BALANCE
La resurrección del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá
El festival de artes escénicas más importante de Colombia terminó su edición de 2018. Aquí, una mirada al festival y a las lecciones que le dejó este año.
La edición de 2018 del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá fue, quizá, una de las más complejas que se han visto en los 30 años del evento. Incluso más que la de 2010, cuando se aumentó la programación en un 40% y se produjo un hueco financiero de aproximadamente 7500 millones de pesos (un hecho que, además, tuvo que lidiar con un incremento inesperado de la tasa de cambio del dólar). O, por ejemplo, la de 2012, que vio a cinco miembros de la junta directiva, incluyendo a la ministra de Cultura Mariana Garcés, renunciar al enterarse que la cuenta destinada a saldar las deudas del festival estaba embargada; o la de 2016, momento cuando Daniel Álvarez Mikey pidió a William Cruz, presidente de la junta directiva de la Fundación Teatro Nacional y la Corporación Festival Iberoamericano de Teatro, que rindiera cuentas claras sobre la gestión financiera y administrativa del Festival.
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El FITB de este año fue una prueba de fuego: tenía que sacar a flote un festival de 17 días, 1200 artistas y 311 funciones en seis meses mientras lidiaba con deudas a acreedores y compañías extranjeras de más de 13.000 millones de pesos y la incursión de empresas privadas (TuBoleta, Páramo y Konfigura) en el manejo, la administración y la producción del evento. Todo esto ocurriendo bajo el foco de los medios, que se intensificó por su compleja relación con la Asociación Colombiana de Actores (ACA), quienes manifestaron desde 2017 su inconformidad por el trato que se le estaba dando al teatro colombiano en la que fue la edición de 2018. Este fue un festival de dar la pelea y jugarse el todo por el todo.
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Pese a los inconvenientes, el poco tiempo de preparación y la desconfianza de muchas personas del sector cultural y empresarial, el Festival Iberoamericano de Teatro se llevó a cabo del 16 de marzo al 1 de abril. 330,000 espectadores disfrutaron de 23 escenarios que presentabann una programación que incluyó todo tipo de expresiones artísticas sobre las tablas. Muaré (España), El enemigo del pueblo (México), Symphony of Sorrowful Songs (Eslovenia), Scotch & Soda (Australia), Coco Chanel (Holanda), Golem (Gran Bretaña), Escritor fracasado (Argentina) y Per te (Suiza) fueron algunas de las obras de las 32 compañías internacionales. Y puestas en escena como Negra Anger, Máxima seguridad, Llegaron los marcianos, Títeres: circus, La mujer que perdió la cabeza, Incurias: elogio a la fatalidad, La balada del manikí y Primer amor hicieron parte del repertorio de las 33 compañías colombianas que estuvieron presentes.
¿Pasó la prueba el Festival? O más bien, ¿cuál fue el balance de este año? Para Hernando Sánchez, gerente general de TuBoleta, fue un evento exitoso. “En esta edición ni se ganó ni se perdió plata. Esto último fue uno de los grandes resultados, teniendo en cuenta que las ediciones anteriores siempre representaban pérdidas. Hacer este evento costó 18.000 millones: 20% del capital provino de unos pocos patrocinios de entidades como la Alcaldía Mayor de Bogotá, el MinTic, Fontur y Johnson & Johnson, entre otros. Ellos no tuvieron que dar grandes cantidades de dinero, sino un monto más reducido: un cambio significativo en esta nueva administración. El 80% restante se subvensionó gracias a la boletería. Ni Páramo ni TuBoleta ganaron plata con este evento. Estamos pensando a futuro. Lo que quisimos fue recobrar la credibilidad y rescatar el Festival”, explica.
Igual piensa Lía Heenan, socia de la banca de inversión Konfigura. Ella comenta que, pese a que no se ha pagado la millonaria deuda, esta edición se pagó en su totalidad y ya han contactado a 50 de los (aproximadamente) 210 acreedores para realizar los acuerdos de pago necesarios. “En cuanto a los pasivos, debemos reunirnos con todos los acreedores en los próximos 90 días y de ahí empezar a cumplir con los pagos. Con el Festival de este año demostramos que sí hay confianza en el evento y que sí hay empresarios que entienden la importancia de un encuentro de esta naturaleza. La apuesta teatral fue de alta calidad y, aunque se redujeron la cantidad de las funciones, se mantuvo una proporción positiva: este año el aforo de las salas fue de casi un 80%, mientras que en años anteriores era de 56%”.
En cifras concretras, se realizaron 914 funciones en 2016 mientras que este año tuvieron 311 funciones. Así mismo con la cantidad de grupos colombianos, en 2016 eran 90 y este año fueron 58 compañías menos. Todo esto se pudo sin eliminar la jornada académica y los espacios gratuitos del festival, que acogen el teatro callejero, el desfile inaugural y la clausura (que este año contó con más de 30.000 espectadores alrededor del lago del parque Simón Bolívar). Tampoco redujeron la cantidad de días de la fiesta teatral más grande de Colombia.
“La programación fue, por fortuna, más reducida y equilibrada. La sola presencia de Rafael Spregelburd, el homenaje a Tomaz Pandur, Mauricio Kartun, el Mlladinsko Theater, el estupendo Teatro de Cerdeña, el Colegio del Cuerpo, el Teatro del Valle, el Teatro Matacandelas y esto es solo lo que cito de memoria. Vi más de 17 montajes durante el festival y salí altamente satisfecho de todos ellos”, comenta Sandro Romero Rey, cineasta y docente quien asistió al FITB.
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Se aminoró la muestra porque, de lo contrario hacer el festival hubiera sido imposible. Pero el miedo que había respecto a que la llegada de la empresa privada acabara con el sentido social y cultural del evento no se hizo realidad. La acogida del teatro en la ciudad fue tanta que el FITB no fue el único con gran afluencia de público. Al tiempo de este, otros cuatro festivales de teatro (de los cuales se destaca el Festival de Teatro Alternativo FESTA), y los “festivales propios” de los teatros que no participaron en el FITB en forma de protesta (La Maldita Vanidad, Casa E., La Sala, Teatro Petra, etc.) fueron también exitosos, pues siempre tuvieron sus salas llenas.
“Nosotros como Teatro Petra nos mantuvimos al margen del FITB, no porque estemos en contra del Festival ni del teatro, sino como una forma de protesta por el tratamiento que se le dio al teatro colombiano en el lanzamiento del año pasado, cuando aún no había grupos de teatro colombiano convocados. Luego de una gestión liderada por la ACA y por varios grupos las condiciones mejoraron. Sin embargo, muchos decidimos no participar y llevar nuestras obras a funciones alternas al evento. Ahora, de ningún modo estamos en contra del festival y de ningún festival. La promoción del teatro es una forma de generar cultura y espacios de comunicación. Nunca vamos a estar en contra de una expresión cultural”, dijo Fabio Rubiano, fundador del colectivo.
Si bien el balance es positivo, la producción de esta edición tuvo también desaciertos que le dejan lecciones a los organizadores, al teatro colombiano y a su público. Luis Vicente Estupiñan, director del grupo de teatro La Disidencia, y uno de los encargados del teatro callejero del FITB, consideró que: “por parte del teatro en espacio abierto puedo decir que nos hizo falta comprender que un evento de esta magnitud necesita un tiempo de elaboración y preparación mayor. La preparación de la muestra de teatro callejero se hizo casi sobre febrero y se dificultó una serie de aspectos de orden logístico, técnico y de la misma convocatoria. La publicidad nos salió con algunos fallos en la programación. Así mismo, organizar obras en el espacio público requiere mucho tiempo para pedir los permisos. Eso nos puso a correr para garantizar la realización de los eventos. Por fortuna el Festival sigue generando solidaridad en otros sectores públicos. Pero se trabaja sobre mucho riesgo”. Por su parte, Lía Heenan consideró que, fuera del compromiso de las empresas y los artistas nacionales involucrados, es necesario identificar y evaluar qué es lo que desean ver las audiencias y cómo acercarse más a los espectadores.
¿Ahora qué? El FITB terminó hace nueve días y sus representantes apuntan con mirada promisoria a la edición del 2020. Pese a los logros, la controversia aún no termina. El reto principal es encontrar una solución a la cuantiosa suma que dejaron las cuatro ediciones anteriores. Este año, el Festival se puso como meta iniciar el proceso de salir de la crisis, así eso significara un cambio de administración y un reajuste de la magnitud del evento. Por ello, y dado el éxito que tuvo en esta materia en 2018, más que seguir viendo la situación del Festival como una de crisis, se debe entender como un evento que necesita reinventarse sin perder su esencia. Y eso solo se logrará a partir de un trabajo conjunto, de la administración, las compañías y las audiencias, para que su metamorfosis sea efectiva.