Claudia Varela, columnista

ECONOMÍA

Observar sin controlar

Cada vez me sorprendo más de cómo el apego hace parte de nuestra cotidianidad. Todos tenemos alguna relación con él de manera sana o no sana.

Claudia Varela
25 de mayo de 2025

El apego es un concepto fundamental en la psicología, especialmente en el estudio del desarrollo infantil y las relaciones interpersonales. Fue desarrollado por el psiquiatra y psicoanalista británico John Bowlby, en la década de 1950, y ha estado algo satanizado en los últimos tiempos en que cualquier tipo de variable anti poder propio nos desarma.

No todo es malo respecto al apego. Hay cuatro tipos donde está el seguro (el que todos deberíamos preservar), el ansioso-ambivalente, el evitativo y el desordenado. Todos ocurren en nuestra infancia y con nuestros cuidadores y al final cuando adultos se nos sale en la vida.

Hace unos días escuché una conversación entre dos personajes en un ascensor de edificio de oficinas. Yo no tengo apegos decía enfurecido, yo trabajo para que las cosas se hagan bien y se logren. ¿Será tan difícil que la gente haga bien las cosas? ¿cómo le van a dar ese puesto a esa señora que no lleva ni dos años?

Su colega, de esos sabios que son jóvenes, pero almas mayores que tienen demasiado conocimiento antes de los 40, no le creyó nada de lo que decía. Lo miro y le preguntó por qué estaba tan molesto. A nuestro protagonista de la historia no lo habían promocionado como él esperaba. El daba por hecho, o su ego daba por hecho, que merecía este cambio y que se lo iban a dar porque ya era el tiempo.

El se aferro a la idea de tener una oficina más grande, de ganar un bono gordo (ya había planeado las vacaciones de diciembre) y de tener mayor visibilidad ante los grandes jefes. Estaba realmente molesto y no quería escuchar razones, para él era una injusticia. Confieso que subí cuatros pisos más de mi parada para escuchar un poco más.

Se quedaron un momento en silencio. El sabio colega le dijo que sentía que era un tema de apegos, insistió que estaba apegado al concepto de éxito, al reconocimiento por el cambio, a verse más grande y a que los demás pensaran bien de él.

Creo que no era el momento para tal nivel de coaching profundo y espiritual y tal vez por eso el personaje frustrado de esta historia solo dijo una mala palabra mirando hacia el piso. La verdad creo que no escuchó a su amigo, para él su realidad era que él no era el elegido, que el jefe estaba equivocado, que la nueva mujer no se lo merecía y que su amigo estaba drogándose para darle tal nivel de retroalimentación.

Me quedé pensando en la conversación. En quién estaba equivocado en esta historia. ¿Sabía acaso este frustrado ejecutivo cuáles eran sus apegos? Tal vez ni siquiera entendía que era un apego. Creemos que eso es algo no tan saludable, pero no le damos importancia por que al final normalizamos nuestros comportamientos. Su apego al éxito lo hizo culpar al mundo de algo que quizás era su responsabilidad.

El éxito para cada uno puede tener una definición muy diferente. Tal vez todos tengan razón por que cada uno ve las cosas desde sus propias creencias. Pero si hay algo claro, la sociedad nos impone o mejor nos invita de manera recurrente a definir el éxito desde una visión del tener. Y eso está mandado a recoger por aquellos que de verdad quieran entender su propósito y soltar el control.

Si nuestro ejecutivo víctima (según él) no hubiera tenido apegos, hubiera dejado fluir la situación y seguramente hubiera podido entender mejor que no era su momento. Pero lo consideró injusto, encontró culpables, se enfureció y seguramente su actitud no iba a ser igual con sus jefes después de esta experiencia.

Creo que es mejor entender el mundo desde una visión desapegada. De esta forma va a ver más fácilmente el brillo de otros y no solo el propio. Un líder que inspire no busca solo su propio beneficio, de hecho, muchas veces tendrá que quedarse sentado y observar. ¿Hasta dónde estás dispuesto a observar sin controlar?

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