Historia del nazismo en Brasil
Los torpedos de un submarino nazi que acabaron con varias embarcaciones brasileras cerca de la costa de Salvador de Bahía hicieron que Brasil, que hasta el momento había sido neutral, cambiara su posición y cediera a las peticiones de Estados Unidos de proteger con bases militares el nordeste de Brasil.
Los torpedos de un submarino nazi que acabaron con varias embarcaciones brasileras cerca de la costa de Salvador de Bahía hicieron que Brasil, que hasta el momento había sido neutral, cambiara su posición y cediera a las peticiones de Estados Unidos de proteger con bases militares el nordeste de Brasil. Los Aliados creían que, sin protección desde esta zona estratégica, los nazis podrían atacar el canal de Panamá.
Crueldade dos Totalitários
Eran las 18:25 horas. Los pasajeros del vapor Baependy, que había zarpado de Salvador de Bahía, acababan de cenar. El submarino nazi U-507 que estaba a 1.500 metros de distancia, disparó dos torpedos con 280 kilos de TNT, que no alcanzaron el objetivo pues la tripulación calculó erradamente la velocidad del Baependy. A las 19:12 horas el U-507 lanzó otros dos torpedos a una velocidad de 40 nudos. Ambos dieron en el blanco con treinta segundos de diferencia. Los 320 pasajeros quedaron estupefactos. El segundo torpedo destruyó el cuarto de máquinas dejando el buque sin electricidad. Las llamas se apoderaron de la cubierta. El capitán de artillería Lauro Mourinho dos Reis, uno de los 28 sobrevivientes, recordaría que fragmentos de vidrio y madera volaron en todas las direcciones hiriendo o matando indiscriminadamente a los pasajeros. La tripulación solamente pudo lanzar al agua un bote salvavidas. No hubo tiempo para más. El barco se fue a pique en 4 minutos desde el primer impacto, naufragando por la proa esa noche del 15 de agosto de 1942.
El Baependy era un viejo navío, construido en 1899 en el astillero Blohm & Voss de Hamburgo, la misma ciudad donde en 1939 había sido bautizado el U-507.
Harro Schacht sabía que había atacado un barco de pasajeros, no una nave de guerra. El era el comandante del submarino. El Baependy tenía las luces encendidas. También el Araraquara tenía las luces encendidas cuando Harro Schacht disparó dos horas después un torpedo que explotó en el centro de la embarcación, dejándola en la oscuridad. El Araraquara, de reciente construcción, se partió en dos y se hundió en 5 minutos con 131 pasajeros. Cuatro tripulantes se lanzaron al mar agarrados a fragmentos del barco, pero uno empezó a alucinar y se ahogó, quedando solamente tres sobrevivientes.
Esa misma noche, a las 02:10 horas, Harro Schacht lanzó un torpedo contra el vapor Aníbal Benévolo. Los 154 pasajeros y tripulantes estaban casi todos dormidos. No tuvieron tiempo de entrar en pánico, el buque naufragó en 45 segundos. Salvaron la vida 4 tripulantes.
A las 08:41 horas del 17 de agosto, el Korvettenkapitän Harro Schacht atisbó el Itagiba, que transportaba pasajeros y el resto del destacamento de artillería que había naufragado en el Baependy. A 1.000 metros de distancia el torpedo explotó en la mitad del barco, que se fue al fondo del mar en diez minutos. Horas después otro torpedo afondó el vapor Arará, que había rescatado a sobrevivientes del Itagiba. Murieron 20 pasajeros más.
Se dijo con razón que esos dos días de terror fueron el Pearl Harbor brasileño pues los ataques devastadores tomaron por sorpresa al país. Los negocios con nombres alemanes fueron saqueados en distintas ciudades. Solo en Belém la multitud destruyó veinte almacenes, oficinas y casas de alemanes. Manifestaciones masivas se realizaron en todo el país. El Cine Jornal Brasileiro que se presentaba en los cinematógrafos entrevistó a sobrevivientes llamándolos Vítimas da Crueldade dos Totalitários!
Furia sintieron los oficiales de las fuerzas militares. Solamente en el Baependy murieron 250 soldados y siete oficiales. Los náufragos restantes eran casi todos esposas y crianças de los militares.
Furia sintieron los oficiales de las fuerzas militares. Solamente en el Baependy murieron 250 soldados y siete oficiales.
El gobierno de Getúlio Vargas, un dictador civil que estaba en el poder desde 1930, no podía responder a la agresión. Brasil era un país débil económica y militarmente. El ejército era más ficción que realidad. Escaseaban el carbón y la gasolina. El país no estaba preparado para declarar la guerra y en efecto se declaró un estado de beligerancia, pero no la guerra. El ministro de Guerra, Eurico Gaspar Dutra, luego presidente de Brasil; habló de un acto monstruoso y criminal pero no mencionó a Alemania ni a los países del Eje en sus declaraciones.
Dos meses después en la graduación de militares un coronel propuso la idea de una fuerza expedicionaria brasileña que participaría en la guerra. En 1944 la FEB, Força Expedicionária Brasileira, envió el primero de varios destacamentos a Italia, para un total de 25.000 soldados. Winston Churchill, el primer ministro británico, inicialmente se opuso y planteó que debería ser apenas un batallón simbólico, pero los Estados Unidos lo convencieron de aceptar la idea. Las tropas del Brasil estuvieron siempre bajo el mando de oficiales norteamericanos. Actuaron en Toscana. Casi 2.000 soldados brasileños murieron.
Pero el efecto inmediato de los torpedos de agosto de 1942 fue conceder a los Estados Unidos lo que habían venido pidiendo al gobierno del Brasil. Desde el comienzo de la guerra en 1939 había preocupación en el Departamento de Guerra, hoy el Pentágono. Si los alemanes se apoderaban del nordeste de Brasil podrían desde allí atacar el Canal de Panamá.
Un profesor de la Universidad de New Hampshire, Frank McCann, escribió en 2018: “Hoy, conociendo las debilidades de los alemanes, ese escenario de un ataque alemán al Canal de Panamá suena a fantasía, pero en su momento parecía perfectamente viable”. En la guerra había que planificar pensando en lo peor y Brasil no tenía defensas anti-aéreas ni otras fuerzas en la región del Nordeste. Nadie defendía esa costa.
El general George C. Marshall, que todavía no había sido secretario de Estado ni el autor del Plan Marshall que rescató las economías europeas después de la guerra ni había recibido por ende el Premio Nobel de la Paz, fue uno de los militares que más se desvelaba ante la desprotección del Brasil. Los Estados Unidos no tenían fuerzas aéreas, navales o terrestres a 1.000 millas de la región, sostenía Marshall, que en esa época era jefe del Estado Mayor. Marshall creía que Hitler podía ocupar ese territorio y entonces se requeriría un enorme esfuerzo de Los Aliados para desalojar a los alemanes. Por eso proponía que preventivamente fueran efectivos americanos los que ocuparan la zona.
Los americanos tenían un nombre para el Nordeste, la zona de Natal que más se acerca al África. La llamaban “the bulge”, la protuberancia en el mapa de América del Sur. En 1940 el ejército americano financió la construcción de bases aéreas en esa región, pero para evitar suspicacias lo hizo a través de Pan American Airways, que con su subsidiaria Panair do Brasil, se encargó de construir lo que parecían ser pistas y aeropuertos civiles.
La protuberancia era de interés vital por otra razón. El Nordeste era un puente indispensable para la comunicación militar con Europa cuando se cerraba la ruta del Atlántico Norte durante el invierno. La base de Natal sirvió para el transporte de suministros militares a Europa, norte del África, India, China y la Unión Soviética.
No había sido fácil contar con el visto bueno del gobierno de Brasil, aunque Getúlio Vargas y su canciller Oswaldo Aranha simpatizaban con los Estados Unidos. Aranha pensaba que el reconocimiento brasileño a los Estados Unidos como potencia mundial se traduciría en apoyo de los Estados Unidos a la hegemonía del Brasil en América del Sur. El gobierno americano no solamente recibió apoyo de Pan American, sino del mismísimo Walt Disney, que viajó al Brasil y adoptó a José Carioca, un personaje creado por un caricaturista brasileño, y se valió del loro para que el público del país conociera al Pato Donald.
La preocupación en el War Department fue tal que la noche del 19 de junio de 1941 George C. Marshall y el secretario de Guerra, Henry Stimson, que pensaban enviarle una carta al presidente Franklin Delano Roosevelt, decidieron visitarlo en la Casa Blanca, aunque el presidente ya estaba en cama. O ya lo habían acostado en su cama, porque FDR era paralítico. No podía caminar pues tuvo poliomielitis en una época en que no existía la vacuna, aunque en sus cuatro presidencias consecutivas los periodistas guardaron ese secreto y nunca lo divulgaron.
Había que actuar inmediatamente ante el gobierno de Brasil debido a los triunfos militares alemanes en el norte de África, fue lo que Marshall y Stimson enfatizaron ante FDR. Esos triunfos podrían llevar a una ocupación del Nordeste. También en el Departamento de Estado había alarma. El subsecretario Sumner Welles había cablegrafiado al embajador americano en Río de Janeiro que cada vez era “más inminente” un ataque alemán contra el Hemisferio Occidental, bien en Natal o desde Islandia. Ese embajador se llamaba Jefferson Caffery. Diez años antes había sido el representante diplomático de los Estados Unidos en Bogotá durante la guerra con el Perú, época en que se puso de parte del gobierno del presidente Enrique Olaya Herrera y en contra del Perú. Sus años de experiencia en Brasil llevaron a Caffery a sostener que los brasileños se consideraban una categoría aparte del resto de América Latina y resentían que los pusieran en la misma jerarquía de los demás países latinoamericanos.
Welles sintetizó así el pensamiento oficial: “Los Estados Unidos nunca permitirán que el control de los mares, y particularmente del Atlántico, pase a manos de gobiernos que están decididos a conquistar y dominar el mundo”.
Los temores del general Marshall bajaron de punto tres días después de su visita nocturna a FDR. El 22 de junio de 1941 Hitler invadió la Unión Soviética. Pero el objetivo militar no cambió: había que contar con bases militares en Natal. Solamente que con la guerra declarada a Stalin había más tiempo para convencer a Getúlio Vargas.
Poco después de Pearl Harbor, Winston Churchill visitó la Casa Blanca. Acordó con Franklin Delano Roosevelt que era crucial mantener el funcionamiento del puente aéreo vía el Nordeste brasileño. A cambio Getúlio Vargas pedía aviones, tanques, municiones, que Roosevelt prometía pero se demoraba en entregar porque la producción bélica de los Estados Unidos estaba comprometida con su principal aliado, Gran Bretaña, y los Estados Unidos tardaron en entrar en plena economía de guerra. En 1939 el ejército americano apenas tenía 175.000 efectivos. Dos años después ya eran 1.500.000 y en 1943 alcanzaban la cifra de 8.000.000.
Tras el ataque a Pearl Harbor el presidente Vargas comunicó su solidaridad a Roosevelt y un mes después firmó el decreto legalizando la base aérea de Natal. Con el tiempo llegó a ser la principal base de la fuerza aérea norteamericana en el extranjero. Los Estados Unidos se comprometieron a entregar 200 millones de dólares en equipo militar y armamento a Brasil. Vargas hizo saber que a Brasil no lo podían tratar como si fuera un pequeño país centroamericano. Hacia el futuro, la posición de Vargas fue un primer paso para convertir a su país en la principal potencia militar latinoamericana.
El presidente Vargas les hizo saber a los Estados Unidos que no podían tratar a Brasil como un pequeño país centroamericano.
Varios historiadores elogian la capacidad de Vargas durante los años treinta de manipular a Estados Unidos y a Alemania obteniendo ventajas de ambas naciones. En 1938, en canje por café, Brasil compró 55 millones de dólares en armas vendidas por Hitler. La industrialización del país comenzó con la primera siderúrgica, Volta Redonda, otro aporte de los Estados Unidos al Brasil junto con tanques y aviones. Son varios los autores que señalan cómo Vargas simultánea y reservadamente expresaba su amistad a Los Aliados y a sus enemigos. En 1940, cuando cumplió un decenio la revolución que lo llevó al poder, Vargas recibió felicitaciones únicamente de Hitler, Mussolini, Franco, el emperador Hirohito y los líderes de dos países europeos sometidos a la bota teutónica. No obstante, al final de cuentas, los Estados Unidos lograron de Vargas casi todo lo que necesitaron durante la guerra.
La calma que sobrevino después de la invasión alemana a Rusia no duró mucho porque poco después resurgieron los temores del Departamento de Guerra. Si los franceses entregaban su flota naval a Alemania y si Gran Bretaña se rendía y su poderío naval era eliminado “El Eje tendría asegurados los medios para una agresión hacia occidente, particularmente contra Suramérica”.
La flota naval brasileña era obsoleta y no tenía experiencia en guerra antisubmarina. Brasil contaba con dos acorazados de 1910 que eran inservibles frente a los submarinos. Nada impedía a los U-boot nazis penetrar en Río de Janeiro a la bahía de Guanabara y hundir los barcos mercantes anclados en puerto.
Además Brasil era doblemente vulnerable porque el transporte interno era de cabotaje. No existían ferrocarriles de larga distancia ni carreteras pavimentadas para comunicar las ciudades, todas recostadas sobre la Costa Atlántica. Hace 80 años, cuando el país ya era el principal productor de café del mundo y tenía 40 millones de habitantes (no los 200 de hoy) los propios brasileños decían que Brasil era un archipiélago. Para viajar de Río a Vitória, Salvador, Maceió, Recife, Natal y Fortaleza había que abordar un barco. Las ciudades eran básicamente islas separadas por grandes extensiones de tierra. La aviación era rudimentaria. El primer aeropuerto civil de Río data de 1936. Todo se transportaba por mar, pasajeros y carga. Casi toda la sal que se consumía en el país había que traerla hacia el sur en barco, desde Rio Grande do Norte.
El U-507 había zarpado de un puerto francés más de un mes antes de los mortíferos ataques. La vida a bordo era asfixiante. El aire olía a diésel de los motores y al ácido sulfúrico de las baterías. Sin lavandería, los 56 tripulantes usaban un solo baño.
El 15 de junio de 1942, según los archivos germanos, Hitler se reunió con el gran almirante Erich Raeder, comandante en jefe de la Kriegsmarine, la marina de guerra nazi, para autorizar un ataque submarino masivo contra puertos brasileños y barcos de cabotaje. Operación Brasil se llamaría el ataque. El 2 de junio pilotos militares brasileños abordo de aviones B-25 de los Estados Unidos habían hundido dos submarinos italianos frente a la costa del Brasil. El gobierno alemán consideró inadmisible que un país de mestizos que no era potencia militar se hubiera atrevido a tomar acciones defensivas contra naves del Eje, según el profesor Frank McCann. Radio Berlín anunció represalias. Pero luego vino la contraorden pues Karl Ritter, que había sido embajador de Hitler en Río, argumentó que llevar a Brasil a la guerra traería repercusiones para los gobiernos de Chile y Argentina, que mantenían relaciones diplomáticas con Berlín.
Desde febrero de 1942 los submarinos nazis habían causado el naufragio de 12 barcos mercantes brasileños, la mayoría en el Caribe, aunque los navíos Buarque, Cairú y Olinda sucumbieron frente a costas de Brasil. Los ataques se iniciaron ese mes porque hasta enero de 1942 Brasil fue un país neutral. Dejó de serlo cuando se reunieron los ministros de Relaciones Exteriores de las repúblicas americanas en Río de Janeiro para expresar su solidaridad con los Estados Unidos por la destrucción de la flota naval americana en Pearl Harbor y acordaron romper relaciones diplomáticas con los países del Eje, Alemania, Italia y Japón. Brasil dio el paso, al igual que las demás naciones, salvo Argentina y Chile. La delegación argentina repartió dinero en esa reunión a los delegados paraguayos y peruanos para que sus países también se mantuvieran neutrales, según supo la inteligencia británica, de acuerdo con el historiador Ronald C. Newton.
La reunión de cancilleres fue consecuencia de una anterior en La Habana en 1940, cuando ya se había iniciado la guerra. Se acordó en la capital cubana que una agresión contra una de las repúblicas americanas constituía una agresión contra todas.
La masacre de agosto no tenía antecedentes. Harro Schacht, el comandante del U-507, actuó como un lobo solitario. Fue uno de los más intrépidos submarinistas del nazismo. Durante la guerra, Alemania desplegó 870 U-boot para atacar la marina mercante y militar aliada. Pero 550 de esos U-boot no lastimaron un solo buque aliado. Solo 30 comandantes causaron la mayor parte de los estragos. Harro Schacht fue uno de ellos. Durante los juicios de Núremberg, el gran almirante Raeder atribuyó a la iniciativa particular de Schacht la racha mortal causada por la acometida contra el Baependy, el Araraquara, el Aníbal Benévolo, el Itagiba y el Arará.
La masacre de agosto no tenía antecedentes. Harro Schacht, el comandante del U-507, actuó como un lobo solitario. Fue uno de los más intrépidos submarinistas del nazismo.
Schacht llevaba 40 días sin disparar uno solo de sus 22 torpedos cuando avistó el Baependy el 15 de agosto de 1942 e inició la embestida que en dos días cobró más de 500 vidas. Después de pasar una temporada en el puerto para submarinos que los nazis construyeron en Lorient, Francia, donde no fue recibido con vítores y medallas, regresó al litoral brasileño a final de año. Cambió de táctica. No disparó torpedos sino que capturó a tres capitanes de barcos británicos para obtener información sobre rutas de navegación. Sin embargo, no pudo utilizarla porque el 13 de enero de 1943 un avión Catalina de la Marina de los Estados que pertenecía a la base naval americana en Fortaleza, divisó el submarino y lanzó cuatro cargas de profundidad con 884 kilos de TNT. El U-507 zozobró. Schacht tenía 35 años. De manera póstuma fue ascendido a Fregattenkapitän.
Harro Schacht no supo que su expedición aciaga obró a favor de Los Aliados. A raíz del Pearl Harbor suramericano desencadenado por el comandante, Brasil permitió sin dudarlo la presencia de tropas de los Estados Unidos en “la protuberancia” del Nordeste. Indirectamente Schacht terminó además socorriendo a Stalin. Por Natal pasaron 47.874 aviones americanos desarmados, que Roosevelt envió a la URSS para combatir la invasión de Hitler. Fueron transportados de Estados Unidos a Natal y de allí por el Océano Índico a Irán, desde donde ingresaban por tierra a la Unión Soviética. Esa ruta era 16.000 kilómetros más larga que la anteriormente utilizada por los Estados Unidos, la ruta ártica por el norte de Escandinavia hasta el puerto soviético de Arcángel. Pero los alemanes la habían bloqueado. Fueron también 16.000 las tropas norteamericanas destacadas en Brasil durante la guerra. Se les llamó “técnicos” para no herir susceptibilidades, especialmente de los integralistas, un movimiento fascista, ultranacionalista, antisemita pero no ario, que simpatizaba con el nazismo desde los años treinta y que Getúlio Vargas mantuvo a raya.
Fueron 16.000 las tropas americanas destacadas en Brasil durante la guerra. Se les llamó técnicos para no herir susceptibilidades.
Si el Fregattenkapitän Schacht fue decisivo para la causa de Los Aliados, o de las democracias, como también se les llamaba durante la guerra, la compañía petrolera más grande del mundo, Standard Oil, antecesora de Exxon, fue fundamental para eliminar otra amenaza del Eje en Brasil. La aerolínea italiana LATI, Linee Aeree Transcontinentali Italiane, operaba un servicio regular de pasajeros entre Italia y Brasil, con autorización otorgada por el presidente Getúlio Vargas. Por LATI viajaban los espías y diplomáticos nazis destacados en América del Sur. Los vuelos se hacían en trimotores Savoia-Marchetti con capacidad para 10 pasajeros. La ruta de Roma a Río de Janeiro incluía escalas en Sevilla, Lisboa, Villa Cisneros (Sahara Occidental), Isla de Sal (Cabo Verde), Natal y Pernambuco. Director de la aerolínea en Italia fue Bruno Mussolini, joven piloto hijo del Duce Benito Mussolini que murió de 23 años en un accidente de aviación. Otro director fue el piloto personal del Duce, Attilio Biseo, que nombró como gerente comercial de la aerolínea a su primo Carlo Ponzi, el legendario estafador que en Boston defraudó a miles de inversionistas y que dio origen a la expresión en inglés “Ponzi scheme”, equivalente a lo que en Colombia se llama una pirámide.
Los Estados Unidos habían pedido a Vargas revocar el permiso, pues esos vuelos eran una burla al bloqueo económico impuesto por Los Aliados contra Alemania. Pero Brasil fue un país neutral en 1940 y 1941 y los aviones italianos siguieron operando, al punto que en 1941 se duplicaron las frecuencias.
LATI se había preparado para enfrentar las solicitudes de Washington de prohibir los vuelos en nombre de la defensa hemisférica. A un yerno del presidente Vargas lo habían nombrado como director de la compañía en Río de Janeiro y otras figuras de la élite empresarial tenían cargos o inversiones en la aerolínea. Los vuelos también eran útiles para el Brasil porque permitían una comunicación directa con Europa sin someterse a la censura británica en Bermuda y en Trinidad Tobago que revisaba todo el correo entre América y Europa. El canciller Oswaldo Aranha planteó que Brasil quedaría incomunicada por vía aérea con Europa si retiraba la licencia de operación a LATI. Como respuesta, el gobierno de Estados Unidos dio una subvención de 8 millones de dólares a Pan American Airways para establecer un vuelo en la ruta Nueva York—Belém-Natal-Cabo Verde-Lisboa desde octubre de 1941 para que Brasil conservara lazos aéreos con Europa si LATI era suprimida.
Como Vargas fue aplazando la decisión de prohibir los vuelos de la empresa italiana, Washington cortó por lo sano y pidió ayuda a Standard Oil. El 11 de diciembre de 1941, el mismo día en que los Estados Unidos formalmente declararon la guerra a Alemania y a Italia tras el ataque a Pearl Harbor, la subsidiaria de la compañía petrolera en Brasil anunció que no le vendería combustible a LATI. Ese fue el fin de los vuelos. Los aviones fueron confiscados por el gobierno de Brasil y adquiridos por el U.S. Army Air Force.
También existe una versión cinematográfica de los hechos. H. Montgomery Hyde, espía británico en Suramérica, dejó el relato en sus memorias. Él trabajó para BSC, British Security Coordination, un servicio de espionaje que operaba en Nueva York en Rockefeller Center, dirigido por “Intrepid”, el famoso espía canadiense William Stephenson, un héroe de la Segunda Guerra Mundial muy famoso en el mundo angloparlante y poco conocido en el mundo hispanoamericano. “Intrepid” fue el modelo en que se basó el escritor Ian Fleming para crear a James Bond. Antes de dirigir el contraespionaje británico en el hemisferio occidental, “Intrepid” fue un acaudalado hombre de negocios que en 1924 inventó un sistema inalámbrico para transmitir fotografías. Y fue él quien durante la guerra le propuso a FDR nombrar a su amigo William Donovan como jefe de todos los servicios de inteligencia norteamericanos. Fue así como se creó la OSS (Office of Strategic Services), antecesora de la CIA (Agencia Central de Inteligencia).
La BSC hurtó en las oficinas de Río de Janeiro de LATI una carta cualquiera firmada por el presidente de la compañía. En un campamento de la BSC en Ontario dedicado a fabricar propaganda, se adaptó una máquina de escribir para que reflejara las peculiaridades y defectos de la misma máquina de escribir en que se escribió la carta original. Se creó entonces una carta ficticia en que un comandante de la compañía le escribía al presidente de LATI que al “gordito Vargas” lo habían comprado los americanos y que el Brasil era un país de micos que bailaban al mejor postor.
Luego, un agente de la BSC hizo un robo a la casa del comandante y lo denunció a la policía. La noticia salió en la prensa. Otro agente contactó al representante de Associated Press en Río y confesó que había sido el autor del robo a la residencia y que se había topado durante el robo el negativo de una carta. Era la carta fabricada en Ontario. El periodista de AP le mostró el negativo al embajador Caffery, que a su vez se lo llevó al presidente Vargas, el cual montó en cólera y canceló el contrato de la aerolínea italiana.
Para los historiadores Leslie Rout y John Bratzel esta versión no aparece corroborada en los archivos diplomáticos, que en cambio sí registran las negociaciones entre Brasil y Estados Unidos para cancelar la autorización de la aerolínea italiana.
El espía “Alfredo”
En 1940 había más de medio millón de alemanes o descendientes de alemanes radicados en los estados sureños del Brasil: Sao Paulo, Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul. De ellos, algo más de 2.000 fueron miembros del Partido Nazi. Pero la amenaza más grave para Los Aliados la constituían los espías nazis que enviaban a través de aparatos de radio clandestinos los informes sobre movimiento de barcos que zarpaban y atracaban en la bahía de Guanabara.
El principal espía fue “Alfredo”, alias de Albrecht Gustav Engels. Era el director de una empresa de electricidad de propiedad alemana en Santa Catarina. Cada cuatro años los ejecutivos podían pasar un año en Alemania. En septiembre de 1939 Engels terminó su año sabático y estaba en Génova con su esposa a punto de regresar al Brasil en el vapor Augustus cuando lo abordó otro alemán que él conocía de tiempo atrás en Santa Catarina. Este connacional era ahora teniente del ejército alemán. Había viajado en avión de Berlín a Génova. Los dos hablaron menos de media hora. El teniente le pidió a Engels remitir información sobre producción de guerra y la situación financiera en los Estados Unidos, contratándolo en efecto como espía. El teniente era oficial del Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, dirigido por un almirante de origen griego llamado Wilhelm Canaris. El Abwehr (Defensa) fue una cuarta rama del O.K.W. Oberkommando der Wehrmacht o Alto Mando de las Fuerzas Armadas, independiente del ejército, la marina y la aviación.
En Brasil “Alfredo” se suscribió a las revistas Time, Life, Reader’s Digest y a publicaciones especializadas y enviaba al teniente reportes a apartados de correo en España y Portugal. Poco después llegó a Brasil otro alemán que había vivido en el país como vice-agregado naval. Se llamaba Hermann Bohny. El y “Alfredo” se hicieron amigos y aliados. “Alfredo” ya era en 1941 jefe de una red de transmisores clandestinos con ramificaciones en todo el país. Transmitía a Alemania información marítima sobre barcos británicos y americanos que le proporcionaba una red de alemanes que fue contratando y que trabajaban en agencias de carga marítima en Recife y en otros puertos. CEL eran las iniciales de la red. El director del FBI, J. Edgar Hoover, tuvo conocimiento de CEL y señaló que parecía ser la más importante estación de radio clandestina de los alemanes en América del Sur. En un período de nueve meses en 1941-42 “Alfredo” tuvo a su disposición un presupuesto de 112.500 dólares para los gastos de su red de espionaje.
“Alfredo” ya era en 1941 jefe de una red de transmisores clandestinos con ramificaciones en todo el país que proporcionaba información marítima de barcos británicos.
“Alfredo” no fue el único espía. “King”, nombre en clave de Friedrich Kempter, ex contador de un banco alemán brasileño, enviaba por correo informes sobre cargamentos de materias primas despachados a Inglaterra, nombres y tonelaje de los vapores que los transportaban y los manifiestos de carga. “King” visitaba el puerto de Rio, hablaba en los bares con los marineros a los cuales invitaba a tomarse un trago y les compraba información. Tuvo a su cargo agentes en Buenos Aires y Montevideo.
La información que se recibía en Alemania no parecía comprometedora. Un informe al azar señalaba: El 29 de mayo el vapor inglés Andalucía Star zarpó de Buenos Aires hacia Inglaterra. El 30 de mayo el vapor inglés Ávila Star partió de Montevideo para Inglaterra. No hay prueba de que esos datos sirvieron para planear los ataques de submarinos nazis contra los barcos mercantes brasileños y de Los Aliados.
Pero un informe de “King” preocupó al FBI pues era veraz y probablemente había sido comprado: “La ruta secreta oficial de todos los barcos que zarpan de Suramérica hacia Estados Unidos después de dejar la costa norte de Brasil es Cayenne hacia La Guaira, luego al estrecho entre Cuba y Haití y después hacia Charleston y Baltimore”. Se recomendó cambiar la ruta.
“King” también obtuvo la tabla de las mareas en el Canal de la Mancha. Desde 1940 el Abwehr había alertado a todos sus agentes en el mundo para que las consiguieran y “King” fue el primero que tuvo éxito. Cuando le pidieron las tablas de la costa este de los Estados Unidos uno de sus agentes en Buenos Aires las compró por correo en los Estados Unidos. Una copia en microfotografía fue luego enviada en un vuelo de LATI a Europa.
En 1978 los historiadores Leslie Rout y John Bratzel entrevistaron a “King”, el cual les dijo que él leía los informes enviados por los cónsules y espías británicos y norteamericanos que operaban en Recife antes de que los despacharan por correo o por valija diplomática.
Los espías enviados desde Europa y los contratados en Brasil fueron muy útiles en ciertos momentos. A mediados de 1941, tres barcos mercantes alemanes esperaban en los puertos de Santos y Río el zarpe hacia Burdeos, cargados de manganeso, diamantes industriales, algodón y platino. Esa carga avaluada en millones de dólares se necesitaba con urgencia en Alemania. Un espía llamado “Lucas” y el hijo de un millonario alemán consiguieron un avión para un vuelo de reconocimiento entre ambos puertos. Como no se detectaron buques de guerra británicos, encargados del bloqueo comercial contra Hitler, pudieron zarpar el Lech, el Frankfurt y el Hermes. Los dos primeros llegaron a su destino. Los Aliados llamaban a esos barcos alemanes “blockade runners”, es decir naves que intentaban evadir el bloque que la Royal Navy británica decretó en el Atlántico contra Alemania.
Entre los espías nazis en Brasil no faltaron los chascos, las chambonadas ni las garotas. Un espía del Abwehr quedó prendado de Ondina Peixoto de Oliveira, de 37 años, dama de compañía de un hombre mayor que vivía en un hotel en la playa de Copacabana. Ella y el alemán se comunicaban en inglés pues el agente no hablaba portugués. Se fueron a vivir juntos a un apartamento de lujo en Copacabana y él le compró un Oldsmobile 1940 nuevo. Ella no quedó satisfecha. Se mudaron a una casa. En cinco meses las exigencias de la señorita Peixoto ya le habían costado 17.000 dólares al Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán. Y el espía, Josef Starziczny, pedía a Hamburgo que le giraran más dinero.
Otro espía que arribó en un vuelo de LATI recibió una felicitación por conseguir planos de las pistas de aterrizaje construidas por los Estados Unidos en Belém, Fortaleza y Recife. Luego se descubrió que los planos fueron copiados de documentos que existían en la embajada alemana en Río de Janeiro. Otro agente que llegó en un vuelo de LATI desde Roma fue Hans Christian von Kotze. Al poco tiempo vivía abiertamente con dos mujeres y trató que seducir a la esposa de quien era su jefe, el agente residente de la BSC en Brasil. Kotze fue un doble agente. También trabajaba para la inteligencia británica. Pero los alemanes no lo sabían. Al cabo de unos meses le ordenaron trasladarse a Sudáfrica a causa de sus devaneos y porque se dedicaba también al juego y a la beodez y había acumulado deudas. Desapareció para los alemanes. Como trabajaba para la British Security Coordination no tuvo dificultades en poner pies en polvorosa. Reapareció en Canadá.
El Abwehr también se equivocó con un húngaro llamado Janos Salamon, excapitán de barco mercante. Su asistente, también húngaro, tenía una sola pierna y aprovechó su pata de palo para llevar cigarrillos de contrabando al Brasil. Salamon, dotado de pasaporte diplomático falso, al llegar a Brasil contrató a la periodista Mariateresa Cavalcanti Ellender como una de sus fuentes. Un craso error porque difícilmente podía actuar discretamente como agente secreto una persona que había hecho publicaciones abiertamente pro-fascistas y que había sido invitada a giras propagandísticas por Europa. Era conocida como la mascota de LATI pues fue invitada al vuelo inaugural a Roma en enero de 1940 y fue recibida por Mussolini, que le concedió una entrevista. Salamon informó al Abwehr que la periodista podría conseguir visa para los Estados Unidos, donde actuaría como espía alemana. El Abwehr autorizó que le pagaran 500 dólares mensuales más gastos. No era cierto que la periodista podía obtener una visa. Sencillamente intentó relacionarse con cadetes brasileños de origen italiano que supuestamente iban a ser invitados a un curso en los Estados Unidos, pero el viaje nunca se dio. La periodista dijo haber visitado las bases aéreas norteamericanas en el Nordeste, donde supuestamente vio hangares subterráneos. Nada de eso existió.
Fueron más de 70 los agentes del Abwehr en Brasil. El ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941 llevó al pronto desmantelamiento de las redes de espionaje. Un mes después Brasil rompió relaciones diplomáticas con Berlín. Envalentonado, el embajador americano Jefferson Caffery pidió al gobierno la detención del embajador alemán. Lo desoyeron pero en cambio el gobierno brasileño sí actuó en relación con los nombres de algunos espías que eran conocidos por el FBI, que mantenía un agregado jurídico en la embajada americana. Casi todos los capturados cantaron. Ondina Peixoto de Oliveira abrió la puerta de su casa cuando la policía fue a buscar a su compañero Josef Starziczny, el que había conocido en un hotel de Copacabana. En la casa había un transmisor y un receptor de radio, junto con instrucciones para enviar mensaje con micropunto. En la cárcel Starziczny reveló para qué servía una llave Yale que llevaba en el llavero del bolsillo del pantalón. Era la llave de una cajilla de seguridad en un banco. Allí se descubrieron copias de todos los mensajes enviados y recibidos por su red de espionaje desde el comienzo.
Aunque el espionaje nazi quedó desarticulado en 1942, el Abwehr hizo un intento fallido por crear una nueva red al año siguiente. Entrenó al único espía negro que envió a América del Sur. Se llamaba William Marcus Baarn. Oriundo de Panamaribo, Surinam lavaba platos en Holanda durante la guerra mientras trataba de lanzar su carrera de cantante. Un agente alemán lo contrató y lo envió a París donde recibió entrenamiento. Allí le presentaron a su colega en la misión, Wilhelm Heinrich Koepff, que había tenido una casa de exportaciones e importaciones en Perú hasta que su empresa quebró al ser incluida en la lista negra.
En esa fase de la guerra, ya no había vuelos de LATI ni barcos que pudieran llevar a este par a Brasil. Fueron enviados en una yola o velero de 63 pies o 20 metros de eslora. Desembarcaron en una playa cerca de Río con el equipo de radio. Baarn se entregó a la policía, lo que obligó a Koepff a enviar mensajes falsos a Alemania, donde ya sabían de su captura.
Casi todos los espías capturados fueron condenados por espionaje y sentenciados a largas penas de prisión, algunos a 25 años. El Reich pagó los gastos de abogado a través de la embajada española, salvo los del negro Baarn. No se supo si por traidor o porque no era ario. Fue absuelta la periodista Mariateresa Cavalcanti Ellender con base en sus aportes culturales como columnista. El presidente Getúlio Vargas quiso mostrar al mundo que las sentencias dictadas por tribunales militares probaban que el Brasil era antinazi, aunque no fuera una democracia. Ninguno de los sentenciados cumplió la totalidad de la condena. En 1958 salió de la cárcel el último espía, Starziczny, el compañero de Ondina Peixoto de Oliveira. Se quedó en el Brasil y se dedicó a reparar radios. Para entonces Getúlio Vargas ya había muerto. En 1954, de 72 años y siendo todavía presidente, se pegó un tiro en el corazón en el palacio de Catete, entonces el palacio presidencial.
Una excuñada de Getúlio Vargas, Edyala Braga, se casó en segundas nupcias con el magnate Julio Mario Santo Domingo (1923-2011). Para él fue el primer matrimonio. Tuvieron un hijo, Julio Mario Santo Domingo Braga, fallecido en 2009, padre de Tatiana Santo Domingo, casada con Andrea Casiraghi, hijo de la princesa Carolina de Mónaco, hija a su vez de Grace Kelly y del príncipe Rainiero.