, que entienda de dónde viene un acto, una idea, una narrativa, para poder responder, no con violencia, sino con un rechazo enorme que encuentre energía para volverse un proyecto productivo, y digo productivo en todo el sentido de la palabra. Ese sí es el que reduce la pobreza y el sufrimiento. Ese sí le da dignidad a Colombia.

Ese mismo que le quitó un Gobierno que cada vez falla más en tapar su desastre técnico y moral, así sea tan bueno en la construcción de narrativas engañosas. Es urgente —siempre lo ha sido, pero no se ha conseguido— superar este problema de psicología colectiva.

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