Opinión
No caigamos en la trampa de la profecía autocumplida
Ser reactivos no es el camino, tenemos el deber, con nosotros mismos, de seguir las instrucciones básicas ante cualquier emergencia: nos corresponde parar, calmarnos, respirar, pensar en cómo actuar y solo tomar decisiones cuando tengamos claras las amenazas y la forma en que debemos afrontarlas.
Esta semana ha sido muy dura. Me atrevo a afirmar que la mitad de los colombianos estamos experimentando un duelo que nunca habíamos sentido. Para muchos, el domingo 19 de junio de 2022 pasará a la historia como un día luctuoso; algunos lloramos, no dormimos y una semana después todavía nos cuesta trabajo conciliar el sueño o concentrarnos en nuestras actividades cotidianas.
Incluso algunos de los que votaron por Petro ya están preocupados porque empiezan a entender el alcance de sus acciones. Tenemos un sentimiento de pérdida y de vacío indescriptibles. Hemos empezado a avizorar lo que será un gobierno hostil, totalmente extraño y disruptivo respecto de lo que históricamente habíamos vivido.
Quizá con esperanza, y con algo de inocencia, aspiramos a que no se cumplan muchos de los vaticinios que llevamos escuchando durante los 12 años que finalmente duró la campaña electoral progresista y anhelamos no ser un ejemplo más de lo que ha significado el progresismo en el poder.
En estos días muchas personas me han contactado buscando respuestas, queriendo ser escuchadas, desahogarse y tratar de entender por qué llegamos hasta este punto. Es frecuente la pregunta obligada de cuestionarse si llegó el momento de venderlo todo, coger lo poco que se recoja y buscar un nuevo camino en otro país.
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Cuando pienso en qué responderles, recuerdo una conversación que sostuve hace pocos meses con un petrista intelectual de estrato alto. Cuando yo le conté mis preocupaciones, él en una actitud muy sosegada y reflexiva, me indicó que el problema de fondo no era Petro, sino la actitud que los colombianos tomaran frente a él. Me indicaba que parte del problema de Venezuela es que la gente que podía resistir al chavismo literalmente abandonó el barco dejándole el camino abierto al régimen. Si eso pasa en Colombia, indefectiblemente seguiremos la misma suerte.
Hoy, después de muchas horas de no dormir y reflexionar, creo que mi amigo petrista tiene toda la razón. No podemos caer en la trampa de la “profecía autocumplida” que no es otra cosa que dejar de producir, auto expropiarnos saliendo a regalar las cosas, empobrecernos gastando en dólares y terminar exiliándonos, sin que nadie nos haya obligado a ello.
Por eso el llamado y, si me lo aceptan, el consejo, es calmarnos. Ser prudentes y solo actuar ante circunstancias ciertas. El presidente electo no se ha posesionado; a hoy no conocemos su gabinete, ni hemos visto ninguna acción concreta. Todo son especulaciones, incluso creadas por su entorno cercano, para asustar incomodos e incautos.
Ser reactivos no es el camino, tenemos el deber, con nosotros mismos, de seguir las instrucciones básicas ante cualquier emergencia: nos corresponde parar, calmarnos, respirar, pensar en cómo actuar y solo tomar decisiones cuando tengamos claras las amenazas y la forma en que debemos afrontarlas.
Definitivamente abandonar el barco cuando no ha empezado a inundarse no es una opción. Los que primero se bajan, normalmente son los primeros que se ahogan. Lo que demanda Colombia, nuestras familias y toda la sociedad es que asumamos el rol que cada uno deba asumir para cuidar el país. Para bien o para mal, acá nacimos, a esta tierra nos debemos y por ella debemos luchar. ¡No hagamos que la profecía se cumpla!