Claudia Varela, columnista

Opinión

Solo me voy

Camilo es un buen jefe y hace un gran esfuerzo por ser un líder que inspire y escuche.

Claudia Varela
18 de mayo de 2025

Hoy es un día gris donde llueve y solo un pequeño rayo de sol sale tras las nubes de una ciudad agitada y demasiado grande. Camilo está sentando muy temprano después de correr un poco, encontrando razones para alegrarse de volver a una reunión de trabajo que tiene con su comité ejecutivo en su Casa Matriz. Casa matriz que vive problemas globales, pero que a veces no entiende que aquí se suman los trenes interoceánicos que nadie sabe cómo explicar.

Camilo es un buen jefe. Tiene un equipo joven, pero muy talentoso y aunque a veces le cuesta entenderlos, hace un gran esfuerzo por ser un líder que inspire y los escuche.

El ritmo es duro. Se trabaja mucho y más desde hace dos años, ya que el ambiente de incertidumbre de su país y las medidas un poco desesperadas en el sector donde trabaja hacen que la mentalidad tenga que ser de una resiliencia que lo está enfermando. Camilo me confesó que se está mareando y no lo dejan los dolores de cabeza recurrentes.

Camilo tiene dos ejecutivos que admira. Uno es un joven y empezó su carrera en la empresa, de hecho, fue su practicante y desde ese momento se volvió su pupilo.

De otro lado está Manuela. Ella lleva cuatro años en la compañía, es muy buena en lo que hace y conoce al dedillo a todos sus clientes. Aunque es diferente a Camilo en su estilo de pensamiento le gusta su gran ambición y la manera directa de su comunicación. Es muy enfocada en resultados y realmente se ha vuelto su mano derecha.

Camilo confía mucho en ella y a veces de hecho le pregunta cosas que ni siquiera son de su resorte. Viéndolo en perspectiva, creo que se complementan bien y que ella tiene esos baches de personalidad que al bueno, pero tímido de Camilo no se le dan.

Hoy no es el día. Manuela entró a la oficina y le dijo a su jefe sin ningún problema, que le agradecía infinitamente su apoyo, que había aprendido como nunca trabajando con él, pero que había llegado una super oferta de la competencia donde iba a tener una posición regional. Le dijo que estaba desgastada de que en su casa matriz no la entendieran y que prefería cambiar de aires.

Camilo no se lo esperaba. En lo más profundo de su corazón sentía que su relación con Camila era eterna, que ella soñaba con remplazarlo y que el día que él decidiera por fin irse a escribir y vivir de sus rentas, ella estaría lista, ahí sentadita para él, agradecida y feliz.

No supo que decirle y lo único que le salió de la manera más explosiva fue ¿me vas a dejar?, ¿cómo me puedes hacer esto? Manuela se sorprendió, no esperaba esta reacción y no se sintió muy cómoda, pero sabía que debía mantenerse firme. Pues no te dejo Camilo, no te puedo dejar porque nunca he sido de tu propiedad, solo me muevo a otro reto profesional que esta empresa no puede ofrecerme.

Camilo se acordó del famoso manual de cómo dar feedback, de cómo entender a los demás, el podcast de cómo convencer a un millenial, la ted talk de “déjalo que fluya” y todo se le atoró en la garganta. No sabía qué decir y era consciente de que su primera reacción estuvo lejos de un líder inspirador.

Se sentó en silencio culpándose un poco, ¿que hice mal Manuela?, ¿qué te faltó? Aquí lo tenías todo.

Manuela seguía no solo incómoda sino ahora frustrada. Ya no quería continuar esta conversación. Pero el ego de Camilo lo llevó a hacer una pregunta más, ¿Qué hago para que te quedes? En ese momento Manuela soñó con ese carro que le dan a los asociados senior. Los ojos se le fueron a montarse en el carro y correr a mostrarlo a su novio que amaba esa marca. Pero dos segundos más tarde recapacitó. Se sintió mal, no era su estilo.

Respondió directamente, “Nada Camilo, no debes hacer nada. Por favor compórtate como siempre esperé de un líder como tú, no pienses en ti, piensa en mí y permite que me vaya por la puerta grande. Y recuerda no te dejo, solo me voy“.

Noticias Destacadas