Entre montañas crece esta próspera región. Un departamento que supo sobreponerse a la adversidad y buscar el progreso. Aquí todos sueñan en grande.
En su particular convivencia con Venezuela, Norte de Santander ha puesto a prueba su resistencia y resiliencia. Hoy, en medio de muchos desafíos, la frontera se siente viva y la hermandad que se construyó a lo largo de la historia jalona el progreso.
Desarrollar mecanismos y estructuras que le permitan absorber todo el ingenio y el potencial que lo habitan es uno de los grandes desafíos que hoy enfrenta Norte de Santander. Prueba de ello es el Catatumbo, que no ha logrado liberarse del lastre de la violencia para ocupar el lugar que le corresponde como región de progreso y oportunidades.
La resiliencia y talento que nos identifican hacen parte de nuestra historia. Sin embargo, hay algo que no podemos perder de vista si queremos entender lo que somos y nos distingue, incluso de otras regiones fronterizas: nuestra particular convivencia con Venezuela. A diferencia de otros departamentos, en Norte de Santander hemos encontrado en el vecino una vía de escape. Ambas naciones, hermanadas por su geografía limítrofe, siempre han procurado espacios de diálogos en la frontera común y viva, incluso mientras estuvo cerrada y con las relaciones bilaterales fracturadas.
Si bien Venezuela lleva años en crisis, no siempre ha sido así. Y Norte de Santander ha estado, en algunos aspectos, en una lógica de avanzada muy por encima del resto del país, gracias a su influencia a esa vecindad. De hecho, estoy convencido de que nuestro espíritu emprendedor, comercial, echado pa´lante, donde rápidamente las personas han aprendido a adaptarse a un ritmo marcado por históricas eventualidades y coyunturas (ahora cerraron, ahora abrieron, ahora el bolívar subió, ahora bajó), responde a un proceso transcultural, producto de esa dinámica fronteriza.
En Cúcuta, por ejemplo, el colombiano promedio surfea las adversidades, resuelve, es un apañado como dicen los españoles, no se detiene; y creería que podemos reconocer en esta cultura emprendedora una cuota de la influencia de los venezolanos en la zona. De hecho, el que los nortesantandereanos seamos particularmente resilientes ante el dolor y la adversidad se debe a esa virtud que hace que muchos venezolanos sobresalgan donde llegan, porque históricamente buscaron tener un buen vivir. El progreso siempre fue para ellos un norte, algo de lo que afortunadamente aprendimos. Creo que ahí, particularmente, ha habido un buen punto de encuentro.
Desde mi experiencia en el área cultural, de la que hago parte formalmente desde hace dos décadas, el rol de la sociedad civil y el artístico ha sido fundamental para encauzar algunos procesos necesarios desde que comenzó la crisis de la frontera. Me refiero a la importancia de sostener la integración y la convivencia y proponer soluciones locales a los problemas que se fueron presentando. Su compromiso y capacidad de respuesta frente a las necesidades del territorio ha sido admirable.
En medio de la crisis fronteriza, los líderes del sector de las artes y la cultura de la región se han esforzado por garantizar el sostenimiento de la hermandad binacional entre colombianos y venezolanos, promoviendo iniciativas integradoras con creadores de ambos lados de la frontera, e inclusive a lo largo del puente internacional Simón Bolívar.
Antes los venezolanos venían y se iban, eran parte de la dinámica natural de la frontera. Desde que esto cambió, también nos transformamos como pueblo de acogida. Abrazar al pueblo hermano a través de distintas acciones ha permitido visibilizar lo que mejor tenemos para dar los nortesantandereanos. Esto claramente es posible constatarlo en los espacios donde se promueve la cultura en Cúcuta, donde ellos participan sin distinción de todas las actividades e iniciativas; y sin ningún riesgo de ser menospreciados o estar expuestos a sentimientos de xenofobia o aporofobia por sus pares colombianos.
Con esto no pretendo afirmar que es una realidad generalizada en el corazón de la frontera. Solo que, en lo particular, creo que hablar de xenofobia, al menos en Cúcuta, sería un despropósito. Y con esto no desestimo la oleada de resistencia que se generó con el incremento de personas que llegaron para rehacer sus vidas, a competir por los mismos recursos.
Contrarrestar la emoción frente a esa realidad es también un gran desafío. Precisamente estos son los retos que impulsan el trabajo de varias organizaciones que han demostrado tener un compromiso sostenido con los procesos de integración en la región. Por suerte es una lista larga, lo que ratifica la voluntad de diferentes actores para impactar distintas realidades y contribuir a saldar, incluso, deudas históricas.