BICICLETAS
De vendedor de gafas a exitoso empresario de las bicis
Carlos Ballesteros, un paisa que empezó vendiendo ropa, gafas y whisky, hoy es uno de los hombres más poderosos en el negocio de las bicicletas en Colombia.
Algunos empresarios aprovechan los portazos que da la vida para cimentar el éxito. Cuando Carlos Ballesteros tenía 18 años, y no había acabado de conocer el edificio de la facultad de Administración de la Universidad Eafit, se convirtió en padre. El suceso, lejos de espantarlo, impulsó su primer gran objetivo en la vida: responder por su hija. “En los primeros 6 semestres vendí de todo: ropa, comida y hasta whisky para responder por mi hija", comenta Ballesteros.
Las cosas se fueron alineando. En 1988 Carlos Uribe, un compañero de la universidad, le propuso al joven padre participar en un contrato de distribución de las gafas estadounidenses Oakley.
Poco tiempo después, mientras combinaba su práctica laboral en Coltejer con su papel en la nueva sociedad llamada Dicode, a Ballesteros lo invitaron a Interbike, una feria en Los Ángeles, para conocer los nuevos desarrollos de la marca de accesorios.
En ese año, 1989, vio por primera vez una bicicleta de montaña; un aparato algo extraño y casi exótico por aquellos días.
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La historia de las bicis de montaña es igual de singular. En la década de los 70 un hippie estadounidense que recorría los parques naturales de California en las bicicletas de ruta tradicionales, empezó a cambiarles piezas y llantas para hacerlas más seguras y confortables en sus paseos montañeros. Gary Fisher creó así la bicicleta de montaña que hoy usan millones de personas.
“Era tan nuevo este negocio que los representantes de grandes marcas, como Specialized, Giant, Scott o Raleigh (algunas de ellas con solo 8 o 10 años en el mercado en ese entonces) nos ofrecieron la representación en Colombia sin dudarlo”, dijo.
Volvieron al país felices con un contrato interesante bajo el brazo pero al poco tiempo se estrellaron de frente con una cruda realidad. En efecto, los almacenes en Colombia no sabían lo que era una bicicleta de montaña; “nos dijeron: eso no se vende, ustedes están locos”, recuerda Ballesteros.
Sin embargo, esto tampoco detuvo a este obstinado emprendedor. Ante el portazo de los almacenes de deportes buscaron la forma de abrir 4 tiendas propias junto con otros socios.
El negocio fue un completo éxito entre 1990 y 1992. Tanto, que Juan Ignacio Uribe, (hermano de Carlos Uribe) le propuso comprarle las acciones en Dicode, la sociedad que habían creado en la universidad junto con un compañero, Juan Andrés López.
“Yo me negué y, ante eso, ellos decidieron partir cobijas. Ese fue un golpe muy duro para mí porque ellos tenían los contactos en Estados Unidos y yo no sabía ni hablar inglés bien”, comentó.
De ese modo, Carlos Ballesteros y Juan Andrés López se quedaron con la venta de marcas como Scott y Specialized, mientras los Uribe con otras dos marcas.
Ballesteros decidió mantener la sociedad con Juan Andrés y al tiempo crear su propia empresa en 1993: Bike House. Con el arrojo típico de un joven empresario de 25 años, viajó a Estados Unidos y con el poco inglés que manejaba consiguió la distribución en Colombia de la marca Cannondale y de los cascos Giro y Bell.
El empresario volvió con más ánimo y con los ahorros que había logrado abrió 11 tiendas. Trek se interesó y lo contactó para distribuir también la marca en Colombia. Era el momento de las buenas noticias.
Sin embargo, al poco tiempo tuvo que cerrar 4 sedes debido a su poca experiencia en manejar un negocio como ese. Todo eso le sirvió de aprendizaje.
También aprendió, y mucho, al asociarse a finales de la década de los noventa con la familia Carrizosa, los principales socios de Granahorrar.
Invitado a formar parte de la junta directiva de una de las compañías del grupo empresarial de los Carrizosa, en una hábil jugada empresarial le vendió 50% de la cadena de almacenes al grupo financiero.
Luego vino la crisis del banco, que concluyó cuando el Estado lo intervino. Alberto Carrizosa, patriarca de la poderosa familia, le notificó que no podía inyectarle más dinero al negocio de las bicis. Ballesteros, lejos de incomodarse, les ofreció a los Carrizosa la compañía como parte de una deuda, de ser necesario.
“Yo quería ser muy agradecido con ellos y sobre todo con Óscar Gómez Domínguez (otro miembro de la junta), quien es como un padre para mí”, dijo.
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Le retribuyeron ese buen gesto años más tarde cuando Ballesteros le dijo a los Carrizosa que quería recomprarles el 50%. “No solo me dijeron que sí inmediatamente, también me dieron el plazo que pedí para pagarles”, dijo.
En 2010 ya con el negocio estabilizado, Bike House dejó de distribuir Cannondale y se enfocó en la estadounidense Trek, considerada en la actualidad la marca de bicicletas más vendida en el mundo en tiendas especializadas.
Más tarde, en 2017, y con el propósito de llenar un vacío en el segmento de presupuesto medio y bajo, creó la marca Cliff (‘acantilado‘). De esta marca, el año pasado vendió unas 19.000 unidades y este año proyecta ventas de 30.000 unidades.
En total, Bike House espera vender este año unas 52.000 unidades en sus 43 tiendas. También tiene sede en Quito y planea abrir en Guayaquil y Cumbayá.
Nuevas etapas
Con el empujón que le dio la marca Trek y la gestión de su hermano David Ballesteros como gerente de todas las tiendas, Bike House entra en una nueva etapa empresarial en medio de la peor pandemia del último siglo.
Ante la creciente necesidad de un medio de transporte alterno a los sistemas masivos, la compañía incursiona ahora en el negocio de las bicicletas destinadas a estudiantes y trabajadores. “Desde finales de mayo estamos armando las primeras bicicletas en Medellín y nuestra meta es abrir una nueva planta de ensamblaje en 2021”, dijo.
Esas unidades tendrán precios por debajo del millón de pesos, así que será un triple salto en un terreno donde GW es el rey. También mejoró su plataforma de comercio electrónico y ofrece el servicio de armado a domicilio.
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Por último, anunció que ofrece en las tiendas Bike House Dream bicicletas personalizadas para los ‘gomosos‘. Cada unidad vale unos US$3.000.
Los sueños están para eso; para ponerlos a rodar, y mejor en una bicicleta.